Prólogo

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—Elige tus últimas palabras sabiamente. —Dijo con burla el villano.

La heroína alzó levemente la cabeza, todo lo que su posición —estaba tirada en el suelo— le permitía. Desde allí intentó mirar a los ojos de su enemigo, temblando sin querer.

—Te amo. —Pronunció lentamente, asegurándose de que el mensaje no pudiera ser más claro. ¿Cuánto significado pueden guardar dos palabras? Porque para ella, salieron de su boca como un disparo de verdad. Un secreto que había estado atado en su lengua, bailando en su paladar y que por fin pudo liberarse. Ella sabía que ese peso debía ser soltado antes de que la muerte la alcanzara. Esas palabras estaban hechas para humanos desesperados y desesperanzados, no para almas sin vida. Los vocablos eran salados, y ese sabor permaneció en su boca a pesar de que estas ya no se encontraran allí. Un sabor que se balanceaba entre su lengua y sus dientes.

A pesar de esto, esas palabras no fueron disparos para el villano: él estaba hecho a prueba de balas. Esas palabras fueron como puñaladas, desgarrando su carne y sacando sus entrañas, una y otra y otra y otra vez.

Había una parte que era física, su corazón. Este nunca había latido tan fuerte, mientras que el brazo que sujetaba la espada que debía matarla no le respondía. Sus músculos parecían haberlo traicionado igual que la joven que tenía delante. ¿Cómo iba a poder matarla si su cuerpo no respondía? No importaba cuántas veces su cerebro mandara la orden, algo que se escapaba de su voluntad o influía directamente en ella, evitaba la ejecución de aquel mandato.

Pero también había una parte que influía en algo que siempre había jurado no tener. Una parte que dolía dentro. Los sentimientos que siempre había intentado evitar y que ahora estaban a flor de piel, sin ninguna manera de pararlos, de retenerlos. Y, por supuesto, las preguntas que había ignorado durante semanas: ¿Qué iba a pasar después? ¿Qué iba a pasar después de que él escuchara su último aliento y la sangre de la joven cubriera su ropa? ¿Mantendría la cubierta o se rompería por fuera igual que se rompe todo dentro de él? Y la peor de todas: si él era una tormenta y ella era el único relámpago de esperanza, ¿Podría sobrevivir sin aquel rayo de luz?

—Eres tan estúpida... Has desperdiciado tus últimas palabras en una mentira. —Había dos personas dentro de él. Una era la que hablaba, la fuerte, la que no tenía ninguna grieta y la persona que tenía todo el poder de aquellas tierras con nombres olvidados. Después estaba la persona que no se veía, la que se ahogaba en sus pensamientos, la que había perdido la voz, la que se quedaba en silencio, la que estaba rota y que no tenía poder ni siquiera sobre sí misma.

Mucho antes de que conociera a la joven, esas dos personalidades se habían batido en duelo cada noche por el control. Pero la última figura se había cansado de empuñar la espada, la mentira lo había dominado hasta que aquel engaño se había vuelto verdad.

Ella exhaló y cerró sus ojos por unos segundos. Forzándose a seguir sacando palabras, aunque sonaran entrecortadas.

—Tú eres el que se está mintiendo así mismo. ¿Por qué no me has matado todavía? Si no tienes sentimientos, si no tienes piedad, ¿Por qué sigo viendo tus escrúpulos? ¿A qué esperas? —A ella le daba igual. No porque la muerte no le importara o por qué no tuviera miedo a ella, sino porque había aceptado que ese día era el día de su muerte. Si tuvo alguna esperanza de poder escapar, la verdad arrolladora la había masacrado al atravesar la ciudad.

Había aceptado la muerte, porque daba igual si él la atravesaba con el arma. Ella iba a morir de todas formas, aunque él no lo supiera. Tenía dos heridas profundas y le dolía cada respiración.

Sin embargo, había algo que no podría soportar. Ella necesitaba que se quedara a su lado o morir antes de que él se fuera, porque verlo marchar sería como morir dos veces. Él era todo de lo que siempre había tenido que mantenerse alejada, y a pesar de que sabía que había algo inevitable en toda esa historia, sería una necia si se excusara en el destino, pues su voluntad siempre tuvo intervención. Al final del día, todos conocían el mito, algunos eran lo suficientemente idiotas o desafortunados para conocer al monstruo, pero ella conocía al hombre. Ella lo conocía a él, mejor de lo que él nunca se conocería a sí mismo.

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