D Í A 1 9

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꧁ P E T A L O S ꧂


Terminé mis clases, terminé mi tarea y había pasado una agradable tarde.  Me di un ducha, me puse mi pijama favorito y me quedé viendo películas desde mi computadora el resto de la tarde. A las ocho mi estómago gruñó, tenía hambre y pereza pero más hambre, me puse una chamarra sobre el pijama y baje a la pequeña cafetería cercana a mi edificio para comprar algo que cenar.

Un emparedado con papás y un jugo de naranja, no sonaba mal para ver una siguiente y última película; regrese a mi habitación y entré deprisa, me quedé pasmada al ver a una persona de pie viendo unas cuantas fotos que tenía en un corcho colgado sobre mi escritorio.

—¿Qué haces aquí? —giro a verme deprisa.

—Antes que nada quiero informarte que venía a verte y la puerta estaba entreabierta, entré porque me pareció raro y no respondiste cuando toque, queria ver que estabas bien  —Aidan levantó ambas manos rindiéndose.

—¿La dejé abierta? —fruncí el ceño y asintió frenéticamente—. Ya, baja las manos, no voy a arrestarte —reí y me quite la chamarra, gran error.

—Que bonito pijama, princesa —rió.

Me mire, mi pijama era café, afelpada, el pantalón tenía osos pardos con lentes de sol, la sudadera del mismo pijama tenía un oso grande en el pecho que igual usaba lentes.

—Eres un osito muy lindo —sonrió.

—Cierra la boca —murmuré dejando mi comida en la cama—. ¿A qué venías?

—Quería invitarte a cenar —se encogió de hombros—, pero veo que te me adelantaste. ¿Qué hacías?

—Nada, veía películas.

—¿Puedo unirme? —hizo un puchero y reí—. Dicen que soy una gran compañía para ver películas.

—¿Quién dice eso? —reí.

—Mi mamá —murmuró y volví a reír.

—Está bien, pero sólo será una película y te vas —señale.

—Claro.

Nos acomodamos en mi cama con la espalda pegada a la pared y la laptop entre nosotros, él comía de mis papás ya que el emparedado no era apto para él o cualquier vegano. La película la elegimos juntos, en algún momento sentí su mano tocar la mía, mire su mano. Su meñique tocaba sigilosamente mis dedos.

Me removí un poco, sentí que Aidan iba a alejar su mano, envolví su mano en la mía sin mirarlo, suspiré y continúe mirando la película; por el rabillo del ojo vi que sonreía, no dije nada, sentía mi corazón bombear con fuerza.

Relájate TN, no es para tanto, mujer...


...


Narra Aidan.

Los créditos de la película comenzaron a aparecer, la cabeza de TN estaba sobre mi hombro desde hace varios minutos. Nuestras manos seguían unidas aún que su agarre ya era muy débil, se había quedado totalmente dormida y se veía demasiado tierna.

Me levanté con cuidado, cerré su computadora y la recosté en la cama cubriéndola con una cobija. Cuando dejaba la laptop sobre su escritorio tiré por accidente unos libros que tenía ahí, uno era la constitución, otro sobre leyes de no sé qué, cuando traté de levantar el tercero y el cuarto, vi que eran el libro que le regalé y el que antes tenía del mismo libro.

Su libro se veía gastado, en las primeras páginas estaban algunos pétalos de girasol.

El girasol que le di.

Sonreí, la curiosidad me ganó y tomé la copia del libro que yo le di hace unos días, lo abrí y encontré la cantidad de pétalos que puede tener una gardenia.

—¿Aidan? —escuche la voz adormilada de TN—. ¿Qué haces?

—Los guardaste —susurré con una sonrisa.

—¿Qué cosa? —mostré los libros, se puso de pie.

—Tienes los pétalos del girasol y de al menos una gardenia.

—Me quedé dormida —intentó ignorar el tema, reí por su mal intento de hacerlo.

—Lo hiciste, ya he apagado tu computadora —deje los libros en su escritorio—, vuelve a dormir, princesa —bese su frente—. Descansa —camine en dirección a la puerta.

¿Qué si estaba feliz?

Estaba más que eso, había guardado los pétalos de las flores que le había regalado a pesar de ella decir que no le gustaba eso de recibir flores.

—Aidan —me detuve antes de cerrar su puerta, la miré, ella me daba la espalda—. No... podía tirar eso y que solo fueran un recuerdo en mi memoria, quería tenerlas conmigo un tiempo más —susurró.

—Puedo llenarte la habitación de flores todos los días, si es necesario —sonreí aún que ella no me viera.

—No es el punto, se que lo harias sin siquiera dudarlo. Es que esas fueron... importantes... especiales.

—¿Por qué? —volví a entrar a su habitación, cerré la puerta a mi espalda.

—No importa.

—Me importa a mí —susurré y caminé hasta quedar exactamente detrás de ella—, y lo sabes bien —no dijo nada—. ¿Puedo suponer que es por qué son las primeras flores que te regalan?

—Papá me regaló flores.

—¿En la graduación? Si, vi el bonito ramo que te obsequio.

—Bueno, si, pero ya antes un niño me dio una flor...

—¿Un niño? —fruncí el ceño.

—Si, un niño de ojos verdes.

Giro para verme de frente, recordaba esa flor que corte del jardín de mi abuela el día de su cumpleaños, lo recordaba más que bien. Yo había sido la primera persona que le regalo una flor. Su primera flor vino de mi. Su flor favorita se la obsequie yo.

—¿Por eso estas son especiales?

—Puede ser... solo... no quiero deshacerme de ellas —sonrió levemente.

Me quede viendo sus ojos, esos lindos ojos que me tenian completamente hechizado, para mí, no existian ojos más bellos que los de la chica frente a mí. Me acerque más a ella, puse un mechon de su cabello detrás de su oreja y le sonreí.

—Gracias —bese su mejilla y estas se pintaron enseguida de rojo, aun que muy leve.

—Ya vete, tengo que dormir.

Me empujó por el pecho y reí, le hice una reverencia y salí de su habitación asegurándome de haber cerrado bien su puerta.

Tiene. Mis. Flores. O bueno, los petalos de estás.













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Buenas madrugadas. Honestamente, no planeaba publicar, pero tengo insomnio y no encontr mejor manera de pasar el tiempo. Seran probablemente las 2:07 de la mañana cuando quede publicado. Me pregunto, ¿habra alguien despierto?

No hace falta decir cuantos capítulos aproximadamente quedan, el titulo de la historia lo dice todo, esos más uno tres más quizás.

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Treinta días para enamorarme || 2 || AG [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora