KALLEN
Cuando el sol atravesó la ventana de su dormitorio, el rey ya estaba en pie, arreglándose, pero en pie. Las imágenes de anoche venían a su mente como fogonazos: los labios de Miriel, sus manos, como se reflejaba la tenue luz de las velas en su cabello. Sin embargo, los fogonazos sólo eran imágenes lúcidas por unos instantes y tras una noche en la que sí pudo descansar, su cabeza pensante ya había vuelto a su rutina.
Fue a su despacho ya completamente listo, la ejecución sería pública y antes del desayuno. Sabía que muchos nobles no asistirían, sobre todo los jóvenes que se encontraban en palacio y para los que presenciar una muerte no era la mejor manera de empezar el día, aunque fueran las muertes de dos de los bandoleros más buscados del reino.
Kalon había hecho hablar a aquel bastardo de Calbev y le había dado el nombre de un cómplice con el que solía trabajar. El capitán lo había encontrado, ni siquiera había hecho falta un juicio en sí, había bastado con todas las pruebas que encontraron en su guarida. Kallen pensó que un juicio así sería una pérdida de tiempo.
La verdad es que el rey pensó en llamar a Elsbeth, para informarla al menos, pero aún estaba sorprendido por lo que había pasado el día anterior.
En ningún momento el rey pensó que fuera a equivocarse o al menos sabía que no lo haría. Fue su comportamiento, la manera de actuar, la sonrisa que le dedicó, lo que le impactó.
Ahora no sabía qué hacer exactamente. Ni con Elsbeth, ni con Miriel y por unos segundos deseó que su madre estuviera ahí, ella hubiera sabido qué hacer, o al menos habría hallado algún hilo del que tirar. Porque su madre siempre había tenido más respuestas. Pero a él sólo lo había dejado con preguntas
—Kallen, —se giró al escuchar la voz de Kalon desde la puerta, el rey hizo un asentimiento dándole a entender que podía pasar—. Tienes visitas. —El rey frunció el ceño y entonces cayó en algo.
—Dime que no es la princesa de dónde sea. —Kalon negó y Kallen respiró profundamente ocultando así su suspiro de alivio.
—No, es el conde de Azüst, Asher —Kallen ni siquiera se molestó en ocultar la cara de asco. Kalon también tenía la misma expresión, cosa que aquel rey no pasó por alto.
—Prefería a la princesa. —Contestó sacándole una sonrisa a Kalon y colocándose el traje—. Bien, haz que pase. A ver qué quiere ahora. —Él asintió.
Asher era unos años mayor que Kallen, pero había frecuentado el castillo desde pequeño, así que el rey lo conocía bastante bien. Nunca le había caído bien, de hecho, Asher era una de las personas que le hacía odiar la corte. Mentiría si no dijera que en su lista de prioridades —aunque no era de las primeras— siempre había estado quitarle todo el poder que pudiera. Su padre no era un mal hombre, algo blando y fácil de manipular; pero Asher era una piraña con voz chillona y capaz de sacar de quicio a cualquier persona. Ni siquiera Elsbeth tendría suficiente paciencia para lidiar con él.
Además, aquel joven rubio no había cambiado mucho. Asher no tenía ese color de pelo por nacimiento aunque él siempre decía lo contrario, era un secreto a voces que utilizaba algunas plantas para conseguir ese color. Los aires con los que andaba le dieron ganas de vomitar pero puso la cara enigmática de siempre y le indicó al conde que se sentara.
—Me ha dicho mi mano derecha que quería verme urgentemente. —Remarcó lo de mano derecha porque bien sabía que Asher siempre había querido ese puesto y que no soportaba que fuera Kalon quien lo ostentara.
—Así es. Me enteré de la ejecución y no me la podía perder, majestad. Me enorgullece mucho que al fin hayan dado con el paradero de tales criminales. —Hubo un asentimiento por parte del rey—. Además me informaron que en el juicio no fue realmente usted el juez, si no la princesa Elsbeth del Reino de Oro.
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Promesas de Plata
FantasíaEn Metalia, una vez hubo tres reinos, tan brillantes y preciosos como los metales a los que hacían referencia: El Reino de Bronce, El Reino de Plata y El Reino de Oro. Pero el primero cayó en una noche fría, por una estocada plateada. Ahora que el R...