Capítulo 1. UN LLANTO

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"Los secretos más grandes se ocultan siempre en los lugares más inverosímiles"

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"Los secretos más grandes se ocultan siempre en los lugares más inverosímiles".

El chirrido de una puerta con las bisagras oxidadas hace eco en el sueño recurrente que, en esos momentos, una vez más atormenta a Mariana

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El chirrido de una puerta con las bisagras oxidadas hace eco en el sueño recurrente que, en esos momentos, una vez más atormenta a Mariana. Como siempre, una espesa neblina gris cubre la pequeña y maloliente habitación en la que se encuentra, la danza arrítmica de una gruesa vela casi derretida ilumina muy poco el lugar creando sombras tenebrosas y deformadas.

El olor... ese olor...

Algo parecido al incienso combinado con sangre y humedad...

Está bañada en sudor, con su cabello pegado a su rostro sucio y desfigurado por el sufrimiento. Siente la respiración agitada, el corazón le bombea precipitado, un fuerte dolor le destroza las entrañas, algo parecido a un cólico insoportable que retuerce su abdomen y que se apodera de su espalda.

Lágrimas amargas inundan sus pálidas mejillas, gritos desgarradores laceran su garganta, las manos las tiene entumecidas y lastimadas de tanto apretar las sabanas manchadas del espeso líquido que fluye sin cesar.

«Ya casi», le informa la mujer que la asiste.

Es una persona mayor, de rostro implacable, voz inflexible y cruel que la aterroriza cada vez que pasa sus arrugadas y ásperas manos por su piel y oprime su vientre dilatado.

El dolor se maximiza, es insoportable... la hace gritar... una vez más, otra más con más fuerza y...

Un llanto...

Un llanto...

Es un llanto...

Es un llanto

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—Mariana...

Escucha una voz que retumba en la espesa y agobiante oscuridad.

—Mariana, despierta... ¿Estás bien?

Abre los ojos pesadamente, con mucho esfuerzo y se encuentra con la mirada preocupada e inquieta de Emilia, la esposa de Rodrigo, su hijo menor, quien, sentada a su lado, le sostiene la mano y la llama insistente, intentando despertarla.

Una incomprensible angustia le oprime el pecho, intenta incorporarse y un fuerte tirón muscular se lo dificulta. Nota la humedad en sus mejillas, la rigidez en sus manos y la sequedad en su garganta.

—¿Estás bien? —insiste la joven.

—Sí, mi reina —contesta sentándose en el borde de la cama. Emite una falsa sonrisa queriendo tranquilizar a su nuera—. Solo tenía una pesadilla.

—Te veías muy angustiada —la observa con detenimiento—. Llorabas.

—Ya pasó —se levanta.

Se sirve un poco de agua de la jarra que descansa en su mesa de noche, toma el contenido de un solo trago y respira con profundidad; acomoda su vestido, se para frente a su tocador, limpia su rostro, le da un pequeño retoque a su suave maquillaje y peina su larga melena castaña, la cual sigue sedosa y abundante.

—Vine a buscarte —explica finalmente Emilia—. Rodrigo y Genaro te necesitan en el estudio.

—Gracias, mi reina. En un momento iré.

Una vez Emilia abandona la habitación, Mariana se derrumba por completo. Su pecho estalla lastimado por recuerdos del pasado, y sus hombros se mueven agitados gracias a la descarga de emociones tristes que la atropellan y se desbordan en lágrimas de amargura y remordimiento.

«Un llanto...»

«Yo escuché su llanto...».


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