Capítulo Nueve

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Harper

—No me iré, si eso es lo que quieres saber —dije ferozmente.

—¿Estás segura de que puedes lidiar con eso?

—No es mi jefe, es un departamento grande. No tengo que lidiar con él si no quiero, todavía puedo ser profesional.

Frunció el ceño.

—Harper. No es que seas inmadura o poco profesional, pero vas a necesitar tiempo para superar lo que pasó.

—Estaré bien, me niego a dejar que me arruine las cosas. He trabajado muy duro para ganarme el respeto en ese trabajo, y estoy muy cerca de lograr ese ascenso —dije, mientras giraba el Pinot Grigio en mi copa—. No quiero que gane, fue él quien mintió y engañó. Sé que seguirá con su vida como si nada hubiera pasado entre nosotros, es así de inconsciente. Entonces, ¿por qué debería sufrir mi carrera si la suya no lo hace?

—Esa es mi chica —chocó su copa con la mía—. No dejes que ese imbécil determine el curso de tu vida. Tú eres quien tiene el control, tú tomas las decisiones.

—¿Por qué me siento como si me topara con los mismos problemas una y otra vez? —Reflexioné.

—¿Qué quieres decir?

—Entre esto y lo del comprador en mi edificio.

—Oh, eso —ella hizo un gesto de desdén con la mano—. Eso no significa nada.

—Pero ambas situaciones me recuerdan que hay gente en este mundo que piensa que pueden hacer lo que quieran. Que pueden forzar a los demás a salir de sus casas, o pueden engañar a su novia. Aunque esté embarazada.

—Por otra parte, hay gente como tú que es más fuerte y mejor que todos ellos. Saldrás ganando porque es donde perteneces.

—Tienes razón.

—¿Perdón? No te oí —se puso una mano alrededor de la oreja.

—¡Tienes razón!

—Como siempre.

Nuestros nachos llegaron, y en ese momento, no existía nada más importante en el mundo que ellos, claro y más vino. Sin darme cuenta, la multitud del almuerzo se había ido y los de la "Hora Feliz" empezaba a llegar. Después de acabar nuestros nachos, los seguimos con una orden de tenders de pollo. También habíamos consumido suficiente vino para hacer girar todo a nuestro alrededor.

—Se supone que debía volver al trabajo —murmuró Marie.

—Una de las ventajas de ser gerente —sonreí, apoyando la cabeza sobre mi mano.

Todo era increíble. Estaba de muy buen humor, tenía a la mejor amiga del mundo, un gran apartamento, una gran vida en la mejor ciudad del mundo. La vida era hermosa desde donde yo estaba sentada.

Luego me levanté y las cosas dejaron de ser tan bonitas. Me di cuenta, que había pasado toda la tarde sentada en un solo lugar. No tenía idea de lo borracha que estaba hasta que me levanté de esa silla.

—Cielos, estoy borracha. —Oí como arrastraba mis pies.

Intenté acomodar mi paso, pero por supuesto, eso sólo empeoró las cosas.

—¿Quieres que tome un taxi contigo? —Marie preguntó.

—No. Estamos en direcciones opuestas —dije, tropezando con la puerta.

Me reí de mí misma, y luego me odié por hacerlo. No me gustaba emborracharme tanto cuando estaba fuera de casa. Si estuviera en casa de un amigo donde pudiera dormir, genial, de lo contrario, siempre trataba de mantenerme alerta. Pero por otra parte, normalmente no te enteras de que el tipo con el que estabas lista para dar el siguiente paso había sido siempre un mentiroso y acababa de embarazar a su novia.

Logré dar mi dirección justo después de entrar en el taxi, lo que para mí fue un buen paso. El viaje a mi edificio fue un poco borroso, durante el cual cerré los ojos y apoyé la frente contra la ventana repetidas veces. Ya me imaginaba llamando a la oficina la mañana siguiente diciendo que tenía un virus estomacal de larga duración. Probablemente sonaré como el demonio cuando llame a Charlize, así que eso será una ventaja.

Sólo había un problema. Cuando llegué a la entrada del edificio y busqué las llaves en mi bolso, mi mano no tocó nada que se pareciera a unas llaves.

—¿Qué diablos? —Murmuré, y finalmente me senté en los escalones con el bolso abierto.

Usé la linterna de mi teléfono para buscar mejor. Borracha e impaciente, volteé mi bolso. Billetera, maquillaje, pañuelos de papel, mentas...

Entonces recordé que esa mañana puse las llaves en mi escritorio, después de haber usado la tarjeta para entrar al edificio y nunca las volví a recoger.

—¡Qué idiota! —Exclamé, llevando mis manos a la cabeza—. ¿Qué haré ahora?

Me quedaría allí borracha sin poder entrar en mi apartamento.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora