D Í A 5

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꧁ F U T U R O ꧂


—Pueden irse —el profesor García terminó su clase e iba a salir cuando me detuvo—. ¿Cómo van tus padres?

—De maravilla, agradezco su ayuda —sonreí.

—Fue un placer. Ahora ya sabes manejar algunas cosas más, puede servirte en el futuro —asentí.

—Gracias profesor.

—Tenga un buen día señorita Naumann.

Salí del aula y después del edificio, Aidan ya me esperaba ahí con una sonrisa y su Rayban puestas.

—No tenemos que vernos todos los días, ¿sabes?

—Solo tengo un mes, debo aprovechar cada segundo —entorné los ojos—. ¿Tienes algo que hacer hoy?

—¿Por qué?

—Planeo quitarte todo el día —dudé un momento—. Lo tomaré como un si.

Me tomó de la mano y me jalo para caminar con él, lo peor fue que no me opuse a que lo hiciera. No dijo nada hasta que salimos del campus y nos dirigimos a un parque cercano.

—¿Vamos a alimentar palomas?

—Vamos a rentar bicicletas —señaló donde se hacía aquello.

—¿Quieres que deje el hígado por ahí tirado? —fruncí el ceño.

—Solo será un paseo no una carrera de ciclismo —puso los ojos en blanco divertido—. Si quieres rentamos una doble, ya sabes, de pareja —me guiño.

—No, mejor cada uno por su lado.

Él rió y fuimos directo a rentar las bicicletas, sencillas y ligeras, las tendríamos tres horas y el parque era grande así que comenzamos a andar durante un muy largo rato. Pedalee dejándolo atrás y Aidan me alcanzó así que acelere y sin darnos cuenta terminamos en una pequeña carrera.

—¡Aidan! —reí cuando esquivó a un niño.

Siempre los niños.

—Así se me quitan las ganas de tener hijos —me alcanzó.

—¿En serio?

—Bueno, si quieres podemos tener uno o dos, futura señora Gallagher —sonrió ilusionado.

—Gana el que llegue a la banca.

Acelere dejándolo atrás sintiendo mis mejillas arder y el corazón acelerado, seguro por la pequeña carrera. Llegué a la banca y me senté viendo a Aidan llegar detrás de mí.

—Bueno, tu ganaste princesa. Espera, ¿qué ganaste?

—¿Qué tal un día sin ti? —Aidan hizo un puchero.

Joder, se ve tan tierno.

—¿No puede ser otra cosa? —siguió su puchero, suspiré.

—Está bien, lo veremos después —sonrió.

Nos quedamos en silencio mirando a las personas que paseaban por ahí, me recargue en el respaldo relajandome totalmente. La tarde era cálida a pesar de que otoño estaba a casi nada de llegar.

—Es lindo, ¿no? —dijo.

—Mucho, es relajante.

—Lo es.

Su dedo meñique tocó el mío hasta tenerlo encima queriendo entrelazarlos, sentí mi corazón latir con fuerza y los nervios en la boca del estómago. Su meñique al fin abrazo el mío con suavidad, mantuvimos la mirada al frente.

—¡Te dije que llegaba a las seis, faltan diez minutos exagerado! —una mujer que hablaba por teléfono paso frente a nosotros gritando.

Aidan y yo nos miramos al mismo tiempo, habíamos hecho la renta de las bicicletas a las tres de la tarde, lo que quería decir que teníamos diez minutos para llegar.

—Yo no voy a pagar el recargo —advertí subiendo a la bicicleta.

—Pedalea —empezamos a andar.

Pedale con fuerza pero a mitad de camino nos dimos por vencidos, eran ya seis y cinco así que terminamos en un nuevo paseo lento por el parque y riendo de nuestra desgracia que nos costó veinte dólares extras.

—Voy a culparte de esto —reí cuando nos alejamos del local.

—¿Y por qué a mi?

—Fue tu idea —sonrió.

—¿Y que puedo hacer para que me perdones, bella princesa?

—Que tal si mañana almuerzas conmigo y Julio.

—No creo que a Julio le agrade la idea.

—¿De qué hablas?

—No le agrado —rió.

—Ya se le pasará —sonreí.

—Aún que quisiera aceptar, tengo que juntarme con unos compañeros para una exposición este jueves, ¿puedes creerlo? Recien iniciamos hoy clases y ya hay trabajos —reí.

—Bienvenido a la vida universitaria.

—Agh, la vida en Seatlle era más sencilla —bufo.

—Ya lo creó, todas mias —dije para molestar.

—Odio eso —reí cuando vi su cara, después sonrió—. Aún con el rumor de Esmeralda, la vida en esa etapa fue mejor.

—¿Ah si? —ni yo sabré porque sone tan decepcionada.

—Con un poco más de valentía me hubiera vuelto a acercar a ti —nos detuvimos al entrar al área de mi residencia—. No sé, quizá debí ir a ti un día en el almuerzo y presentarme aún que ya supieras mi nombre —abrí ligeramente mi boca sorprendida—. Volver a iniciar.

—El pasado es eso Aidan, ya no puedes cambiarlo.

—El futuro si —susurró.

No respondí, solo gire sobre mis talones y me fui dejándolo ahí sintiendo el revoltijo de mi estómago y mis manos sudar, así como unas incontrolables ganas de llorar.

¿La razón?

La razón era sencilla porque tiene nombre y apellido.















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Capítulo cortito.

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Treinta días para enamorarme || 2 || AG [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora