Capítulo 12. DESTINOS TRAZADOS

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DESTINOS TRAZADOS

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DESTINOS TRAZADOS

"El destino es la suma de todas las decisiones que tomamos en nuestra vida".


La noticia estalla en pocos días. Pero nadie sabe realmente que es lo que ha pasado. El hermetismo de las familias es total, protegiéndose una a la otra del señalamiento y el oprobio social.

El gobernador, aunque ha escuchado los rumores, no sabe en qué creer, si en la palabra de Tadeo Delvalle que le informa que el compromiso debe romperse debido a una enfermedad que aqueja a Berenice y la incapacita para el matrimonio, o darle credibilidad a lo que no son más que chismorreos, donde la acusan de vivir amoríos con uno de los hijos de un importante hacendado de la región. Sin embargo, una suculenta remuneración económica como resarcimiento de la falta, que engrosó mucho más su cuenta bancaria, lo hizo olvidar pronto la ofensa.

Gustavo, su destrozado hijo, por su lado, se niega a considerar que lo que escucha y lo que le aseguran, es verdad.

Es cierto que Berenice, ha estado estas últimas semanas distante, seca, fría y hasta grosera y descortés con él. De cierto modo, notó que la joven le rehuía y él no lo entendía. Mucho menos después de aquel beso que se dieron en uno de los jardines de la Hacienda Delvalle. Un beso que lo elevó al cielo y lo dejó suspendido en él, caminando entre nubes, por muchos días.

Sintió la fogosidad de su cuerpo, la ansiedad de sus secretos deseos y aunque en un momento quiso corresponderle y quemarse con ella en esa llama de placer que amenazaba con consumirlos, prefirió esperar. Quería respetarla. No someter a ninguna deshonra, ni habladurías a su futura esposa, la mujer con la que añoraba más que cualquier otra cosa, compartir el resto de sus días.

Desde ese beso, su deseo por verla se acrecentó. Las ansias de hacerla pronto su esposa lo desesperaban y se supone que ya faltaban solo unas pocas semanas para que todos sus sueños y anhelos al lado de Berenice se convirtieran en realidad.

Por las noches lo consumía el deseo abrasador de tomarla nuevamente entre sus brazos y olvidarse de formalismos y cortesías, de darle rienda suelta a esa pasión que ella despertaba en él y que sabía que una vez probara de ella, se perdería para siempre entre esas arrebatadas llamaradas.

Pero Berenice, cambió. Se alejó.

Lo evitaba, no le hablaba sino lo estrictamente necesario. Ni siquiera respondía sus llamadas. Y en las cenas de los viernes, se limitaba a sentarse callada, ausente y solo sonreía por cortesía. Ni siquiera aceptaba conversar a solas con él y ya ni que hablar de salir a dar un simple paseo.

Sin embargo, pese a todo eso, él siguió creyendo que solo eran cosas de mujeres, que todo estaba bien y que después de casarse, estarían mucho mejor.

Hasta hace un par de días que Tadeo y Elvira los visitaron, informándoles de una enfermedad incomprensible, de cancelaciones que dejaron sus sueños rotos, sus ilusiones destrozadas.

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