Capítulo 17

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MIRIEL

A pesar de que Miriel se había criado en una corte no recordaba nada de protocolo, lo que tampoco le molestaba demasiado, de hecho, de todas maneras nunca le había gustado seguir el protocolo y también quería hacer cualquier cosa para molestar al rey. Dios, había estado a punto de tirarse a su garganta cuando la había abordado al salir del carruaje. Quería borrar la actitud insolente de una bofetada. Tenía que agradecer al duque de Argent por la descripción que le había dado del rey y a las reverencias que le habían ido haciendo, sino no lo habría reconocido. Era mucho más joven de lo que imaginaba.

De todas maneras, había visto al rey marchar en caballo así que al menos no tendría que verlo por un rato. Miriel había tenido tiempo para pensar en el carruaje y había llegado a la conclusión de que cuanto antes se aprendiera el mapa del castillo, más seguro sería para ella. Sin embargo, el castaño seguía detrás de ella, ¿Es que no iba a librarse nunca de él? Tampoco se le escapaban las miradas que les dirigían algunas personas aunque no sabía si la miraban a ella o a él.

—Disculpe, ¿Es usted la invitada del duque de Argent? —Se le acercó una chica con un vestido plateado, Miriel tardó unos segundos en percatarse que era el uniforme que llevaban las criadas.

—Así es. —Contestó la bronceana y la otra joven pareció aliviada al instante. Tenía el pelo castaño oscuro y piel de porcelana. Otra plateada de los pies a la cabeza.

—En ese caso, acompáñeme. Le mostraré su habitación. —Dusan se esfumó de repente. Bueno, al menos se había librado de él, pero ahora tenía otros ojos, unos ópalos, sobre ella.

La criada se mantuvo en silencio y se limitó a guiar a Miriel entre los pasillos. Y rápidamente la segunda se dio cuenta de que no le sería fácil moverse por ellos, había demasiados pasillos y escaleras, algunas principales y otras secundarias situadas en algunos rincones. No entendía como la pequeña chica, porque no era para nada alta, se movía con tanta rapidez y facilidad.

Lo único con lo que Miriel se pudo quedar es que su habitación estaba en la segunda planta, no muy lejos de la escalera. La habitación era verdaderamente preciosa pero Miriel no lo admitiría. No recordaba la exacta distribución del castillo de Bronce pero recordaba que su habitación estaba al norte, y los detalles de bronce que rodeaban toda la habitación. Nada como esto. Allí los grises, plateados y un azul apagado dominaban sobre manera.

Su habitación era bastante oscura, aunque tampoco es que el sol iluminara mucho aquel reino. Todo eran nubes. Había una cama doble con dosel, un armario al lado del tocador, unos pequeños sillones con una mesa para recibir a alguien en la entrada y una puerta que daba a un cuarto de baño.

—Voy a ser su doncella o criada, como usted prefiera. Mi nombre es Havyn. —Inclinó la cabeza, a modo de una pequeña muestra de respeto.

—No tengo ni una pizca de sangre de la corte plateada, así que no hace falta que hagas eso. Soy Miriel. —Le tendí la mano y ella la estrechó confundida.

—En ese caso, señorita, vamos a cambiarla de ropa.


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