Capítulo treinta y dos

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No encontramos un callejón que se adecuara a nuestras necesidades

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No encontramos un callejón que se adecuara a nuestras necesidades. Aleu y Samuel se quejaron. Joe y Tony también. Yo me quejé. Elena nos llamó unos bebés a todos. Pero creía que no era la idea de dormir en un callejón lo que nos espantaba, sino el fácil acceso que otras personas podrían tener para alcanzarnos. Estábamos muy a la vista, no había cajas suficientes que nos resguardaran.

Caminamos por varias manzanas desiertas. Era muy tarde en la noche, y la lluvia no daba tregua.

Habremos estado caminando por casi una hora a la intemperie de esa lluvia de verano, con los más jóvenes todavía algo adormilados, cuando un lugar oscuro captó nuestra atención. Se trataba de un edificio en construcción, donde no había luces, ni personas.

—Nadie nos verá ahí —dije—. Y los niños necesitan un lugar seco para dormir.

Elena contempló la edificación con consternación.

—Es algo —aceptó—, pero por la mañana vendrán los constructores y nos sacarán de aquí de patitas a la calle de nuevo.

Me encogí de hombros.

—Por el momento, servirá.

Bash dio un paso adelante.

—No creo que haya alguien trabajando en esto desde hace rato. No hay herramientas, ni materiales. Tal vez no lo continuaron.

Era posible.

Había un alambrado rodeando el lugar, pero Joe encontró un punto débil y fuimos capaces de levantarlo lo suficiente para pasar por debajo. Nos arañamos las manos y los brazos, pero lo conseguimos. Subiendo unas escaleras nuevas, me percaté de que el edificio todavía no parecía muy estable. Olía a concreto y madera.

Hicimos de nuestro hogar el segundo piso.

Nos acomodamos cerca de lo que podría ser una pared en un futuro, para poder vislumbrar mejor la entrada en caso de que alguien llegara, y mientras el resto dejaba sus cosas en el suelo, yo me senté en el borde con determinación.

—Haré la primera guardia.

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La lluvia ya se había detenido.

Mis ojos ardían y mi cabeza cada tanto se balanceaba hacia adelante o hacia atrás, dependiendo de la inclinación de mi cuerpo. Mis párpados jamás me habían parecido tan pesados como entonces, e incluso cuando la luz anaranjada de una farola estaba pegando de lleno en mi cara, contemplé la idea de simplemente dejarme llevar por el sueño, entonces tan seductor.

Despierta, Jamie.

Me estremecí.

Enderecé mi postura, con la boca pastosa y mis ojos ardiendo. Parpadee y miré a mi alrededor, pero todo seguía igual.

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