Capítulo 38

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KALLEN

Cuando Kallen llegó al trono todo el mundo pensaba, incluida la corte, que era un chico inexperto que se vendría abajo con la primera dificultad. Que no sería capaz de reinar.

Se había pasado toda su vida entre habitaciones privadas, haciendo solo las apariciones públicas estrictamente necesarias.

Haciendo crecer el mito de una capa de crueldad con la que el príncipe había crecido y con la misma que se había coronado.

No confiaban en él.

Un chico callado y todo el mundo pensaba que su silencio era porque no tenía nada que decir. No contemplaron otras posibilidades. No pensaron que los inteligentes no comparten.

Por eso mismo el consejo, formado por condes, duques y otros nobles, comenzaron a discutir nombres. Alguien que estuviera más preparado que él.

Sin embargo, el silencio era el mejor compañero para hacer planes. Y Kallen tenía hasta que la muerte lo alcanzara para cumplirlos todos. Les demostró, que era mucho más analítico que su padre, que no era igual de impulsivo ni temperamental que él. Que era un genio.

Podía parecer egoísta, narcisista y temerario. Pero todos se mantenían a raya, el miedo era la mejor barrera. Y el rey había dejado claro desde el principio que aunque no planeaba comenzar a ejecutar de la nada, había peores cosas que podía hacerle pasar a los nobles que sus muertes.

Además, el reino prosperaba. Había negocios con el otro continente y no demasiadas quejas por parte del pueblo.

Kallen tenía muchos planes, pero sólo uno le importaba.

Porque él era el villano para muchos, pero sobre todo, era el villano en su propia historia.

Se abotonó la camisa y seleccionó de nuevo sus anillos. Se frotó los ojos, visiblemente cansado. A veces su interior se dividía por la noche y peleaba, pero hacía unos días que eso no ocurría. Esa vez era simplemente un mal sueño, un horrible sueño. Caminó hacia la estancia que había mandado a preparar.

La sala no era demasiado grande. Iluminación muy tenue, no había apenas luz natural, pero si la suficiente como para que todos pudieran verse a la cara. La mesa era pequeña, quería que fuera algo cercano, como si pudiera aprovechar esa proximidad para colgar sus títulos en la entrada. El rey presidía la mesa y de esta manera tendría a cada chica a cada lado.

Siempre había escuchado que las verdades salían a la luz, pero él prefería cuando estas flotaban en la oscuridad. Más dadas las circunstancias

— ¿Por qué no hay luz? —Kallen abrió los ojos al escuchar la voz de Elsbeth. Se sorprendió al ver que llevaba un vestido plateado. Por la confección de este, estaba claro que había sido hecho en el Reino de Plata. Sencillo, pero elegante. Un escote de corazón con bordados y una falda que no era muy voluminosa. Perfecto para dar paseos.

—Te has puesto un vestido plateado, ¿Es una especie de ofrenda de paz? —Aventuró el rey mientras miraba el vino y los cubiertos que ya estaban sobre la mesa. La princesa no dijo nada más sobre la luz y se sentó a su izquierda.

— ¿Es que le ofendido acaso? —él negó—. ¿Entonces?

—Intento entender porque ha decidido vestir de mi color —la princesa iba a contestar—. Mejor no conteste, prefiero vivir con la idea de que lo ha hecho para alegrarme la vista.

—Es algo molesto que le digan a una princesa que le queda mejor el color de otro reino que el del suyo propio.

—Quizás debas cambiar uno por el otro. —Dijo antes de tomar un poco de vino

—Preferiré el dorado y el sol hasta la muerte. —La frase hizo que Kallen sonriera de lado. Unos segundos después llegó Miriel, quien ni se molestó en saludar.

El silencio aún permanecía cuando llegó la comida. Kallen las observaba en silencio. Como si él supiera más. Como si él supiera todo.

Cuando el servicio salió por la puerta y volvieron a quedarse solos, Miriel habló por fin.

—Dijo que íbamos a poner las cartas sobre la mesa. Y yo lo único que veo sobre la mesa es comida. —Le recriminó Miriel.

— ¿Por qué no empieza usted? —dijo Kallen tranquilamente, mientras cortaba su filete de carne.

—A mí me encantaría empezar, pero no tengo nada que decir. —Respondió Elsbeth antes de beber de su copa. La princesa disimulaba muy bien, pero tenía las palmas de las manos sudorosas y le recorría algún que otro escalofrío. El rey tragó saliva al percatarse de eso.

—Pues nada mejor que con presentaciones —Kallen sonrió enigmáticamente—. Querida princesa Elsbeth del Reino de Oro, soy el rey Kallen de la dinastía Agtenum, soberano del Reino de Plata y le presento a la princesa Miriel del Reino de Bronce.


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