Capítulo 21. LA OTRA CARA DE LA MONEDA

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Recostada en uno de los sillones de la sala, permite, a regañadientes, que el ama de llaves, quien es una de sus empleadas más cercanas, cure las heridas en su rostro.

—Falta poco, señora Paulina —avisa la empleada limpiando con una gasa la zona donde sangra—. No sea terca. Deje que la cure, ya estoy terminando.

—Ya está bien —se levanta—. Déjalo así —sonríe mostrándole gratitud—. Muchas gracias. Puedes retirarte.

—Llámeme si me necesita, por favor —pide la muchacha, con una sonrisa afectuosa y respetuosa—. Y no olvide tomarse los analgésicos.

Paulina asiente. Camina un poco y se detiene frente al enorme ventanal que muestra el lado este de la hacienda y el camino que conduce a los manzanos. Un sentimiento inexplicable la invade. Algo de celos, un poco de temor.

Los golpes en su rostro y los arañazos en su cuello la regresan a un pasado que ella sabía que tarde o temprano tenía que enfrentar. La presencia de Berenice en el pueblo y en la hacienda, la llena de temores y dudas, de recuerdos dolorosos, de angustias pasadas que ha querido desterrar de su mente y de su corazón.

Berenice está más hermosa que nunca, ya no parece una dulce y agradable adolescente, ahora luce como una mujer intimidante, capaz de conseguir todo lo que se proponga y ella, Paulina, aunque no quisiera, no puede evitar sentirse temerosa e insegura.

«¿Y si Bernardo aún guarda algún sentimiento hacia ella?», se pregunta triste. «¿Y si al final decide irse con ella como planeó hace unos años atrás?».

Ya no está desprotegido, ahora tiene los medios y la forma de emprender con ella la vida que hace unos años soñaron tener.

Una lágrima se desborda por sus mejillas, si eso pasa, ella tomará la misma decisión que tomó en ese momento. Lo dejará libre, dejará que sea feliz, si él al final decide que su matrimonio no es suficiente y que el amor que sintió por Berenice es más importante que todo lo demás, ella se retirará.

Siempre ha sido así, es su forma de ser, de pensar. Anteponiéndolo a él. Siempre se ha tratado de él, de su bienestar, de su felicidad.

Respira profundo y su mirada se pierde en el camino, pero ya no ve la hierba baja, ni los manzanos en la distancia. Ella ve una hermosa colina de dientes de león, saturada de césped verde florecido. Ve en la distancia un cielo rojizo imponente, unas nubes altas y anaranjadas. Siente una fresca brisa jugueteando con su cabello y lo ve a él, a Bernardo, a su lado, sonriendo, a pesar de que el dolor por los azotes en su espalda le desfiguran por momentos la dulce expresión.

Su mente se va entonces tres años atrás.

Recuerda que, una tarde de primavera, hace unas tareas escolares cuando la van a buscar unos empleados de la hacienda Delvalle; su madre, Virginia, concede el permiso para que se la lleven, sin darle ninguna explicación.

Dentro de la camioneta están Rebeca y Daniela, igual que ella, confundidas y nerviosas sin saber qué es lo que está pasando. Un rato después, al llegar a la Casa Grande, las hacen sentar en la sala principal y les ordenan que esperen.

Inquietas y asustadas guardan silencio, ya que poco a poco empiezan a entender de qué se trata todo aquello. Intercambian miradas donde se dicen una a la otra, sin palabras, que no dirán nada, que de ellas no obtendrán ni una sola frase y así lo hacen.

Cuando ven entrar a Berenice, el mundo se les abre a sus pies. Paulina confirma entonces que las han descubierto y que no les espera nada bueno en el futuro.

Berenice al verlas se desmaya y por un momento reina el caos por todo el lugar. Don Tadeo, sin siquiera pestañear toma el control de la situación, las hace sentarse de nuevo en el sofá y se llevan a Berenice para su habitación.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora