D Í A 1 7

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꧁ P E R F E C T ꧂

—Y con esto caballeros, ganó yo —jale el tazón de cacahuates que usamos de apuesta.

—Eres peor que las señoras jugando bingo —el Señor Harries dejó sus cartas sobre la mesa.

—Bien jugado, señorita —el Señor Morrison me sonrió.

—Gracias —le devolví la sonrisa, mi teléfono sonó—. Discúlpenme un momento.

Me alejé un poco para atender la llamada de Sasha, ella había salido con Sofía de compras y Erick fue arrastrado, seguramente Sasha haría que cargará las bolas.

—Hey, ¿qué pasa?

¿Dónde estás?

—Vine con Aidan al asilo —sonreí.

Se los dije —Sofi rió.

Julio mencionó un lugar para cenar, iremos a las ocho, ¿se apuntan?

—Le preguntó a Aidan, pero yo supongo que si Sash.

Genial, los vemos al rato.

Colgué y miré el reloj, eran siete y cuarto, lo que decía que las visitas habían terminado hace no mucho. Miré en dirección a Aidan, estaba entretenido en el círculo que la señora Robinsón formaba con sus amigas de tejido.

—Debo irme —hable cuando me acerqué al señor Harries.

—Gracias por venir, niña —me agache a su altura y deje un beso en su mejilla.

—Vendre probablemente el lunes —sonreí y me alejé en dirección a Aidan.

Aidan me daba la espalda, tuve que acercarme más para ver que estaba totalmente concentrado mientras las ocho mujeres del círculo le daban indicaciones y lo animaban a seguir; Aidan tenía entre sus manos un tejido que él mismo hacía con un poco de dificultad, podía ver como su lengua presionaba su mejilla por dentro, así de concentrado estaba.

—¿Aidan? —dije riendo.

—Princesa —sonrió y me mostró el tejido con emoción—. Mira.

—Es un lindo tejido —lo miré divertida al no saber que era exactamente—, amo el color, es mi color favorito.

—Se que aun no tiene forma, pero te prometo que dentro de poco tomará la forma de una bufanda —dijo con orgullo.

—Seguro que si —sonreí—. Son las siete y cuarto, debimos habernos irnos ya.

—Es verdad —miro a la señora Robinsón—, vendré la próxima semana.

—Claro cariño, yo guardaré esto para ti —sonrió tomando el tejido de Aidan.

—Gracias señora bonita —beso su mejilla y vio al resto de las mujeres—. Preciosas damas, las veré pronto.

Tosas más señoras se despidieron de él y por fin salimos del asilo, no sin antes despedirnos del enfermero André -si, la víctima del golpe del plátano- y la recepcionista Mariana. Subimos al auto y recordé la llamada de Sasha.

—Los chicos quieren que vayamos a cenar no se que en no se donde, ¿quieres ir? Irán a las ocho.

—Uf, cenar no se que en no se donde, siempre tengo antojo de eso —rió y golpeó levemente su hombro—. Claro, vamos.

Aidan condujo hasta la universidad, llegamos al estacionamiento al cuarto para las ocho, ya no tenía caso ir a nuestros edificios, esperaríamos ahí a los demás. Estacionó el auto, pero no lo apago para que la música siguiera sonando.

Treinta días para enamorarme || 2 || AG [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora