Capítulo 25. EL MATRIMONIO DEBE CONSUMARSE

92 10 0
                                    

ALFONSO

***

El dolor de cabeza es intenso, las venas en sus sienes palpitan con fiereza. Un entumecimiento muscular atormenta su cuerpo. La resequedad en su garganta es casi asfixiante. Siente cansancio, debilidad en las piernas, náuseas, mucha irritabilidad.

Una fuerte luz en alguna parte del techo le resulta tortuosa y le lastima las pupilas. Un sabor amargo en su boca le revuelve el estómago.

El suelo donde está acostado es de piedra. El espacio es enorme y luminoso. Su nariz es invadida por un fuerte olor a madera, aromas de especias, almendras y avellanas. También logra percibir un intenso aroma a vainilla, tal vez regaliz, incluso café.

Se levanta con gran esfuerzo. Aprieta los ojos con fuerza, intentando comprende dónde está y cómo llegó hasta ahí. El lugar está repleto de enormes tanques de acero e hileras de grandes barriles de roble.

Está en la bodega de vinos. Pero... ¿Cómo llegó hasta ahí?

Imágenes confusas llegan a su mente. Fragmentos cortos, borrosos, incomprensibles. Se pasa las manos por el rostro. Hace frío.

Recuerda a Daniela... su rostro lleno de lágrimas... él besándola, limpiándole las mejillas... recuerda la expresión en sus ojos... ¿Enojo? ¿Dolor?

«Mierda, ¿qué pasó?».

Hace un considerable esfuerzo por recordar, pero no consigue cazar ningún recuerdo. Solo cruzan rápidamente imágenes confusas y sin sentido.

«¿La habré lastimado?, ¡Cielos!, Espero que no».

Se levanta como puede y camina hasta la casa grande. El arrebol del amanecer empieza a teñir las nubes iluminadas por los primeros rayos solares. El cielo luce, en esos momentos, como un lumbroso abanico adornado con destellos dorados entre fulgores azules.

El aire es frío, puro, casi sanador.

Camina tambaleándose y con esfuerzo. Le cuesta un poco, pero lo consigue. Apenas llega, se dirige enseguida a la que se supone es su alcoba nupcial, ignorando las miradas curiosas y los murmullos indiscretos de los empleados. Pero, una vez frente a la puerta, cambia de idea, prefiere no entrar. Aún no está en condiciones de enfrentarla. Así que, se va a su antigua alcoba y toma una ducha caliente.

Ya cambiado y luciendo un poco mejor, decide, por fin, enfrentar a su esposa. Entra despacio en la alcoba, temiendo encontrarla aún dormida, pero se sorprende un poco al ver la cama perfectamente tendida y a Daniela frente al espejo de su tocador, terminando de colocarse unos pequeños pendientes de oro en forma de lágrimas. Ya tiene puesta la delgada cadena que le hace juego y cuyo dije en forma de cruz emana diminutos destellos. Siempre la lleva colgada en su cuello.

—Buenos días, Daniela —saluda amable, aunque con una tensión cortante en su voz, casi dolorosa.

—Buenos días —responde en voz baja.

Se da la vuelta quedando frente a él. Se para derecha y se cruza de brazos con un poco de timidez. Un leve temor danza en sus ojos cafés. Teme que quiera terminar lo que anoche, no pudieron ni siquiera empezar.

—¿A dónde vas tan temprano? —pregunta él frunciendo el ceño.

Daniela lleva su cabello recogido en una coleta alta. Su rostro sin ninguna gota de maquillaje. Está vestida con un sencillo vestido blanco estampado con diminutas ramas y mariposas azules, que se ajusta en su pequeña cintura con una franja delgada que le da resalta sus delicadas curvas y la tela de la falda cae en pliegues perfectos hasta sus rodillas. Lleva puestas unas sencillas, pero elegantes sandalias a juego.

INCONFESABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora