MIRIEL
Miriel no sabía lo que era el silencio incómodo hasta que estuvo cinco minutos con Kalon en la sala de entrenamiento. Esos muros que habían observado cómo derramaba sudor y cómo había intentado matar al rey más de una vez, ahora observaban cómo la joven bronceana enarcaba una ceja al guerrero plateado que estaba haciendo una demostración.
—Si todos los guerreros plateados peleáis igual no entiendo cómo pudisteis ganar al ejército de bronce. —La princesa no estaba segura si Kalon sabía sobre su verdadera identidad, cuánto le habría contado Kallen o cuánto le habría ocultado.
—Eso sigue siendo un misterio para todos... Pero te he visto pelear, eres rápida pero a veces te falta precisión. —Le comentó—. Es bueno poder esquivar los golpes de tu enemigo, pero sirve de poco si no puedes devolver ese golpe con la misma contundencia. —Miriel asintió, no había tenido ninguna clase de este tipo.
En el Reino de Bronce las leyendas sobre armaduras brillantes y caballeros invencibles habían sobresalido sobre cualquier cuento de hadas. No había rincones en ese reino en el que nadie conociera esas historias que se convertían en nanas de cuna inapropiadas para niños o en cánticos para tabernas abarrotadas. Sin embargo, las voces que una vez las cantaron ya no existen y el significado de las historias se esfumó cuando la derrota atacó de la peor manera posible.
Miriel a veces tenía fogonazos del camino hasta el Reino de Plata, cómo se ocultaron entre bosques frondosos, pueblos destrozados y otros escombros. Drila hablaba en voz baja durante el viaje, hablaba sobre los dioses que les habían dado la espalda. Sin embargo, la niña que la acompañaba no culpaba a unos dioses que no entendía, se limitaba a sentir algo nuevo. Un sentimiento que brotaba en el pecho, una pequeña semilla que se sembró aquel día.
—Siempre quise ser tan letal como los guerreros del ejército legendario. —Kalon la miró de reojo. Había terminado de hacer su demostración, aunque no sentía que Miriel le hubiera echado demasiada cuenta.
—Todos los guerreros los hemos tomado como ejemplo. —El plateado estaba aprovechando una mesa de madera que había contra una pared para colocar todas las diferentes armas que podían usar: dagas, hachas, espadas, arcos, cuchillos, navajas...
— ¿Tú incluido? —preguntó la joven por mera curiosidad, recibiendo una afirmativa por parte de él.
—Cuando Kallen me ofreció ser el jefe de la guardia, no me sorprendió demasiado. Había sido siempre el mejor en todos los entrenamientos, siempre había ido por delante, había pasado horas extras en esta misma sala, mis profesores siempre me habían adorado porque no me daba reparo admitir mi derrota, aprender de ella y seguir adelante... Creo que todo el mundo esperaba que me dieran ese cargo —Kalon cogió un trapo y comenzó a limpiar la hoja de una de las espadas—. Sin embargo, cuando empecé nunca me había sentido tan perdido, todos los soldados eran buenos por separado, pero la compenetración era un desastre... —A Miriel sí que le gustaban esta clase de historias.
— ¿Lo pudiste arreglar?
—Me obsesioné. Me obsesioné como nunca me había obsesionado con nada... Al final, lo logré o al menos toda la compenetración posible. No he podido comprobar hasta la fecha si todo mi trabajo funcionaría en un campo de batalla, gracias a los dioses, no hemos tenido ninguna guerra más. —Dejó la espada de nuevo en la mesa y cogió una daga.
—Pero... Supongo que muchos de los soldados que habían peleado contra el Reino de Bronce seguían en el ejército, ¿No? No podían estar mal compenetrados.
—Aún siguen en el ejército, aunque como no hay ningún conflicto abierto están completamente dispersados... A mí también me sorprendió, pero nunca les pregunté por las batallas en terreno bronceano. —La guerrera frunció el ceño.
