Capítulo 35. UN NUEVO AMANECER

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«Como dos estrellas errantes, se encontraron en el firmamento y crearon una constelación de amor»

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«Como dos estrellas errantes, se encontraron en el firmamento y crearon una constelación de amor».

«Como dos estrellas errantes, se encontraron en el firmamento y crearon una constelación de amor»

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Hace ocho años ya, que Paulina enviudó. Su amado esposo, Bernardo, enfermó de un momento a otro y a los pocos días murió. Fue en una tarde, como cualquier otra, cuando él empezó a sentir los malestares. Paulina terminaba de arreglarse para salir con él. Esa tarde irían al pueblo, se estaba celebrando para esos días las Fiestas de la Cosecha y a Paulina le gustaba mucho esa celebración. Días antes, junto a Bernardo, habían realizado la tradicional cabalgata y habían ido al rodeo a presenciar las competencias.

Rodrigo Sandoval, el hijo menor de Mariana, una vez más se había llevado el trofeo ganador. El muchacho es robusto, enorme, de brazos y piernas fuertes, no le fue difícil someter al toro bravío y se alzó de nuevo con la medalla de oro.

Pero, esa tarde, cuando Bernardo se disponía a encender el auto para partir, incesantes vómitos lo acosaron, fuertes retorcijones le torturaban el estómago. Paulina, angustiada y desesperada, condujo hasta el pueblo y de inmediato lo llevaron a cuidados intensivos. Horas después, Bernardo había perdido el conocimiento. Su cuerpo se retorcía bajo incesantes temblores y su piel hervía por el calor extremado de la fiebre.

Ningún galeno supo dar con un diagnóstico acertado. Durante días, Paulina y su hija Paola, lo vieron sufrir sin tregua, impotentes, por no poder hacer nada para calmar el dolor y el sufrimiento de Bernardo.

—Lo siento, señora San Miguel —dijo el médico aquella triste mañana—. Su esposo falleció hace unos minutos. Las causas son aún desconocidas. Nos arriesgamos a diagnosticar cáncer de estómago, aunque muchos de los síntomas no coinciden.

Paulina recibió la noticia con el corazón en un puño, su rostro palideció y sus manos se volvieron temblorosas. Las palabras que le comunicaban la trágica partida de su esposo se clavaron como afiladas dagas en su pecho. El mundo a su alrededor pareció desvanecerse en un instante, dejando paso a una inmensa sensación de vacío y desesperación.

Un grito ahogado escapó de los labios de Paulina mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos desconsolados, como un torrente incontenible que reflejaba el dolor más profundo que jamás había sentido.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora