Capítulo 53

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MIRIEL

Miriel se alejó de la ventana al mismo tiempo que Elsbeth se alejaba del rey. Ni siquiera sabía bien por qué se había quedado allí observándolos, cuando no podía escuchar lo que decían, sólo especular sobre su lenguaje corporal. La tensión que se había ido formando en los hombros de Elsbeth a medida que la conversación había avanzado y algunas de las sonrisas que Kallen había dejado entrever. Sin embargo, la joven guerrera nunca estuvo hecha para observar a través de cristal.

La bronceana no había querido pasarse por la sala de entrenamiento, pues no quería tener otro encontronazo con Kallen, y menos si este acababa con ella en el suelo. Elsbeth parecía empezar a odiarlo de la misma manera en la que ella lo odiaba, así que aunque a Miriel no le gustara la idea de tener ninguna ayuda, quizás, lo mejor era tener una aliada. Así que se movió rápidamente por los pasillos buscando a la princesa.

Perder tiempo nunca había sido una opción en ese caso.

Tuvo que dar varias vueltas hasta que al cruzar un pasillo visualizó en una esquina el tan distinguido cabello rubio de la princesa. Frunció el ceño al ver que iba hacia la capilla. Habría imaginado a la joven yendo a cualquier lugar en aquellas habitaciones, pero ninguna había sido la capilla. No sabía casi nada sobre la religión en las tierras de Elsbeth, aunque habría jurado creer que no tenía nada que ver con la plateada.

—Princesa Elsbeth —al escuchar esa voz la joven rubia se irguió y se giró. Pareció un poco más tranquila al comprobar que era Miriel quien la llamaba—. ¿Puedo hablar con usted?

—Sí, por supuesto —miró a su alrededor algo desconfiada—. ¿Es sobre cierto pelinegro? —Susurró y Miriel asintió con la cabeza. La princesa le hizo un gesto para que la siguiera y Miriel, aunque dudó, la siguió.

La capilla no era un lugar que Miriel habría visitado si no fuera por seguir a Elsbeth. No le gustaba la cultura del Reino de Plata, no soportaba a la mayoría de sus habitantes y mucho menos le importaba la religión que tuvieran. De todas maneras, la capilla estaba vacía y Elsbeth parecía haber estado allí antes.

Sus sospechas se confirmaron cuando descolgó un cuadro y ambas pasaron a ese pequeño escondite. La princesa dorada le dirigió una mirada a Miriel que claramente decía que no hiciera preguntas, y la otra joven bronceana, decidió no aportar nada más y obedecer, aunque no fuera propio de ella.

Ambas se miraron a los ojos durante unos segundos. Miriel había tenido muchas peleas de miradas con Drila y por eso mismo, supo que esta no era una de esas. La bronceana intentaba buscar algo en la dorada que le recordara a su gente, a su pueblo. Al fin y al cabo, por las venas de Elsbeth también corría sangre de bronce. A pesar de tener la simple ilusión de ver unos reflejos, la princesa tenía muchos más rasgos dorados que bronceanos, de hecho, no podía encontrar ninguno que fuera realmente bronceano.

Se sintió hasta un poco decepcionada, pues la verdad volvía a imponerse, implacable. Estaba sola.


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