Capítulo Treinta y Nueve

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Harper

—Eres millonaria, ¿no? —dije, casi acusadoramente.

Que el Sr. McCully, manejara los asuntos financieros de su padre significa que la familia de Morgan debía estar en la categoría de los multimillonarios.

—¿Y qué? —Frunció el ceño.

—Así que nada —Miré por la ventana.

—Haces que suene como si eso fuera algo malo.

—No lo es, sólo digo que no sé cómo no lo supe antes. El apartamento, la limusina, todo eso.

Se encogió de hombros.

—De todos modos, así es como Alex me conoce. De niño me hacían llamarlo tío Alex.

Traté de mantener mi cara impasible, pero a pesar de mis mejores esfuerzos, me estaba quebrando.

—¿Vas a contarme todo tipo de historias vergonzosas sobre ti?

—Ya conoces mi historia más vergonzosa. ¿O estabas demasiado borracha para recordarlo? —bromeó.

—Oh, nunca podría olvidar algo así, incluso si encurtieras mi cerebro en alcohol.

—Gracias —dijo secamente.

Nos detuvimos frente a nuestro edificio, y esperé mientras Morgan caminaba alrededor del auto para dejarme salir. Ahí estábamos otra vez, cara a cara. Era imposible estar molesta con ella cuando sonreía de esa manera o se veía como lo hacía. Por Dios, y olía tan bien. No era justo.

Después de un momento sin aliento, cuando no sabía si desmayarme o besarla, él murmuró:

—¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Creo que deberíamos salir a cenar mañana por la noche a las siete.

Subió los escalones dejándome sola. La seguí, apresurando el paso detrás de ella para alcanzarla.

—¿En serio? ¿Para qué?

Sonrió mientras me sostenía la puerta.

—Necesitamos conocernos mejor la una a la otra y normalmente tengo hambre alrededor de las siete.

—Y yo tengo hambre a las seis.

—Ves. Eso es algo más que sabemos la una de la otra.

Sonreí.

—Tal vez pueda hacer el sacrificio de cenar más tarde de lo habitual.

—Que generoso de tu parte —dijo, en modo de sarcasmo y añadió— Tal vez cada una deba pagar por su cena, entonces.

Esperamos el ascensor, y deseé que nunca llegara. Podría quedarme allí en ese momento para siempre, todo mi cuerpo palpitaba con cada latido de mi corazón.

—Oh, sabes que pagarás la cena, amiga. Si puedes permitirte una limusina, puedes permitirte mi cena.

Me miró raro.

—Debo advertirte de una cosa.

—¿Qué? —pregunté con cautela.

—Por lo general, si pago la cena espero algo a cambio, así es como funciona el mundo —Me guiñó el ojo.

Crucé los brazos sobre el pecho.

—No somos amigas con beneficios, Morgan. Así que puedes olvidarte de cualquier idea que tengas para después de la cena.

—Tenía que intentarlo —murmuró entre dientes.

—Vayamos a algún lugar donde no tenga que disfrazarme para encajar.

—Te llevaré a un lugar con la comida más grasienta que puedas imaginar. ¿Cómo suena eso?

—Ahora sí nos entendemos.

Nos reímos mientras caminábamos por el pasillo. Siempre me acompañaba hasta mi puerta y eso me encantaba. Estaba bastante conforme con el transcurso de la noche, no pudo haber ido mejor. Éramos la pareja perfecta, aunque fuéramos una completa farsa, nunca olvidaría las caras de envidia de todos en el lugar.

—Es un poco espeluznante aquí arriba a veces, ¿no crees? —dije.

—¿Qué quieres decir? —preguntó cuando llegamos a mi puerta.

—Sólo nosotras dos, en extremos opuestos del piso, tal como estamos. El silencio es casi espeluznante —Pesqué mis llaves en el bolso—. ¿Quieres entrar un momento? Esta conversación es fascinante, pero tengo los zapatos de Marie y si no me los quito en diez segundos...

Asintió y me siguió dentro. Me quité los zapatos incluso antes de quitarme el abrigo, suspirando de satisfacción cuando mis pies tocaron el suelo.

—Juro por Dios que no entiendo cómo Marie maneja esos dispositivos de tortura medievales —dije, mientras disfrutaba el alivio de mis pies descalzos.

—Llevabas zapatos muy incómodos la noche que nos conocimos —me recordó.

—No son tan incómodos como estos —Señalé los zapatos tirados en el suelo.

Me quité el abrigo y la invité a quitarse el suyo también. Se sentó en el sofá y observó cómo me quitaba los pendientes y la pulsera. Me gustaba el trato entre nosotras, se sentía natural.

—Como decía, a veces es un poco espeluznante tanto silencioso.

—Hasta que traigo una chica a casa —Sonrió.

Eso dolió de alguna manera pero fingí una sonrisa descuidada.

—No he oído ninguna actividad en los últimos días. ¿Has movido tu cama?

—No.

Mi corazón casi se me sale del pecho y estalla en un millón de piezas brillantes de pura alegría. Le di la vuelta a mi cara para que no viera lo feliz que estaba.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora