XXXIV

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Hubo ocasiones en el que mi corazón se detuvo por completo al ver la espada de Roan amenazando, en repetidas ocasiones, con cortar a Lexa por la mitad, con atravesar su torso entero o con separar su cabeza de su cuerpo.

Los murmullos, los sobresaltos, las exclamaciones de todos quienes se encontraban observando la pelea no me ayudaban a conservar precisamente la calma. Cerré mis puños con la esperanza de que todos los sentimientos que me acechaban y comenzaban a arremolinarse en mi estómago se disiparan al momento en el que abriera las palmas.

Sentía el latir de mi corazón en mi garganta, en mi cabeza, en mis manos. Sentía el latir de mi corazón en los lugares en los que nunca creía que los sentimientos se asomarían; sin embargo ahí se encontraban con una fuerza desmedida, con una fuerza con la que no estaba acostumbrada a lidiar. De pronto comencé a desear por que mi ser tuviera la habilidad de arrancarse el corazón y todo lo malo que en él cargaba, teniendo la certeza de que sería menos doloroso que todo lo que mis ojos presenciaban.

Las gotas de sangre que ahora eran parte del suelo pertenecían a Roan en la misma cantidad en la que le pertenecían a Lexa. No parecía haber ningún detalle en específico que le otorgara la victoria a alguno de los dos, ningún indicio del camino que tomaría mi vida después de que éste combate de pesadilla terminara.

Y eso me mataba.

Llegó un momento en la que la tensión se encargó de adueñarse de todos quienes éramos testigos del enfrentamiento cuano Lexa quedó de espalda contra el suelo, sin ninguna de sus dos fieles espadas que le ayudarían a hacer de aquel un enfrentamiento justo y Roan con la completo disposición de atravesar su pecho con el filo de la lanza que presumía tener entre sus manos. Todos en el lugar guardaron silencio y observé casi con desprecio la manera en la que Titus se dejaba caer rendido en una de las sillas a la espera de que el final de Lexa llegara mucho más pronto de lo que a cualquiera de nosotros le gustaría; pero a todos nos quedó claro que no sería su final al momento en el que logró esquivar el firme ataque de Roan y descompensarlo ayudándose de una patada en la espinilla.

La noción del tiempo pasó a ser un recuerdo tan lejano que sólo me centraba en la manera en la que, al fin, Lexa tuvo las fuerzas suficientes para darle golpe tras golpe a Roan con ayuda de la gran arma con la que se había adueñado y ahora cargaba, hasta que él cayó de lleno en el suelo y la afilada punta de la lanza de Lexa tocó su barbilla con determinación.

—¡Levántate! —gritó la reina Nia en Trigedasleng levantándose de su asiento con furia y provocando un sobresalto de sorpresa entre toda la multitud que se encontraba frente a ella—. ¡Si mueres ahora no morirás como un príncipe, morirás como un cobarde!

Silencio entre el público, silencio entre los asientos en los que cada uno de los embajadores de los clanes se encontraban, silencio entre Lexa y Roan o, al menos, eso fue ante lo que mis ojos pareció ser.

Al final de la pelea, ocurrió lo que nadie en el público, en las sillas de los líderes, ni siquiera Roan yaciendo en el suelo con una mirada que acumulaba miedo, pero esa decisión por partir de éste mundo latente en su postura estábamos esperando.

Lexa lanzó con tal fuerza, con tal precisión su lanza por encima de su víctima. El arma voló por los aires con una dirección clara: el pecho de nadie más y nadie menos que de la Reina Nia.

La sangre escurrió de sus labios, su cuerpo se deshizo la vida que cargaba al tiempo en el que todo el mundo soltó un grito ahogado y observaban la manera tan rápida en la que su presencia se desvaneció de todo lo que solía ser.

Yo no me quedé atrás en ningún momento, pude sentir mis párpados alzarse mucho más en un signo de auténtica sorpresa y tomé una bocanada de aire al momento en el que me sentí duela de cada pieza de mi cuerpo una vez más.

MY BLOOD | jasper jordanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora