Capítulo 18. UNA VENTANA EN EL CORAZÓN

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La fiesta trascurre mucho mejor de lo que los dos esperaban

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La fiesta trascurre mucho mejor de lo que los dos esperaban. A juzgar por el número de personas que asisten, además de los invitados, Mariana presume que la mitad de la región debe estar allí.

Ellos no se separan ni un solo minuto. Posan para las fotos, saludan a los invitados, comparten con sus amigos y familiares siempre tomados de la mano, siempre sus cuerpos pegados uno al otro. Intercambiando una que otra caricia, compartiendo uno que otro beso.

—Nos vamos en unos minutos —le dice mientras bailan en la pista una canción de moda—. Ve a cambiarte. Lo tendré todo listo cuando regreses.

Mariana está embriagada de él, bebiendo una vez más, del aliento que le deja en sus labios.

—Sí, señor —sonríe emocionada.

Le encanta que le hable así, con firmeza y autoridad. Eso, lejos de intimidarla, la hace sentir segura y protegida. Ella se va y obedece. Arde, igual que él, en deseos por consumar ese matrimonio.

Una hora, después de las despedidas y abrazos fraternales, ya están en la alcoba donde pasarán su noche de bodas.

—Voy a cambiarme —informa Mariana con las mejillas encendidas.

—Ven aquí

Genaro la toma entre sus brazos, y sin más esperas, se adueña de sus labios, como ha querido hacer desde que salieron de la carroza matrimonial. Ambos tocan el cielo. Una melodía celestial enturbia sus sentidos.

Con el brazo derecho le rodea la espalda y su mano izquierda se dirige a su nuca. Abre más la boca y le acaricia entre los labios con su lengua, provocando un inmediato cosquilleo entre sus piernas.

Su mano agarra la coleta alta que ella lleva y tira de su cabeza hacia atrás mientras su boca recorre su garganta. Unos segundos más tarde, su cabello largo y sedoso, cae sobre sus hombros y él pasa sus dedos por él, acunando su cabeza entre sus manos mientras su boca choca con la suya una vez más.

Mariana le rodea la cintura con los brazos y aprieta su torso contra el suyo, sintiendo el bulto de sus pantalones grueso y duro contra su abdomen.

El largo beso la deja sin aliento. Sus brazos la rodean con mucha más fuerza. Su cuerpo la obliga a retroceder unos pasos mientras su boca devora la suya sin piedad. Se separa un poco de ella, la levanta en sus brazos y la lleva a la cama.

Las cortinas están cerradas, pero una lámpara en la mesita de noche está encendida, iluminando sus ojos oscuros y hambrientos mientras acomoda a Mariana sobre la extensión de las sabanas y él se quita la chaqueta.

Ella se apoya en los codos y lo ve quitarse la camisa y desabrocharla, deshacerse de los zapatos, los calcetines y el cinturón... todo ello en menos diez segundos.

Mariana por primera vez, puede ver su pecho desnudo.

—Alabado seas, Señor —exclama impresionada—. Por fin me has bendecido.

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