XXI

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Cuando abrí los ojos por la mañana no me imaginé que terminaría en el despacho del presidente Wallace sentada en una de sus sillas de brazos cruzados y con Miller a un lado mío sosteniendo un algodón que parecía estarle ayudando a detener el sangrado en su nariz que yo había provocado.

Jasper había insistido en acompañarnos y forcejeó contra los guardias que trataban de mantenerlo quieto para evitar que nos siguiera mientras que los demás nos escoltaban a Miller y a mí hacia la oficina del presidente, aunque todos sus intentos fueron en vano. Un tiempo después cedió, sin dejar de tener dirigirme una mirada consternada y una mueca que pretendía ser una sonrisa para hacer que me calmara.

Para aquel momento las lágrimas seguían saliendo de mis mejillas, iba a ser difícil pasarlas por alto puesto que mis ojos también ardían y me daba la sensación de que estos estaban inyectados de sangre por la presión que había demostrado, pero ya no había manera de deslindarme de lo que estaba pasando. Derribar a todos los guardias tampoco me pareció que fuera el movimiento más inteligente puesto que sabrían que no era parte de ellos y terminaría encerrada en una jaula en un abrir y cerrar de ojos.

El presidente entró a la habitación con pasos lentos pero seguros, con sus manos por detrás de su espalda y su figura erguida. Se veía mayor, demasiado, en realidad, pero algo en su manera de entrar a la habitación daba a entender que aún contaba con la fortaleza y perseverancia de lidiar con todos los problemas que podría llegar a tener el lugar sobre el cual estaba a cargo, justo como Lexa. En éste caso no se iba a dejar derrotar por un par de adolescentes que habían perdido el control y comenzado una pelea; tenía cosas mucho más importantes de las cuáles preocuparse. Rodeó nuestras sillas y se sentó encima de su escritorio en un intento de parecernos amistoso independientemente de la razón por la cual estábamos ahí en primera estancia.

—¿Quién soltó el primer golpe? —preguntó de inmediato.

Sus mirada divagaba de la figura de Miller a la mía y viceversa, sin dejar de ser autoritaria. A pesar de que buscaba esbozar una leve sonrisa para hacernos sentir más calmados sólo lograba fruncir sus labios de una manera extraña y, por ende, la incomodidad nos inundaba a Miller y a mí.

Manipulé mis manos con brusquedad en mi regazo. Sabía sacar a Lexa de sus casillas y ni siquiera tenía que esforzarme porque volviera a verme con buenos ojos después de algunos días; pero con éste tipo de líder las cosas parecían ser muy distintas.

—Escuchen, chicos —comenzó a decir cuando él se sintió igual de incómodo que nosotros en el silencio que se hizo presente en la habitación—; ustedes son los invitados en éste lugar y no buscamos nada mas que mantenerlos a salvo, pero deben saber que no podemos darnos el lujo de tolerar cualquier tipo de violencia con el peligro tras nosotros como nunca antes había ocurrido —se levantó, comenzando a caminar lentamente por toda la habitación y apreciando lo que la decoraba a pesar de haber estado ahí incontables veces— por lo que de verdad les agradecería que me dijeran quién comenzó con la pelea y cómo fue que ocurrieron las cosas.

No notaba ningún tono dubitativo en las palabras que nos dirigía y sus intenciones parecían ser honestas. Estaba consciente de que atreverme a decir la verdad podría traernos a ambos terribles consecuencias, mas sabiendo que el presidente estaba completamente seguro de que nunca pertenecí con los delincuentes y la bolsa plástica con mi sangre con la que me topé cuando desperté en el pabellón de cuarentena eran suficiente razón para que se diera cuenta.

Aún así, salir de la habitación lo más pronto posible y dejar de tener la mirada acusatoria de Miller taladrándome la nuca no parecía ser tan mala idea.

Tomé aire, dispuesta a decir que fui yo quien casi le rompe la nariz a Miller hasta que él habló primero.

—Yo lo hice, señor.

MY BLOOD | jasper jordanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora