ELSBETH
Se notaba que el invierno comenzaba a asomar y la princesa nunca se habría imaginado que estas tierras serían tan frías. Se estaba empezando a arrepentir de su opción de vestido y aunque la capa que le había prestado Allerick debía mantenerla caliente, no parecía estar surtiendo ningún efecto. Acababan de salir del castillo, intentando pasar completamente desapercibidos y al menos la princesa no había sentido ninguna mirada curiosa que pudiera poner su plan en peligro. Además, Allerick conocía el castillo y la había llevado por una de las salidas de la capilla, en la que no había ningún guardia apostado.
Para los plateados sería una común brisa de entretiempo, pero para Elsbeth se sentía como una ventisca capaz de desatar una tormenta en sus ojos en cualquier momento. No se fijó en el paisaje que la rodeaba, pero los destellos que veía de él no eran precisamente horribles. Caminos de tierra, praderas y un bosque que parecía estar rodeándolos. A Elsbeth le recorrió un escalofrío, ¿Cómo sería ese lugar al anochecer? ¿Podría la luna con ayuda de las estrellas alumbrar aquella noche? El cielo nublado le dio una respuesta negativa y la princesa se irguió aún más sobre su caballo.
La oscuridad que envolvía de manera permanente al Reino de Plata la hacía enfermar. Cuando había entrado en ese comedor, con esa tenue luz tuvo que tragarse todas sus ganas de volver al pasillo. Ahogar los gritos de dentro.
Miró hacia su compañero. Iba un poco por delante de ella en un cordel negro y Elsbeth obligó a su yegua de color blanco a adelantar hasta llegar a su altura. Si había algo que debía atormentarla no era la oscuridad.
—Necesito que empieces a contarme ya tu historia —le pedió Elsbeth—. No quiero perder tiempo.
—No sé por dónde empezar. Me gustaría decir que hay un principio, pero ni siquiera recuerdo exactamente cómo escapé. Sé que había una ruta, como un plan de emergencia que había que seguir... Recuerdo que anduve durante horas y al final desfallecí en el campo... Cuando desperté no estaba allí, sino en el pequeño castillo de Ezüst, había dos personas discutiendo cerca de mí, no escuchaba bien lo que decían... Una de ellas era el conde y la otra persona, bueno, tardé años en descubrir que había sido la reina Melione. —Elsbeth lo miró interesada.
— ¿Por qué la reina?
—Como te digo, esto lo descubrí años después. El conde de Ezüst fue un buen hombre, servicial a su reino quizás más que a su rey. Él me ayudó mucho, intentó implicarme en los asuntos de la corte, pero a su mujer y a su verdadero hijo no le agradaba. Recuerdo que un día me dijo que tendría que comenzar a aclarar mi piel, todavía era un niño y estaba muy agradecido con él, pero me arrepiento de haber renunciado a mis raíces...
—Elegiste tu supervivencia —contestó—. Estoy segura de que no te avergüenzas de tus orígenes, pero es perfectamente comprensible lo que hiciste. —Ella no se había aclarado su piel, pero entendía perfectamente el sentimiento de tener que hacer algo por simple supervivencia.
—El conde me trataba bien, pero la condesa y su hijo... Frederick... Eso es otra historia. Frederick empezó ridiculizándome, bajándome los pantalones delante de otros niños, pegándome, más de una vez calentó una de las herramientas de la chimenea y me quemó la espalda... —al chico se le rompió un poco la voz—. La condesa, prefería hacer conmigo otras... Otras cosas... Ella.
—No tienes que decirlo —lo interrumpió. Se imaginaba a la perfección la respuesta que iba a proporcionarle Allerick. Y necesitaba permanecer como una roca. No podía preocuparse por los traumas de alguien más, no en esos instantes—. ¿Qué pasó después?
—El conde pensó que lo mejor sería alejarme de esa casa, así que se puso en contacto con algunos clérigos y yo comencé a trabajar para ellos. Pero cuando cumplí los doce años, el rey mandó ejecutar al conde. Recuerdo ir escondido como un ayudante de un sacerdote. Y recuerdo lo que me contó: No había sido él quien me había encontrado, sino Melione. La reina Melione pertenecía a la región de Sirivheri, vecina de la región Ezüst y al parecer el conde y ella se conocían desde hace mucho. Me dijo que al principio se había negado a acogerme y era por lo que habían estado discutiendo aquel día. Sin embargo, ella lo había convencido... Me pidió que cuidara de ella, de la reina y pensé que eso era imposible, pues en aquel entonces ni siquiera estaba en la capilla del castillo; pero unas semanas después me destinaron allí... No llegué a prometerle que la protegería, pero siempre sentí que era mi obligación. —Susurró la última frase. "Y fracasaste" pensó Elsbeth.
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Promesas de Plata
FantasíaEn Metalia, una vez hubo tres reinos, tan brillantes y preciosos como los metales a los que hacían referencia: El Reino de Bronce, El Reino de Plata y El Reino de Oro. Pero el primero cayó en una noche fría, por una estocada plateada. Ahora que el R...