Capítulo 8. REGRESA, MAMÁ

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"Y es aquí, donde mis estrellas se apagan, el viento me abraza muy fuerte, la soledad se vuelve mi amiga, y las voces en mi cabeza se llenan de frases involuntarias. Me duele haber tenido que esperar tanto para que las velas de mi corazón se apagaran, y sé que será difícil, que alguien las encienda otra vez".


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Su rostro delicado, sus mejillas rellenas y sonrosadas, sus ojos color cafés, en esos momentos cerrados, dejan ver su dulzura, entrega y sumisión. Su cabello está oculto debajo de un velo blanco, distintivo de las novicias; sus manos delgadas y sus dedos largos están entrelazados y apoyados debajo de la barbilla. Es todo lo que se puede ver, el resto del cuerpo de Mariana está escondido debajo de su hábito religioso.

De rodillas, frente al altar, reza las últimas avemarías del día.

No sigue siendo nada fácil su estadía en el monasterio. Los días son duros. Hay un horario y un estilo de vida muy rigurosos y exigentes. El encierro es lo peor.

Todo es triste, severo y silencioso dentro de aquellos largos y altos corredores con pilares de madera y desniveles con gradas. El patio central termina en piedra, con amplios jardines, una pileta y una estatua enorme de la virgen María. En un costado del jardín, a lo largo de todo el patio, están las puertas de las celdas donde duermen ella y sus otras compañeras. Nunca se habla ni en el comedor y mucho menos en la capilla donde se reza siete veces al día.

Su único contacto con el exterior, si es que se le puede llamar así, es por las tardes, cuando se retira a su celda, una habitación donde hay una cama, un pequeño velador, una repisa, una mesa, una silla, una cruz de madera, un baño y algunos cuadros religiosos. El pasillo que atraviesa tiene un balcón desde donde se ven las chimeneas que sobresalen de los grises techos cubiertos de teja del pequeño pueblo.

Han pasado ya ocho meses y su vientre está bastante abultado. Cada vez se le dificulta más levantarse, dormir es una verdadera proeza, sus pies están irreconocibles. Pero, aun así, siguen exigiéndole que realice las mismas labores. No hay privilegios, no hay condescendencias.

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