Capítulo 102

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ELSBETH

La muerte existía en cualquier reino, algunos la proclamaban como los plateados, mientras que otros la escondían, como los dorados. Dado el temperamento de su padre, no dudaba que hubiera ejecutado a varias personas a pesar de que nunca hubiera llegado un rumor hasta sus oídos.

Minutos antes de la ejecución no podía dejar de pensar en el soldado, en la vida que no se veía a simple vista, las personas que llorarían cuando su alma abandonara su cuerpo y sus ojos se entornaran, o simplemente cuáles fueron sus últimos pensamientos. Elsbeth se preguntó si podría haber entablado algún tipo de amistad con él, si hubieran podido llegar a ser cercanos y después se cuestionó de nuevo porque cada vez que elaboraba una cuestión sobre el futuro lo hacía basándose en un lugar al que no pertenecía.

La princesa decidió no mirar la cabeza de Dusan recibir la espada, sino los ojos grises de Kallen. Esos en los que había escondido tormentos, esos que habían mostrado vacíos y que ahora brillaban con algo que Elsbeth quería identificar como arrepentimiento. Dusan tenía una vida, una que no debería haber sido arrebatada por leyes poco condescendientes. El soldado tenía una vida de la que la princesa nunca fue parte.

Elsbeth se había planteado miles de veces cómo vivirían la vida las personas que la rodeaban: ¿Qué sentiría Miriel al entrenar? ¿Cómo se aceleraría el corazón de Kalon al ver a Mailek? ¿Qué haría Kallen una vez que su plan se cumpliera? Y lo más curioso de todo, es que si ella estuviera en la posición de cada uno de ellos, no sentiría lo mismo, no haría lo mismo, no pensaría lo mismo tampoco.

—Vayamos al desayuno —le sorprendió escuchar la voz de Miriel a su lado, no se había percatado de su presencia—. Nosotros no tenemos ningún duelo que enfrentar aquí. —Elsbeth hizo un leve asentimiento y dirigió una última mirada a Kallen, que estaba hablando con Kalon, pero en el último momento le devolvió la mirada.

Las últimas palabras, y bueno, todas aquellas que le habían demostrado que no tenían porqué estar en bandos separados de alguna manera se sentía como algo caliente en el pecho. Un consuelo que no sabía que necesitaba, una alternativa que nunca antes había sido planteada.

—Tenías razón sobre él. —Esta vez, al escuchar la voz de la bronceana, Elsbeth frunció el ceño.

— ¿A qué te refieres?

—A que lo calaste cuando yo no lo hice —Miriel le dedicó una mirada de soslayo al susodicho antes de entrar en el castillo—. De que tenías la razón cuando yo no quise verlo y te acusé de estar manipulándome.

—Sigo sin entender a qué viene esto ahora, Miriel —a Elsbeth le sorprendió el silencio con el que Miriel reposaba sus palabras ahora.

—Sólo... Sólo ten en cuenta eso, en el futuro. Vamos a desayunar.

Elsbeth decidió no decir nada más, desayunó entre murmullos habituales y las repetidas miradas hacia la silla del rey, que volvía a estar vacía. Miriel se escabulló en cuanto pudo y cuando las damas le pidieron que pasara otro rato con ellas, Elsbeth puso una excusa femenina por la que sabía que las demás mujeres no le preguntarían.

En su habitación no había rastro de su criada, pero después de haber visto cómo abrazaba a su gemela con fuerza y mimo, ya había supuesto que no vería su cabellera pasearse por la habitación, no en ese momento al menos. Hailek no era una confidente, pero su silencio era reconfortante, y sus preguntas curiosas eran fáciles de contestar cuando no se volvían impertinentes.

Estaba haciendo lo imposible para no pensar en las palabras de Miriel, por eso repasaba las joyas que había en el tocador. Acariciaba los diamantes como si estos tuvieran las respuestas a todo y ella sólo tuviera que tocarlos para que las compartieran con ella.

Promesas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora