MIRIEL
La única vez que Miriel estuvo enferma fue al poco tiempo de haberse instalado en el Reino de Plata. No estaba acostumbrada al clima gélido y húmedo así que acabó pasando unas semanas en la cama. Drila estaba tan preocupada por ella que incluso la dejó sola unos días para traer a un sanador que pudiera ayudarlo.
La bronceana mejoró y nunca le preguntó a Drila lo que había pasado con ese sanador, quería seguir pensando que la única vez que mató a alguien fue a los dueños de esa casa. Que no mató más veces de las necesarias por ella.
— ¿Esto le suele pasar? —preguntó por curiosidad a Kalon mientras ambos llegaban al ala del rey, aunque en parte ya sabía la respuesta. Al parecer Kallen estaba enfermo, Elsbeth lo había ayudado y había ordenado a unas criadas que nos avisaran. Y que también encendieran un montón de candelabros en el ala real, al parecer.
—La salud de Kallen era delicada cuando era pequeño, pero hace mucho que no enferma en sí —Kalon podía intentar ocultarlo pero se le veía realmente preocupado por su amigo. Cuando se acercaron a su puerta, se encontraron a la princesa dorada sentada en el suelo. Reflexionando sobre algo—. ¿Qué ha pasado?
—Estábamos en la biblioteca y casi se desmaya sobre mí. Me he dado cuenta entonces de que tenía fiebre. Al parecer no se molestó en entrar en calor anoche. —Explicó brevemente la princesa, su mirada aún clavada en la pared.
—Tienes a un rey estúpido —le dijo a Kalon mientras este soltaba un suspiro de exasperación.
—Le dije que durmiera pero también les he dicho a las criadas que traigan a un sanador. —Comentó Elsbeth también y el jefe de la guardia levantó la mirada.
—No va a querer ver a un sanador —negó con la cabeza—. Voy a entrar a hablar con él. —Las dos jóvenes asintieron y se quedaron solas en el pasillo mientras Kalon entraba.
Miriel miró de reojo a Elsbeth, Kallen parecía confiar mucho en ella. Y si el rey no fuera tan calculador y tuviera tantos planes enrevesados puede que su criterio hubiera sido suficiente como para que Miriel lo imitara.
— ¿Qué hacíais en la biblioteca?
—Estaba enseñándome algunos libros. —La princesa se abrazó las rodillas y Miriel se sentó a su lado. Ambas se quedaron en silencio.
—No es tu culpa —comentó Miriel después de haber interpretado el silencio de la princesa dorada. Elsbeth buscó su mirada—. No es tu culpa lo que le ha pasado a Kallen, sólo es un cabezota que no sabe descansar.
—Pensaba que quien se dedicaba a descifrar personas era Kallen, no tú. —Musitó.
—Bueno, se me está pegando algo de él. Al menos no es su amargura —bromeó la morena causando una pequeña risa en su acompañante—. La verdad, no he visitado la biblioteca.
—A mí me tenía prohibida la entrada. —El silencio se volvió a apoderar del pasillo. No era exactamente uno cómodo, pero tampoco un tenso. Más bien uno lleno de palabras no dichas, enredadas como zarzas en la boca de ambas pero por razones completamente distintas.
La mirada de la rubia se posó en el cuadro de enfrente. Un retrato de algún rey, no de cualquier rey, sino de aquel que ahora era un demente y estaba en una especie de sanatorio. Elsbeth camufló su escalofrío y se dio cuenta de que Miriel estaba evitando mirar precisamente aquella pintura.
—Nunca entenderé lo que hizo. —Miriel se revolvió algo inquieta ante lo dicho. No esperaba que el tema de conversación fuera por ese camino en concreto.
—Yo tampoco, nunca habrá nada que pueda justificarlo... Hay momentos en los que pienso que lo único que saciaría mi dolor sería venganza pero...
—Pero no contra Kallen —completó la otra—. No creo que la venganza te ayude, en ninguna de sus formas. El problema es que la herida está mal cosida. No hace falta sólo años para sanar heridas, también que tu cerebro deje de hacer de tu pasado tu presente cada día reviviendo el recuerdo.
—No eres una persona vengativa, por eso intentas buscar cualquier otra explicación para justificar la falta de ese deseo.
— ¿Entonces lo sigues deseando? ¿Es eso lo que más deseas? ¿Venganza?
—No, deseo a Mailek de vuelta. —Elsbeth cerró los ojos esperando una pulla que no llegó.
—Lo traeré de vuelta. Lo prometo.
— ¿Y cuánto valen tus promesas?
—Si no la cumplo, acaba conmigo. —Miriel casi ríe, guardando en el cielo de su paladar con un sabor agridulce algo más.
— ¿Crees que Kallen será como su padre? —formuló la pregunta dándole por fin aliento a aquel miedo que nunca confesaría.
—No. Kallen no brilla por su cordura, como es evidente. Pero no caerá en la locura, no en el tipo de locura que te hace demacrar reinos. O al menos eso espero. —Miriel asintió—. Creo que Kallen no ha desistido con la idea de traer la magia de vuelta. —El tópico que se presentaba captó su atención.
— ¿Y en qué te basas?
—En lo que me ha enseñado en la biblioteca. Pero es mejor que hables con él, quizás tú consigas más explicaciones. —La bronceana asintió, aunque poco convencida.
— ¿Crees que sería tan malo? Qué trajera la magia de nuevo. Fueron nuestros periodos más prósperos. —Musitó.
—No lo sé, Miriel. Lo único que sé es que mi familia enloquecería con tanto poder... —soltó un suspiro—. ¿Sabes? Nos centraremos en lo importante. Vamos a traer a Mailek de vuelta. Sea cuál sea el precio. —Le volvió a prometer la princesa dorada a la bronceana mientras se cogían la mano. La princesa dorada volvió a perderse en su cabeza y la bronceana observó sus dedos enlazados con los suyos.
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Promesas de Plata
FantasyEn Metalia, una vez hubo tres reinos, tan brillantes y preciosos como los metales a los que hacían referencia: El Reino de Bronce, El Reino de Plata y El Reino de Oro. Pero el primero cayó en una noche fría, por una estocada plateada. Ahora que el R...