Capítulo Quince

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Morgan

—Eso no me lo esperaba —dije, mientras miraba la puerta cerrada.

El calor de su cuerpo había desaparecido, pero todavía podía sentir la dulzura de sus labios en mi lengua. Su olor persistía en mi camisa, inundando mis sentidos, estaba tan mojada que casi podía notarse, y todo mi cuerpo ardía con una necesidad imperiosa de deslizar mi mano bajo su falda y tocar su suave piel de nuevo. Me empujaba el impulso de seguirla hasta su casa y terminar lo que habíamos empezado.

Espera un segundo... ¿en qué estaba pensando?

Lo último que necesitaba era tener sexo con mi vecina. Dios mío, el nivel de complicación sería mayor no, indiscutiblemente no. Incluso la idea me daba escalofríos.

Lo supe desde el primer momento en que la vi hace un año. Sabía que era problemática, y por eso siempre evité acercarme a ella. Pero no conocía la magnitud de los problemas hasta hace unos minutos.

Maldita sea. ¿Por qué tuvo que quedarse afuera esta noche?

Exhalé. Lo que necesitaba era un trago fuerte.

Una botella de whisky me esperaba en el bar. El primer trago me ayudó a dejar mis pensamientos primitivos y volver a la realidad.

En este momento no había lugar para relaciones o compromisos en mi vida, necesitaba concentrarme en los negocios. Una mujer así sería pura distracción, el tipo de distracción que podría volverme loca. Ya tenía bastante con todo lo que estaba viviendo, debía marcar distancia. No más contacto con ella.

El segundo trago me ayudó a recordar que vivía en una ciudad con un sinfín de mujeres a mi disposición. Sí, ella era extremadamente sexy y tenía los ojos azules más hermosos que jamás había visto, pero no era irremplazable. Nadie lo era. Necesitaba mujeres como la de anoche, que no me hicieran querer más que una noche con ellas.

Me preguntaba incómodamente qué me llevó a contarle sobre el partido de fútbol. Nunca le había contado a nadie esa historia, seguramente era del tipo de persona que sin esfuerzo te engaña y envuelve para que te abras a ella y cuentes todas tus desagradables experiencias.

Sólo tenía que mantenerme alejada, no se quedaría mucho más tiempo, estaba peleando una batalla perdida. Sabía cómo funcionaban estas cosas. Las ofertas se iban a volver más y más tentadoras, un día darían con su precio y se iría, igual que el resto de la gente en el edificio. Era sólo cuestión de tiempo. Después de eso, no la volvería a ver.

Mi teléfono sonó. Lo saqué y fruncí el ceño cuando vi quién era. Regla número uno: Nunca des tu número de teléfono a cualquier persona. Pero Amalia era inteligente. Ella conocía a mi familia, así que engañó a mi madre con la historia de "Dejé los pendientes que me regaló mi abuela en su casa" y mi madre confiada le dio mi número. Regla número dos: No te acuestes con gente que conocen a tu familia.

—Hola, Amalia.

—¡Hola! —gritó entusiasmada.

Eso acabó con todas las ganas que tenía. Gracias, Amalia.

—Estoy ocupada —le dije, mirando mi apartamento vacío—. ¿Necesitas algo?

—A ti. Te necesito —ronroneó.

Sentí pena por ella. Nos habíamos divertido juntas hace un tiempo. ¿Por qué tenía que haber más que eso?

—No quiero ser una imbécil, Amalia, pero ya hemos hablado sobre esto.

—Lo sé, pero no hay nada que diga que no podamos volver a divertirnos, ¿verdad?

Su voz era casi un susurro. Quizás creía que se escuchaba seductora, si supiera cuántas veces he oído esa frase, lloraría hasta quedarse dormida.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora