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Los invasores iban a matarse entre ellos antes de que cualquiera de nosotros o alguna amenaza externa como lo era la niebla ácida se encargara de hacerlo.

Uno de los suyos a punto de morir. Al menos tres muertes debido a la niebla ácida. Un asesinato. Un suicidio. Un exilio.

Sin lugar a dudas había sido una primera semana complicada para ellos.

A pesar de todas las pérdidas que habían presenciado y, seguramente, todas las que vendrían más adelante, tarde o temprano serían compensadas. Aún no tenía en claro cuánta de su gente aún permanecía arriba y cuál era el trato que los invasores tenían con todos ellos, pero tal parecía ser que no contemplaban dejar de llegar.

Muy poco tiempo después de que una chica cayera en lo que parecía ser una nave pensé que tendría que prepararme para cualquier contingencia. Habían demostrado ser valerosos y, hasta cierto punto, impredecibles: parecía ser que algunos de ellos no estaban de acuerdo con la idea de que los podrían tener compañía de los suyos dentro de un tiempo y las cosas que hacían para evitarlo eran distintas a cómo creía que serían. No parecían guardar rencor al hecho de que Jasper estuviera a punto de morir por mi culpa y eso me relajaba, pero no podría darme el lujo de pasar sus acciones desapercibidas.

Miré la bolsa de cuero que colgaba de mi cinturón que pretendía guardar y cuidar con mis provisiones sólo para toparme con el vacío con el que había estado cargando desde un tiempo. Inflé las mejillas.

Tendría que regresar a Polis.

El camino de lo que parecía ser su campamento —ahora rodeado por un muro lo suficientemente alto para que nadie pudiera entrar si no lo tenía permitido— hacia Polis comenzaba a parecerme más corto. Bufé, no había realizado dicho trayecto tantas veces como para que me diera aquella sensación. Aún así sabía que mi creencia era errónea, pues la noche ya había caído una vez que me encontraba en las afueras de la capital.

Cuidándome de los muy pocos guardias que vagaban a los pies de la gran torre en la que residía —o al menos en la que solía hacerlo— me escabullí de nuevo a mi habitación. Era mucho más sencillo hacerlo por la noche considerando que la única forma de iluminar el lugar era con antorchas demasiado anticuadas para mi gusto.

Entré a la torre y subí con cuidado las muchas escaleras que, eventualmente, daban a la puerta de la habitación que compartía con Chantria.

Chantria.

No era que no hubiera pensado en ella desde nuestra discusión. Era como mi hermana, imposible hacer que desapareciera de mis pensamientos con tanta facilidad y más considerando que había sido yo la causante de nuestra pelea, sino que me aterraba pensar en lo que pudiera decir de mí si me reencontraba en esta circunstancia. Ella era lo único que me quedaba, lo último que quería era que me diera la espalda.

Sacudí mi cabeza, reanudando el camino de las escaleras hacia arriba. Entre más me entretuviera pensando en las cosas que tanto me mortificaban más 

Una vez que llegué al piso de mi habitación tomé un largo respiro y entreabrí la puerta, observando las luces apagadas y ni un sonido que indicara que alguien se encontrara dentro. Bien. Sabía que a estas horas Chantria se encontraba en lo que, para nosotras, era el mercado. Solíamos salir juntas todas las noches antes del toque de queda, sin excepción, y me alegraba saber que mi ausencia no le había afectado.

Entré a hurtadillas a la habitación. No importaba que estuviera oscuro, había pasado el suficiente tiempo ahí dentro como para recordar cada detalle del lugar. Me dirigí con pasos sigilosos a mi cama y la rodeé, trepándome en el viejo mueble que guardaba mi ropa y las armas que alguna vez me dieron. Había demasiadas ahí, y la realidad era que sólo hacia uso de mi lanza y la daga que Chantria me había regalado. De nuevo parecía que no dejaba de pensar en ella. Era comprensible por parte, habíamos estado juntas por demasiado tiempo, no era sorpresa que considerara que ella ahora fuera una parte importante de mí.

MY BLOOD | jasper jordanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora