Capítulo 23. HASTA EL ÚLTIMO DÍA

93 7 0
                                    


Ahora, ahí de pie, tres años después, mirando sin mirar en la distancia, Paulina se pregunta, si todo no fue más que un maravilloso sueño con fecha de caducidad.

Todos esos años ha sido inmensamente feliz de todas las maneras junto al hombre que ama con todas las fuerzas de su alma y de su corazón. Siente que el amor de él es igual de fuerte y firme, pero, Berenice está de vuelta, ella está ahí, nuevamente.

Y fue a buscarlo.

Se aleja del enorme ventanal y sube a su alcoba. Se acuesta en su cama y deja que nuevas lágrimas fluyan de sus ojos hasta que, sin proponérselo, se queda dormida.

No sabe cuánto tiempo ha pasado, solo siente que unos fuertes brazos la abrazan con la cintura y un cuerpo grande y robusto se acomoda de espaldas junto al de ella.

Es él, su esposo.

Se da media vuelta y sus miradas se encuentran. Bernardo nota en su mirada enrojecida las huellas de un llanto prolongado. Sube la mano hasta sus mejillas y las acaricia delineando las huellas que las lágrimas dejaron a su paso.

—¿Por qué llorabas? —Pregunta preocupado.

—Ella ha vuelto —contesta con un hilo de voz.

—¿Y qué pasa con eso?

Ahora es ella quien levanta su mano y la posa en la mejilla de su esposo.

—Vino por ti. Vino a buscarte.

—Ya no hay nada para ella —se acerca a sus labios y deposita un suave beso—. Ya no hay nada aquí que le pertenezca.

—¿Qué sentiste cuando la volviste a ver?

—Me sorprendió —contesta con sinceridad—. No me lo esperaba. Pero, aparte, de la primera impresión, no pasó nada más.

—Está muy hermosa.

—Lo está —acepta.

Paulina baja la mirada y guarda silencio. Bernardo observa con detalle los golpes en su rostro y las laceraciones en su cuello.

—¿Por qué dejaste que te lastimara? Sé que pudiste defenderte.

—Pude defenderme —confirma.

—Pero no lo hiciste. ¿Por qué?

—Ella estaba en verdad, consternada, sorprendida y... necesitaba descargar su frustración, su dolor, su ira, yo solo... dejé que se desahogara.

—No hagas eso. No le debes nada.

—¿Eso crees? Siempre he vivido pensando que la traicioné, que no debí... que tú y yo...

—¿Te arrepientes? —Pregunta mirándola directamente a los ojos.

—Claro que no.

—Yo tampoco —la estrecha más contra él—. Entiendo que te sientas un poco insegura, pero, ¿acaso no te he demostrado todos estos años que mi amor y mi fidelidad están contigo? ¡Respóndeme, Paulina!, ¿Mis actos acaso te han hecho dudar en algún momento?

—No —solloza conmovida—. Nunca.

—Eres mi esposa, Paulina —murmura en voz baja y profunda mientras le acaricia el cabello— Y te amo —besa sus labios y se queda en ellos por un largo momento—. Te amo muchísimo.

—Te amo, Bernardo. Muchísimo.

Sus labios, firmes y carnosos, cubren nuevamente la boca de Paulina en un beso lento y suave, pero imparable. Paulina cede y abre los labios con un débil gemido de rendición. Él se gira un poco, hasta que la tiene tendida de espaldas. Entonces desliza la mano bajo su suéter, pasa sobre uno de sus pechos y toca aquel lunar que ella tiene en esa zona y que a él tanto le fascina.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora