Capítulo 9. UN AMOR PROHIBIDO E IMPOSIBLE

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UN AMOR PROHIBIDO E IMPOSIBLE

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UN AMOR PROHIBIDO E IMPOSIBLE

"Y es que el dolor cuando es por dentro... es más fuerte".

El sol empieza su descenso por el oeste, una suave brisa refresca gratamente el rostro de Alfonso Delvalle, quien ajusta su sombrero mientras cabalga de regreso a la hacienda

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El sol empieza su descenso por el oeste, una suave brisa refresca gratamente el rostro de Alfonso Delvalle, quien ajusta su sombrero mientras cabalga de regreso a la hacienda. Le gusta salir a pasear con su caballo purasangre, una o dos veces a la semana. Recorre los campos y pasa la tarde entre narcisos y lavanda.

Antes lo hacía acompañado de su hermana, pero últimamente lo hace solo, ya que ella siempre tiene asuntos urgentes que atender. No importa, igual le gusta y disfruta del pasatiempo.

Mira su reloj de pulso. El día de hoy el recorrido lo hace más corto, quiere estar de regreso lo antes posible. Quiere verla.

Sabe que esa tarde, al igual que las otras amigas de Berenice, Paulina irá a visitarla y él quiere aprovechar para saludarla y si es posible conversar un momento con ella. Le gusta mucho, así que está intentando cortejarla, abrirse poco a poco espacio en su corazón.

Ya ha hablado con sus padres sobre la posibilidad de entablar relaciones con los padres de la joven para que le permitan visitarla con intenciones de un futuro compromiso. Tadeo y Elvira están de acuerdo, solo le han pedido que espere que se formalice el asunto entre Berenice y Gustavo Guerrero y luego, iniciarán con los protocolos respectivos.

Llega a la hacienda, le entrega su caballo al mozo del establo y camina presuroso hacia la Casa Grande. Ataviado aún con sus pantalones de montar, su camisa a cuadros, su chaleco de cuero y sus botas vaqueras, llega hasta donde ella está. La ve sentada sobre una de las elegantes sillas de mimbre, en uno de los amplios jardines laterales.

Está hermosa como siempre, vestida con un vestido de flores, que se ajusta a la perfección a su delicada y femenina figura. Su larga melena castaña y lustrosa se mueve con el capricho del viento que, cuál amante enamorado, acaricia alguno de sus sedosos mechones.

Se acerca a ellas. Paulina lo ve, se levanta y con esa sonrisa que lo tiene perdido, se le acerca y le extiende los brazos.

—Hola, Al —le planta un sonoro beso en la mejilla y lo aprieta con fuerza con su pecho.

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