Capítulo 20. COSAS DEL PASADO

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Es tiempo de cosecha. La hacienda San Miguel se llena de movimiento y alegría.

Tanto empleados como patrones se encargan de la recogida, seleccionando los mejores frutos con delicadeza y cuidado. Llegan recolectores de toda la región para unirse a la cosecha, así que el bullicio y vitalidad se incrementa al cien por ciento.

Inician la recogida desde que el sol les da suficiente luz, hasta que ya no puede verse con claridad el fruto que se está cosechando.

Para Bernardo es una de sus épocas favoritas. La disfruta tanto que se mezcla entre los jornaleros, siendo uno más de ellos. Bromea, ríe, comparte con ellos, es la parte más divertida de su labor como hacendado. Esos momentos que convive con más cercanía con sus empleados. Y ellos lo aprecian y le responden con cariño y afecto sincero.

La amistad y compañerismo viene desde muchos años atrás, cuando su padre, lo castigó quitándole todo y obligándolo a servirle como si fuese un empleado más de la hacienda.

Pero esos días para Bernardo, se tornan cada vez más lejanos, cada vez se desdibujan más en su memoria. En aquellos días un hondo dolor lo laceraba, una incesante agonía le quitaba casi que la capacidad de respirar con normalidad.

Fueron tiempos oscuros, pero ahora vive rodeado de luz, calma y felicidad. Le agrada su vida tal cual es en esos momentos, no quiere que nada la perturbe, que nada venga a dañar la dicha y armonía que ha conseguido al lado de Paulina.

Pero, lamentablemente, el destino siempre tiene planes en los que nunca suele consultar a los implicados.

—¡Bernardo! —Lo llama el capataz.

Subido en una de las escaleras y con una cesta cargada en su pecho, voltea y lo mira con interés.

—¿Qué sucede?

—Baja. Ocurrió un problema en la Casa Grande.

Inquieto y con el ceño fruncido baja y se acerca a su amigo y capataz de la hacienda.

—¿De qué se trata? —Pregunta, inquieto.

—Se trata de Paulina —respira hondo y se lleva las manos a sus caderas—. Fue agredida por...

—Don Bernardo, ¡Patrón! —El capataz es interrumpido por uno de los empleados que corre hacia ellos presuroso—. Disculpe, patrón —se quita el sombrero y lo saluda con una venia de respeto—. Una señorita insiste en hablar con usted.

—¿Es la misma que agredió a la señora Paulina? —Pregunta al empleado.

—Sí, patrón —contesta asintiendo con prudencia.

—Pero, qué... —intenta preguntar Bernardo sin comprender nada de lo que pasa.

—Ella llegó a buscarte a la hacienda y al encontrar a Paulina la agredió. Dijo que venía para acá.

—Habla claro de una vez, maldita sea —exige irritado—. ¿Quién...?

—Yo lo hice —contesta una voz femenina que se acerca imponente hacia él—. Y si no me la quitan le hubiese destrozado su hipócrita y traicionera cara de mosquita muerta.

Bernardo fija con desconcierto su mirada en la hermosa y deslumbrante mujer de cabellera negra, larga y sedosa que se acerca a él. Su mirada grisácea, tan brillante como siempre, enmarcada en unas larguísimas pestañas, lo observan con adoración y expectación y en sus rojísimos labios se dibuja una amplia sonrisa de emoción.

Es ella. Es Berenice.

Abre sus brazos y se lanza contra él, aferrándose con fuerza a su cuerpo, a su vida.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora