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La nieve había empezado a derretirse en las montañas cuando Aleu se dio cuenta que la temporada de flores había llegado. El aire fresco de esa tarde le llenaba los pulmones con el aroma de la hierba verde que apenas comenzaba a asomar de entre la tierra húmeda. La nieve día tras día iba cediendo más y más; los árboles sacudían sus vestidos blancos y dejaban entrever el verde por debajo.
Le gustaba la primavera. Era su época favorita del año. La primavera era su época favorita, pues cuando vivía en Bahía Kanaaq, solía bajar por la colina de su casa hasta un prado que se llenaba de flores silvestres. Su abuela Kireama tendía a llevarla a pasar las tardes ahí; se sentaban con una manta, y llevaban una cesta llena de cosas deliciosas, como sándwiches de mermelada, galletas de chocolate caseras, y budines de limón.
Incluso su madre disfrutaba de la primavera. Ordenaba que abrieran las ventanas para que el aroma de rosas e iris silvestres inundaran la casa por completo, mezclándose así con el aroma a resina y cedro. Pero sobre todo, su madre amaba las nomeolvides, flores azules y pequeñas que Aleu siempre llevaba a la casa en grandes ramos para que pudiera decorar los jarrones con ellas.
En primavera, su madre dejaba de trabajar tanto. En cambio, se sentaba a tomar té en el porche con el juego de vajilla de porcelana que llevaba en su familia décadas, con detalles pintados a mano y todo, junto a postres y galletas, pero sobretodo, tartas de limón. A veces, la invitaba a sentarse con ella y Aleu tomaba té a grandes sorbos y se comía solo el relleno de las tartas hasta que las mejillas le quedaban pegajosas. Su madre no se enojaba tanto por sus modales cuando era la hora del té.
Otras veces, si estaba de buen humor, le pedía que tocara el piano. Aleu todavía no dominaba el teclado con tanta destreza como a su madre seguro le habría gustado, pero sin dudas disfrutaba verla tocar.
Aleu inhaló hondo, llenándose los pulmones con el aroma crudo y terroso del río frente a ella. Recogió un par de piedras y empezó a apilarlas hasta formar una cara sonriente.
Mientras que el grupo descansaba cerca de un arroyo con el que se habían cruzado, ella y Joe se habían alejado para pescar. Joe llevaba un montón de días pescando para ellos con una caña y una red que había preparado él mismo. Solía decir que era el mejor pescando, pero ella ya no le creía tanto. A veces, había días que Joe no pescaba nada de nada.
Por el contrario, Aleu sí era muy buena en otras tareas como, por ejemplo, recolectar bayas silvestres. Antes, solía hacerlo todas las tardes junto a su abuela Kireama, y le era muy fácil distinguir cuáles se podían comer y cuáles no. Era algo por lo que siempre la felicitaban, pero ahora nadie le decía nada. De vez en cuando James le revolvía el pelo como si fuera el único gesto capaz de dar.
A Aleu no le hacía gracia que no la notaran. Tampoco le hacía gracia caminar, los pies le dolían mucho, tenía ampollas y Joe decía que su pelo estaba feo. Aleu, todas las mañanas, se esforzaba por peinarlo lo mejor posible utilizando sus manos, arrastrando sus dedos entre el cabello denso y sucio para domesticarlo un poco. Su abuela siempre la peinaba, dejaba su pelo cayendo en bucles, sostenido por lazos y moños.
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Corona de Oro
Fantasy1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...