Capítulo 11. ACUERDOS

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«A veces son las decisiones más pequeñas las que pueden cambiar nuestra vida para siempre»

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«A veces son las decisiones más pequeñas las que pueden cambiar nuestra vida para siempre».

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Despierta horas más tarde. Un dolor en su brazo, como una especie de pinchazo, la sacude. Está acostada en su habitación y su madre teje una manta de cama recostada en una mecedora.

Sentado a su lado está el doctor de la familia. Nota entonces que el pinchazo vino de una jeringa que en esos momentos el médico guarda en su maletín.

—¿Eso es todo? —Pregunta Elvira con voz calmada.

—Es todo por el momento —confirma el galeno, levantándose con el maletín en sus manos—. Mañana a primera hora les haré llegar los resultados de los exámenes.

Elvira asiente y el médico sale de la habitación.

Aquella es una hacienda enorme, siempre hay algo que hacer, pero Elvira todo el tiempo está atenta, sigilosa, vigilante, es por eso que no tarda mucho en darse cuenta de la callada tribulación de su hija.

—Ven acá —le dice unas semanas atrás—. Ahora que estamos solas, cuéntale a tu mamá lo que te pasa. Andas afanada, nerviosa, ansiosa, mirando siempre el reloj.

Simulando una risita indiferente, pero con un imperceptible temblor en las manos, Berenice elude a su madre.

—La ansiedad de los exámenes finales —contesta como si nada—. Sabes que este año me gradúo, no quiero tener problemas de último momento.

Elvira no insiste entonces. Pero sabe que algo está pasando. Desde hace tiempo, Berenice deja a su paso rastros y pistas que habrían hecho sospechar hasta al ser más confiado e ingenuo.

Se arreglaba mucho más que de costumbre, no tenía un instante de sosiego mientras esperaba la hora de salir a cabalgar y pasaba noches enteras dando vueltas en la cama en su dormitorio.

Elvira, atenta y cautelosa, advirtió también los sobresaltos intempestivos, los hondos silencios, las variaciones del humor y las contradicciones de su única hija.

Se entregó a una vigilancia callada, pero implacable. La dejaba ir con sus amigas de siempre, la ayudaba en ocasiones a ataviarse para los paseos a caballo cada tres o cuatro días en las horas de la tarde, y jamás le hizo una pregunta impertinente que pudiera alertarla.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora