Capítulo 19

9 1 0
                                    

MIRIEL

Havyn no era una mala compañía, pero hablaba demasiado lo que no alegraba a Miriel. Ella no quería estrechar lazos con nadie de aquella corte. Havyn le informó sobre la cena y la especie de baile de bienvenida de aquella noche y Miriel tuvo que hacer un esfuerzo para no rodar los ojos. Intentan parecer civilizados cuando entraron en su nación como bárbaros.

La cosa es que Havyn le había dado dos noticias buenas a Miriel: la primera es que le había proporcionado un pequeño mapa para que no se perdiera, así que Miriel sólo tendría que memorizarlo. La segunda es que cuando la joven bronceana le había preguntado si había algún lugar en el que pudiera entrenar, excusándose con que era muy activa, la doncella al principio había negado, pero después había mencionado la sala de entrenamiento. Que era el lugar en el que se encontraba entonces.

Había tenido que mentirle un poco a Havyn, diciendo que el entrenamiento de las mujeres en la zona sureste del país era algo normal, cuando realmente Miriel no creía que ningún hombre "en su sano juicio" dejara a una mujer coger un arma. La cosa es que Havyn había cedido y le había proporcionado el vestido más sencillo y que más movilidad le permitiría a Miriel.

La sala tampoco era gran cosa, se notaba que no había muchos hombres que la utilizaran y mejor así, no quería tener que dar explicaciones, pero tenía que mantener la forma y la agilidad si quería cortar la garganta del rey con facilidad. Con su daga y un muñeco que parecía estar relleno de paja comenzó a recrear diferentes movimientos que podía hacer.

—Si me permite el atrevimiento... —Aunque reconoció la voz del rey al instante no le dejó continuar.

—No se lo permito —se escapó de entre sus labios demasiado rápido—. No me gusta que me interrumpan, ni que me desconcentren.

—Entonces haga una leve pausa, le prometo que no se arrepentirá. —Miriel guardó su daga y su mirada se dirigió a la puerta en la que el rey se encontraba.

—Necesitas relajar la tensión de los hombros. Si los mantienes tensos provocas también tensión en tus brazos y eso a su vez provoca que puedan parar la daga con facilidad —"Gracias por ayudarme a matarte mejor" quiso gritarle Miriel—. No estoy acostumbrado a ver a nadie en esta sala.

— ¿Especialmente mujeres? —Inquirió Miriel con burla. Definitivamente ella no sabía ir con pies de plomo.

—En general nadie, ¿En serio peleáis en sureste de mi reino como le has dicho a tu criada? — ¿Cómo se habría enterado de eso? Como si pudiera leerle la mente respondió—. Yo me entero de todo lo que pasa entre estas paredes, para algo es mi castillo. —Miriel asintió lentamente.

—No sé si las mujeres de mi zona pelean, pero yo lo hago.

— ¿Por qué sólo te refieres al sexo femenino? Yo no lo estoy nombrando.

—No creo que usted sea diferente a los demás hombres. —Miriel hacía mucho que no trataba con ningún hombre, pero sólo le habían bastado dos semanas ahí fuera para saber que las cosas no habían cambiado demasiado.

— ¿Y tú sí respecto al resto de las mujeres? Yo no he hecho ningún comentario hacia ninguna mujer, de hecho, es usted quien las está denigrando, insinuando que usted es simplemente mejor por saber manejar una daga. —Miriel se tensó por el comentario, detestaba la actitud de ese tipo y acababa de conocerlo.

—Lo mejor que puede hacer una mujer es aprender a defenderse —contestó clavando la daga y quitando tensión de los hombros de nuevo—. Eso deberían valorar los hombres a la hora de casarse, en vez de si una mujer puede tocar un instrumento o quedarse en la cocina.

—Yo valoro más la inteligencia. —Nuestra bronceana tuvo que hacer un gran esfuerzo por no lanzarle la daga ya y acabar con esto rápidamente, pero no. Necesitaba saber la razón, no sólo matarlo. Saber por qué su padre había masacrado a su pueblo.

—Pensaba que valoraba más el poder y era por eso que había traído a la princesa Elsbeth —él levantó ambas cejas—. No es el único que se entera de lo que pasa entre estas paredes —Miriel había escuchado un cotilleo de dos chicas con las que se había cruzado por el pasillo.

—Entre nosotros, no creo que Elsbeth no tenga ningún poder.

— ¿Quién está menospreciando a una mujer ahora? —Kallen subió una de las comisuras de sus labios, esbozando una pequeña sonrisa.

— ¿Entonces admites que hace unos segundos tú lo estabas haciendo? Y yo no la estoy menospreciando. Estoy seguro de que la princesa Elsbeth tiene un gran valor... —pareció sopesar algo durante unos segundos—. Hágame un favor, no haga trizas al muñeco. No me gusta tener que cambiarlo de forma seguida.

— ¿Y si no? —se atrevió a preguntar Kallen.

—Si hace el muñeco trizas, probablemente reciba una pequeña amonestación. —Sonrió burlón antes de marcharse. Y Miriel lo hizo minutos después, dejando un muñeco que ya difícilmente podía ser considerado uno, a sus espaldas.


Promesas de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora