-ˋˏ ༻ 25 ༺ ˎˊ-Cenamos los restos de la noche anterior. Nos habíamos vuelto a sentar frente a la chimenea, pero decidimos ser precavidos y no encender la chimenea, en caso de que alguien pudiera ver el humo y así encontrarnos. Raspamos las latas de comida que habíamos abierto antes para racionar el resto, y nos fuimos a dormir poco después.
Pero, antes de dormirme, decidí acercarme a Clarence una última vez para ver cómo se encontraba. Me había pasado la última hora pensando en la vida y sus vueltas. Jamás me habría esperado volver a ver a Clarence Jacobsen una vez más. Me llevó a preguntarme qué habría pasado si, por alguna razón, hubiera cambiado de opinión de vuelta en Bahía Kanaaq y hubiera tomado el camino con él.
Probablemente jamás habría llegado hasta aquí en primer lugar.
Suspiré y me incliné a revisar su vendaje con cuidado, pero no encontré más que tejido muerto y heridas supurantes.
Tragué saliva y volví a cubrirlo con cuidado.
—Nada bien, ¿eh?
Levanté la cabeza de golpe. Clarence me estaba mirando. Advertí su expresión exhausta.
—No —murmuré tras recomponerme.
—Sí, tampoco se siente bien —agregó en un tono ronco, arrugando su rostro en una expresión de dolor—. Entonces supongo que... No me equivoco al pensar que esta podría ser mi última noche, ¿no?
Parpadeé sin saber qué decir por un momento. Tal vez sí lo era, pero lo cierto es que estaba completamente lúcido por primera vez desde que lo dejamos aquí, y eso era una buena señal, ¿o no? Incluso había recuperado algo de color en su rostro. Sin embargo, cuando abrí la boca para decirle todo esto, él levantó una mano, no sin gran esfuerzo.
—Yo... Supongo que me siento mucho mejor, no me malinterpretes —agregó, y su voz se oía resentida, opaca—. Pero he visto la muerte antes. He visto a muchachos agonizar por días, prácticamente muertos, y regresar a la vida de un día para el otro, para de nuevo volver a empeorar y morir —suspiró y cerró los ojos. Él sonrió—. Solíamos llamarle «la última agonía». Supongo que este es mi caso también. No recuerdo la última vez que pensé con tanta claridad como ahora.
Negué con la cabeza.
—No creo que ese sea realmente tu caso —opiné con indulgencia—. Te he dado antibióticos, debe ser que han surtido efecto. De hecho, tengo que darte otra dosis porque...
Él se apresuró a negar con la cabeza lentamente, sin borrar su expresión amable.
—Te lo agradezco —dijo—, pero esto es todo. Ya está. No voy a luchar contra eso inútilmente. Ya no.
—Puedo ayudarte —insistí—. Estás mucho mejor y, con más antibióticos, podrás venir con nosotros hasta Boston.
—¿De verdad conseguí llegar? —murmuró entonces, echando una mirada a su alrededor—. ¿Llegué con el grupo?
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Corona de Oro
Fantasy1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...