— ¿Por qué?
—Porque la sangre no es algo de lo que los plateados nunca se hayan alegrado. Tenemos un legado de curanderos y médicos excepcionales, sobre todo en antaño cuando la magia permanecía aún anclada a las tierras... Muchos de los hombres que entrené y que aún entreno alguna vez no estaban precisamente orgullosos de pertenecer a un ejército. De hecho, después de que el Reino de Bronce cayera, muchos hombres se suicidaron. —Miriel se sorprendió, no había escuchado nunca nada parecido.
— ¿Qué pasó después?
—A ver... Yo tenía 10 años cuando se invadió por completo el Reino de Bronce, no recuerdo mucho... Mi padre volvió del frente y nos pidió a mi madre y a mí que no preguntáramos sobre lo que había pasado. Él estaba tan demacrado que ambos obedecimos. El rey Kolip comenzó a volverse muy paranoico, pensaba que los nobles que formaban parte del consejo eran traidores así que mi padre comenzó a pasar mucho más tiempo en el castillo, buscaba la confianza del rey... Por consiguiente yo también pasaba mucho tiempo aquí. —La bronceana recordó la conversación que ya había tenido con Kalon cuando le había preguntado cómo había llegado a ser el único y mejor amigo del rey.
— ¿Cómo lo manejas? —Miriel cogió otra de las dagas y un trapo para limpiarla, copiando los movimientos del capitán a su lado—. Ser capitán, mano derecha, espía...
—Como te he dicho antes me obsesioné, llegó un momento en el que obligaba a mis hombres a entrenar incluso los días que no teníamos asignados, los hacía correr aunque lloviera a mares y también me daba igual si nevara. Una mañana me presenté en el lugar de siempre, pero los soldados no llegaron. Fui al despacho de Kallen cabreado y él simplemente me dijo que les había ordenado que se marcharan... Me puse muy furioso, sentía que un día de descanso sería un día perdido para ellos y el entrenamiento... En ese momento obtuve dos respuestas del hombre que tenía delante: la primera fue la del rey, que no había ningún conflicto a la vista, que el miedo mantenía a raya, que no le preocupaba el ejército y que tenía otras misiones para mí.
— ¿Y la segunda? —la joven lo miró a los ojos.
—La de Kallen, que estaba perdiendo la cabeza, que no era sano para mí, que iba a acabar conmigo mismo, que me estaba volviendo autodestructivo —a Miriel le sorprendió escuchar aquello—. Entonces nombró a Dusan, el otro chico que acompañaba al duque de Argent cuando te encontramos, segundo capitán y me dejó claro que prefería que fuera su mano derecha antes que sólo tuviera ojos para el combate.
—Quizás estaba celoso de que sólo tuvieras ojos para ver a chicos sudados correr. —Kalon soltó una risa.
—Ese no es un comentario que haría una dama de la corte.
—Muchas de esas damas de la corte sólo tienen ojos para admirar a otras mujeres en vestidos pomposos y joyas plateadas. —Dejó caer Miriel haciendo que el capitán volviera a reír.
—Definitivamente no te pareces mucho a ellas —Kalon se paró un momento para dejar los trapos en otro lado.
—No voy a subestimarlas, estoy segura de que su lengua es tan ácida como la mía o incluso más. —la verdad es que cuando llegó al castillo las chicas le habían parecido en general muy superficiales, después había conocido a Elsbeth y había decidido que no iba a retar la inteligencia de ninguna.
—Bueno... Creo que es el momento de ponernos a trabajar. —Miriel asintió y aunque nunca se le había dado bien seguir órdenes, no podía negar que él podía ser un buen profesor.
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Promesas de Plata
FantastikEn Metalia, una vez hubo tres reinos, tan brillantes y preciosos como los metales a los que hacían referencia: El Reino de Bronce, El Reino de Plata y El Reino de Oro. Pero el primero cayó en una noche fría, por una estocada plateada. Ahora que el R...