MIRIEL
Por suerte para Miriel sólo tuvo que seguir a las otras jóvenes para saber hacia dónde tenía que dirigirse, aún no había memorizado el mapa. Todas las mujeres parecían clones, multitud de vestidos plateados y maquillaje de los mismos tonos.
No había llegado todavía al salón cuando una fila de chicas y chicos se formó. Tenían que presentarlos uno por uno antes de que bajaran a la sala. Miriel esperó golpeando el suelo con la punta de su pie. Todos con la misma espalda recta y postura. La bronceana rodó los ojos ante la imagen que se dibujó delante de ella.
Había demasiados títulos y algunos jóvenes que ostentaban más de uno, Miriel no se esforzó en aprender algo, incluso difícilmente podría decirse que escuchó alguno. Se acordaría de algunos y de otros no. Tan simple como eso. Cuando casi tenían que nombrarla a ella, se dio cuenta de que Kallen estaba al lado del señor que estaba presentando. Al parecer el rey tenía que dar una pequeña bendición o algo así, pues cada súbdito le estaba haciendo una reverencia.
—Por parte del duque de Argent, que no ha podido asistir esta noche a nuestra velada, la señorita Miriel. Sin apellido, ni título. —Se escucharon algunos murmullos por la sala, pero la joven ni se inmutó. Si el rey pensaba que eso era una humillación estaba equivocado. No podía estar más orgullosa de que no hubiera una pizca de sangre plateada corriendo por sus venas.
—Por suerte yo si tengo apellido y título. —Dijo una chica detrás de Miriel. Otra voz que ignoró. Honraría a su reino, honraría a las cenizas de sus padres, honraría a las ruinas, a los recuerdos. Los honraría. Intentó ignorar al rey y bajar las escaleras, pero Kallen la retuvo.
—Señorita, la reverencia —le recordó. Llevaba un traje negro con detalles plateados que hacían resaltar sus ojos. Lo que le llamó la atención, fue verlo con corona. Esta era la verdadera humillación, tener que hacer una reverencia—. Mejor no, mejor arrodíllate —Comentó él en voz baja y con una sonrisa ladeada. Miriel reprimió el impulso de tomar su daga en ese preciso y precioso momento y atravesarle el estómago, haciendo que fuera él quien se arrodillara ante ella por el propio impacto. Sin embargo, sólo se limitó a hacer una pequeña reverencia. Que se sintió como una puñalada. Una reverencia ante el reino que los derrotó, que los arrasó, que acabó con ellos. El hijo de un rey que al parecer era peor que su padre.
Miriel caminó por las escaleras intentando hacer caso omiso a las miradas y la presión que había en su pecho. Sentía como si hubiera traicionado a su nación, a sus principios, a su reina haciendo una reverencia a un hombre que no la merecía. La nación podía estar muerta y la reina a metros bajo tierra. Pero su lealtad, la lealtad de Miriel, iría más allá de la muerte.
Por suerte para la bronceana, las miradas se dirigieron a la persona que acababa de llegar e iba a ser presentada. Una chica en un vestido dorado, el sol eclipsando en una noche de estrellas plateadas. La chica no necesitaba presentación, la princesa extranjera robaba todas las miradas. Miriel intentaba recordar su nombre mientras ella y Kallen mantenían una pequeña conversación entre dientes que la joven no creía que estuviera en el protocolo.
Cuando Elsbeth bajó, aún las miradas seguían sobre ella y Miriel ya era invisible para todos. A la princesa la abordaron diferentes hijos de duques y condes, mientras que Miriel observaba las diferentes salidas de la sala y el salón en sí. Como no, era plateado, las paredes de un gris claro y había unas cortinas enormes de un gris oscuro cubriendo los ventanales. Había decoraciones también en el techo, pero no eran muy especiales. Oyó decir a alguien que este baile era como cualquier otro, que el importante era el que daba comienzo al invierno en sí. La joven también se fijó en que había una sala anexa, parecía ser el comedor en el que disfrutarían de la cena.
Miriel se había hecho a la idea de que el castillo sería mucho más tétrico, pero la plata brillaba y lo único oscuro eran las sombras en los pasillos. Se preguntó cómo sería en el Reino de Oro, si sería igual que aquí o igual que en la que una vez había sido su casa. El suelo era de mármol grisáceo y había candelabros —por supuesto, plateados— iluminando la sala, más una gran lámpara de araña que colgaba del techo.
— ¿No estás acostumbrada a tanta grandeza? —Comentó Kallen sacando el mal humor de Miriel sólo con su tono de voz.
—Con todas las cosas que hay de plata aquí, podría invertir en reparar los caminos —soltó Miriel y Kallen se encogió de hombros—. Desde luego no es lo que esperas desde fuera.
—Las apariencias importan. Además tengo que mantener contenta a la corte, darle lo mejor... —Su mirada se dirigió hacia dónde seguían todas las demás. En la princesa de oro.
—La corte ya tiene lo mejor, ¿Qué hay con los que hay fuera? —al decir eso la garganta de Miriel ardió recordando al chico al que había tenido que matar.
—Tienen para vivir, siempre habrá diferencias entre la corte y el pueblo—Miriel hizo de sus manos, puños.
—Mientras, usted vive en su cómoda burbuja —lo miró a los ojos—. Ninguna persona debería ser rey si no le importa el pueblo. —Siseó.
—Creo que está empezando a olvidar su lugar... No tienes título, ni apellidos, eres sólo una mota de polvo en una multitud de diamantes. No te atrevas a actuar como si fueras mejor que yo, mejor que tu rey. —"Tú jamás serás nada mío". El tono de Kallen era mortífero pero Miriel mantuvo la compostura. La tuteó como para recordarle que ella no debía hacerlo.
—Quizás no sea mejor que tú, pero no necesito humillar a nadie para demostrarlo. —Pero ella lo hizo de todos modos.
—Todavía no te he humillado, has hecho lo que tenía que hacer todo el mundo: Una reverencia... Me da igual que seas "diferente", que te gusten los vestidos cómodos y destrozar muñecos de paja. Te trataré igual que trato a todas las damas, te trataré igual que trato a todas las personas. —Kallen se alejó de ella y en la cabeza de Miriel sólo se quedó un pensamiento: "Quizás me trates como a todas, pero no todas van acabar con tu vida. Ese placer está reservado únicamente para mí".

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Promesas de Plata
FantasyEn Metalia, una vez hubo tres reinos, tan brillantes y preciosos como los metales a los que hacían referencia: El Reino de Bronce, El Reino de Plata y El Reino de Oro. Pero el primero cayó en una noche fría, por una estocada plateada. Ahora que el R...