Capítulo 35

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MIRIEL

Miriel ni siquiera se inmutó. Ese bastardo —como a veces lo llamaba Miriel en su cabeza— tampoco había dicho nada que otras personas de la corte no hubieran pensado. Nadie podía dudar que tuviera sangre plateada, pues sino no estaría en el castillo representando a un noble, pero también debía de correr sangre bronceana por sus venas. Eso decían. Eso pensaban.

—Es muy difícil tener sangre plateada pura si no eres de la corte y vives en la zona en la que yo vivo. Mi madre me contó que una vez fue una zona bronceana. —Le clavó la daga al estómago del muñeco.

—Lo fue hace siglos, pero eso no implica que la sangre haya desaparecido. Cuando los plateados conquistaron esa parte del territorio, no obligaron a marcharse a los bronceanos así que muchos de ellos se quedaron —"A diferencia de tu padre, que no dio opciones simplemente decidió destrucción antes que cualquier negociación". Sacó la daga del estómago del muñeco.

— ¿Crees que deberían haber obligado a los bronceanos a abandonar esa porción de tierra?

—Si hay algo que sé, señorita Miriel, es que el pasado está muerto y que no importa lo que pasara, ahora es irremediable. Si le hubiera preguntado a mi padre, su respuesta hubiera sido un sí rotundo, pero yo no soy mi padre. —Miriel volvió a clavar la daga, esta vez en el pecho.

— ¿Usted no odia a los bronceanos?

— ¿Por qué tener algún tipo de sentimiento hacia los muertos? Yo no vivo en el pasado, sólo me importa el futuro.

— ¿Y si hay obstáculos en su camino? —Se burló la bronceana.

—Acabo con ellos. Si son personas se unirán a los bronceanos, bajo tierra —Sonrió de una forma macabra, que hizo que a Miriel se le revolviera el estómago.

— ¿Y si usted acaba bajo tierra primero?

—Volveré de entre los muertos. Como le he dicho no soy como mi padre. Soy mil veces peor —Miriel no supo darse cuenta de la cercanía de Kallen hasta que este la había sujetado de un brazo—. Eres buena con las dagas, pero no manteniendo la atención. Te he podido distraer con unas cuantas frases. —Cogió la daga de Miriel e hizo un corte limpio en su brazo, manchando de sangre la manga.

— ¿Qué estás haciendo?

—Es fácil hacerte saltar, intentas reprimirte pero no puedes. Eres fácil de leer... Pensé por tu actitud que serías una digna adversaria, ahora lo dudo. —Una humillación. El fracaso que más temía. No poder lograr su venganza. Que todo el esfuerzo de otros, hubiera sido en vano. Miriel se deshizo del agarre con facilidad.

Le arrebató la daga y se dio la vuelta para mirarlo a la cara. El rey, el hombre que más odiaba, quien osaba humillarla y burlarse de ella. Pero no de nuevo, no otra vez. Miriel levantó la cabeza. Flexionó la rodilla y lo golpeó en el estómago con ella. Dos, tres, cuatro veces. Esperando algún quejido o gemido, pero sólo obtuvo una carcajada. Una jodida carcajada.

Lo tiró al suelo, inmovilizándolo con sus piernas. Agarró su cuello con una mano y empuñó la daga. Miriel se olvidó de los motivos que buscaba, por esa fracción de tiempo no importaba, prefería vivir con la duda y acabar eso allí mismo. Pero odiaba verlo impasible, odiaba no verlo dolorido, odiaba no poder ni siquiera haberle arrancado un gemido de dolor. Lo odiaba. Quería que sufriera.

Aun así acercó su rostro al de él, pues si iba a matarlo en aquel mismo instante iba a dejarle claro quién lo iba a matar. Que sangre corría por sus venas, que sangre no corría por sus venas, de dónde venía y en nombre de quien lo mataba. Pero Kallen no murió en ese momento.

Kalon entró en ese momento, como si lo hubiera invocada la nada. Cogió a Miriel por sorpresa, se abalanzó sobre ella y le arrebató la daga. Agarró sus muñecas inmovilizándola por una parte, aunque Miriel no dejó de patalear.

— ¿La llevo a las mazmorras?

—No —negó Kallen levantándose y alisándose la ropa—. Llévala a su habitación. No es ninguna amenaza —Miriel gruñó—. Además, necesito que esté presentable. Esta noche la cena será como la de anoche, igual de tranquila e igual de pretenciosa. Pero, el almuerzo no tiene que serlo. Kalon ordena que preparen una comida privada en una de mis estancias. Creo que es horas de que Miriel, la princesa Elsbeth y yo pongamos algunas cartas sobre la mesa.


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