Capítulo 32. OSCURIDAD

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«En el abrazo del silencio, la oscuridad despliega sus alas, un manto de misterio cubriendo los rincones más profundos, estrellas encendidas danzan en su eterno vals nocturno, y en la sombra nace el encanto de los sueños ocultos»

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«En el abrazo del silencio, la oscuridad despliega sus alas, un manto de misterio cubriendo los rincones más profundos, estrellas encendidas danzan en su eterno vals nocturno, y en la sombra nace el encanto de los sueños ocultos».

«En el abrazo del silencio, la oscuridad despliega sus alas, un manto de misterio cubriendo los rincones más profundos, estrellas encendidas danzan en su eterno vals nocturno, y en la sombra nace el encanto de los sueños ocultos»

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—Esto debe ser una mala broma —dice Gustavo, consternado.

—No lo hagas más difícil —replica Berenice con aburrimiento.

Termina de ponerse las altas zapatillas y peina su larga y sedosa cabellera negra.

—Esto no puede acabarse, Berenice. Yo te amo.

Berenice respira profundo, con fastidio. Está harta de Gustavo, no soporta más su actitud pasiva, desabrida y complaciente. Han estado juntos por pocos meses, pero Berenice ha llegado a un punto de no retorno. No puede seguir fingiendo que todo está bien cuando no lo está.

Se acercó a Gustavo para aliviar el dolor del rechazo y la traición de Bernardo. Pensó que en los brazos del apuesto joven encontraría algo de paz y calma para todo el torbellino de pasiones intensas y violentas que dentro de ella se desata descontrolado. Pero, el sosiego fue momentáneo, solo fue un placebo fugaz que se extinguió casi tan pronto como apareció.

Gustavo es demasiado... dulce, cariñoso... empalagoso. Berenice no quiere un romance de novela. Ella quiere fuego voraz, pasión desbordada, lujuria insaciable, todo lo que tenía con Bernardo.

Gustavo no lo hace... mal, pero ella quiere más, mucho más y él jamás podrá dárselo, porque sencillamente, él no es Bernardo.

Gustavo no puede creer lo que está escuchando. En verdad, la ama. Con todas las fuerzas con las que un hombre puede amar a una mujer. Ha entregado toda su confianza, su apoyo, su amor. Es que es sencillamente inconcebible.

—Te amo, Berenice —la toma con un brazo por la cintura y con la otra mano la sujeta por la barbilla—. No puedes dejarme. He sacrificado mucho por ti. Me alejé de mi familia, enfrenté los rumores, yo...

—¡Suéltame! —exige soltándose con asco—. ¿Yo acaso te pedí que lo hicieras? —lo enfrenta con desprecio—. Nada de eso te pedí. Lo hiciste porque se te dio la gana.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora