D Í A 6

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꧁ G A R D E N I A S ꧂

Conocí a Aidan cuando recién cumpliríamos siete años, estábamos en el segundo grado y era la segunda semana después del inicio de clases, el recuerdo de ese día no sabía que seguía en mi memoria y sobre todo, que estaba tan bien detallado.

Las clases habían iniciado y la maestra iba a empezar su clase, me recuerdo sentada en mi pequeño pupitre mirando a una catarina volar fuera de la ventana, era pequeña pero yo la vi a la perfección.

Buenos días profesora Judy —el director entró con un niño detrás de él—. Aquí está su nuevo alumno. Niños, buen día —dejó al pequeño a su suerte.

Ven cariño, presentate a la clase.

Amm —miró a todos torciendo sus deditos con nerviosismo—. Soy Aidan Gallagher y nos mudamos hace unos días.

¿Vienes de otro país? —Esmeralda casi se levanta de su lugar emocionada.

N... No, soy... Vengo de los Ángeles.

Pues bienvenido, Aidan, puedes sentarte.

Aidan se sentó dos filas a mi lado, dejo con nervios sus cosas y se mantuvo cayado todo el tiempo. Ese día, durante el recreo y mientras todos jugaban, yo me quedé en una mesa de picnic apartada del patio escolar, me gustaba estar sola y a veces no me sentía parte de mi grupo.

Ho... hola —el pequeño Aidan de siete años me miró sonriendo con timidez y al igual que yo, tenía ausencia de algunos dientes—. Soy Aidan Gallagher y bueno... ¿porque estas aquí sola? —me encogi de hombros—. Somos compañeros.

Lo sé —le sonreí—. ¿Por qué te mudaste?

Por el trabajo de papá.

¿Extrañas Los Angeles?

No mucho, mi abuelita está aquí en Seattle, así que eso es suficiente —sonreí y le extendí mi tazón de uvas.

¿Quieres?

Gracias —tomo unas cuantas—. ¿Sabes? Somos vecinos.

¡¿La casa beige?! —le grite emocionada y él asintió completamente feliz—. Eso es genial, somos vecinos.

Y si quieres podemos ser amigos —extendió su pequeña mano en mi dirección.

¿Amigos? —la tomé.

Recuerdo la sensación de su mano con la mía, el brillo de esos ojos verdes y la sonrisa de un solo hoyuelo, recuerdo que mi pequeña yo quedó maravillada con dicha escena y que solo pensaba que Aidan venía de un lugar con un nombre digno de él.

Amigos —rió.

Amigos, Angel —borro su sonrisa.

¿Qué pasa? —me miró triste.

No me llamó Ángel.

Lo sé, pero te pareces a uno —se sonrojo recuperando su sonrisa—, y eres de los Ángeles.

Yo lo había dicho con total inocencia, pues en casa de mi abuelo había una pintura con un ángel de ojos verdes como protagonista y me había recordado a Aidan. Fue cuestión de minutos para hacernos amigos, íbamos y regresabamos juntos de la escuela, jugábamos después de clases y conocimos a cada miembro de nuestras respectivas familias.

—Es todo por hoy, pueden irse —la voz de mi profesor de estadística me trajo de regreso de mis pensamientos.

Sali deprisa un tanto apenada por haberme perdido la clase recordando, Julio también salía de su clase y nos encontramos para ir a almorzar, moría de hambre.

—¿Qué tal tu clase?

—Bien —sonreí—, supongo —susurré más para mi.

—Se me antoja una hamburguesa, ¿a ti?

—Suena bien —reí—. Mamá me matara cuando sepa lo mal que me alimento.

—La mía hará lo mismo, moriremos juntos —reí.

Una hamburguesa con papás y un jugo de naranja natural era mi almuerzo, lo que me gustaba de comer por aquí era pedir la comida e irme con Julio a algunos de los jardines para comer. Muchos ocupaban el césped para tomar una siesta, estudiar, comer o pasar un rato con sus amigos.

—Deberíamos comer más sano —me dijo mientras mordía mi hamburguesa—. Ya sabes, quizá seguir el ejemplo de Aidan y ser veganos.

—Lo intente, pero soy débil a estas delicias —le enseñe mi hamburguesa.

—¿Cómo que lo intentaste?

—Amm si, a los doce intente serlo, alguien dio una plática sobre el cuidado del medio ambiente y bueno, eso fue parte del tema pero no pude.

—No sabía eso —le sonreí, Julio miró sobre mi hombro y puso mala cara—. Tengo que dejar de mencionarlo, ya lo invoque —bufo.

—Princesa —gire mi cabeza y me puse de pie—. Que bueno que te encontré rápido, son para ti.

Aidan me dio un pequeño ramo de gardenias blancas, el aroma llegó a mi haciéndome sonreír, aún así suspiré y lo mire.

—Creí que te dije que las flores no eran el mejor obsequio para mi, el girasol ya murió y como dije, terminó en la basura.

—¿Tan rápido? —Julio rió, lo miré—. Y yo que pensé que te duraría una semana.

—No se cuidarlas —mire a Aidan otra vez.

—Lo recuerdo —no quito su sonrisa—, pero quería regalarte estas que si te gustan.

—Gracias Aidan —sonreí ligeramente.

—Tengo que irme, veré a mi equipo —bufo y me reí.

—Nos vemos luego.

—Te veo luego, princesa —me sonrió y se alejó.

—Ya acéptalo —mire a Julio.

—¿Aceptar qué?

—Que te gusta el chico de las flores.

—¿Chico de las flores? —reí.

—No cambies el tema —negó divertido.

—No hay nada que aceptar —recogí mis cosas—. Debo irme, tengo clases en quince minutos, ¿nos vemos para cenar?

—Claro.

Camine de nuevo al edificio donde seria mi clase, tenía el ramo en la mano derecha y sonreí al verlo, un nuevo recuerdo llegó a mi y dudaba que de eso se acordará Aidan.

Era mi cumpleaños, dieciséis de Noviembre para ser exactos; Aidan y yo teníamos ya tres meses de ser amigos y claramente lo había invitado a mi cumpleaños siete.

¡TN! —corrió a mi.

¡Angelito!

Te traje algo —sonrío y me dio una bolsa de regalo—. Mi mamá lo escogió.

Gracias —sonreí.

-Y yo quise darte esto —me tendió una pequeña flor blanca—. Crecen en el jardín de mi abuelita y me recordó a ti.

¿A mi?

Eres tan bonita y especial como esta flor.

Recuerdo sentir que sería lo más bonito que alguien me diría en la vida y quizá era así, las palabras venían de un Aidan inocente de siete años, palabras honestas y que me hicieron amar las gardenias blancas.














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Treinta días para enamorarme || 2 || AG [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora