MY BLOOD | jasper jordan

XVIII

Jasper apenas podía cargar en sus brazos la caja con regalos que los habitantes del Monte le habían dado en señal de agradecimiento por salvar la vida de Maya. Entró al dormitorio con pasos torpes y con alguna que otra mirada juzgadora dirigida hacia él. Estas eran evidentes, tanto que Jasper se percató de cada una de ellas, mas no les dio la importancia que creían que merecían quienes las cargaban.

Yo permanecía en mi cama, me sentía mucho más tranquila estando rodeada de quienes se consideraban sus amigos después de varios días en los que ellos se percataron de que yo no tenía intenciones de lastimarlos siempre y cuando ellos hicieran lo mismo conmigo, además de que el tipo de relación que Jasper y yo llevábamos había comenzado a ser latente entre todos ellos y, con la noticia de que una niña estuvo al borde de la muerte, en sus mentes quedaba la idea de que tendrían amenazas mucho mayores frente a ellos que una intrusa en los dormitorios como lo era yo.

Jasper llegó a su cama —la cuál se encontraba justo por debajo de la mía— y dejó la caja en el suelo. Sin dudarlo subió por las escaleras para acomodarse junto a mí y dejarse caer de espaldas sobre el colchón, inhalando todo el aire que sus pulmones eran capaces de almacenar y después liberándolo con un sonoro suspiro.

—Alguien ha estado ocupado —le dije sonriendo cuando él volvió a abrir los ojos.

—La vida de una celebridad es ajetreada.

Traté de estar con él el mayor tiempo que me fuera posible cuando aún estaba conectado a varios dispositivos los cuatro días que estuvo en el ala médica, nunca les tendría la confianza a la doctora como para dejarlo solamente con ella. No supe cuándo decidieron que era momento de de que regresara con nosotros pero estaba segura de que su regreso había estado lleno de encuentros con desconocidos y, por más halagado que pudiera llegar a sentirse, necesitaba un descanso de todo lo que le había pasado en aquel tiempo.

Seguí su ejemplo, dejándome caer de espaldas y quedar recostada a un lado de él. Le habían llovido los agradecimientos y sonrisas ajenas gracias a su valentía y abnegación, pero, por cómo sus ojos miraban el techo, sabía que había algo más que se estaba guardando.

—Me encontré con el presidente Wallace en mi camino de regreso —comenzó a decir de repente, atrayendo toda mi atención en un santiamén—. Mencionó que la montaña jamás estuvo diseñada para mantener a sus habitantes a salvo por tanto tiempo y... me pidió que tratara de persuadir a los demás para que hicieran lo que yo hice.

Fruncí los labios en una fina línea, sabiendo de dónde venía su tono dudoso y preocupado pero sin entender del todo la razón por la que me lo estaba contando. Se percató de mi incertidumbre y fue entonces cuando decidió aclarar las cosas sólo para mí.

—Si lo que Clarke dice es cierto entonces liberarán a tu gente y nadie tendría que salir herido.

Sentí una leve punzada en el pecho, ¿de verdad estaba dispuesto a poner en el riesgo que él mismo se puso con la finalidad de hacer que mi tristeza y estrés desaparecieran? Había visto de frente por todo lo que tuvo que pasar por sólo decidirse a ayudar a una niña indefensa y era algo que no me hubiera gustado verme envuelta.

—No tienes que hacerlo —le dije cuando se levantó del colchón y bajó de la cama con un salto.

—Pero quiero —respondió dirigiéndome una sonrisa para que me calmara—. Lo tengo, vamos a estar bien, ¿de acuerdo?