Capítulo Cuarenta y Ocho

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Harper

Abrí la boca para decir algo, sin duda algo estúpido, por lo que fue bueno que la mujer se adelantara y la cubriera con un beso que conmovía el alma. Estaba tan llena de necesidad brutal que me aferré a su cuello. Metí mi lengua en su cálida boca mientras ella la chupaba. El fuego explotó en un infierno.

Me deleité con mis ojos, manos y boca en su cuerpo, explorándolo mientras me adoraba. Era como un sueño hecho realidad, una pasión que lo consumía todo. Puso una mano suavemente sobre mi mejilla y tiernamente, muy tiernamente, como si yo fuera la cosa más preciosa y delicada del mundo, rozó sus dedos por mi cuello. Eso fue todo para mí. Me entregué por completo a ella.

Besó el hueco de mi garganta y las puntas de mis pechos, me acariciaba el cabello, la espalda, me mordisqueó la oreja, me lamió el ombligo. Me volvía loca. Dios, la deseaba tanto que quería rogarle que me penetrara. La miré, tenía mis manos sobre sus hombros, mis piernas alrededor de su cintura.

Metía su lengua en mi boca y la sacaba. Eso lo hizo una y otra vez. Era un ensayo de lo que iba a pasar entre mis piernas. Cuanto más y más rápido lo hacía, más desesperada estaba por ella. El efecto fue tan profundo que mis caderas estaban prácticamente dobladas con su empuje. Me levantó el vestido y miró la forma en que mis bragas mojadas se aferraban a mi forma. Sentí que me sonrojaba.

Miró hacia arriba, a mis ojos.

—¿Estás bien? ¿Estás lista para esto?

Me di cuenta de que se estaba esforzando, luchando por contenerse. Quería seguir adelante, desesperadamente, temblaba por todas partes, pero quería estar segura de que yo estaba lista para hacerlo. Esa pequeña cosa, la forma en que se contenía para asegurarse de que yo estuviera lista, me llevó de sólo un gustar a algo mucho más profundo.

Oh, dulce Jesús. Estoy enamorada de mi vecina.

—Sí —suspiré, asintiendo.

Mi cerebro procesaba vagamente todo lo que pasaba. Lentamente soltó mi vestido de mis hombros y lo empujó a las caderas. Mi cuerpo se derritió y un calor abrasador floreció entre mis piernas. Me quitó el sostén y mis pechos se liberaron, me empujó suavemente de vuelta a la cama y me arrastró el vestido por las caderas. Me acosté ante ella, en exhibición, cada centímetro de mí expuesta a sus ojos. Podría hacer lo que quisiera conmigo.

Metió sus dedos en el borde de mis bragas y con dolorosa lentitud me las bajó por las piernas. Luego puso sus manos sobre mis muslos, los abrió de par en par, y miró mi sexo expuesto y excitado.

—Nunca he visto una vagina que suplique ser chupada como la tuya —dijo—. Podría chupártela todo el día y toda la noche.

Mi aliento se fijó en la expresión de sus ojos. Brillaban de triunfo.

—Voy a pasar toda la noche haciéndole cosas a tu cuerpo que ni siquiera soñaste que eran posibles —dijo, sonriendo.

La vi desvestirse y ni una sola vez me quitó los ojos de encima ni a mí, ni a mi sexo abierto.

Tenía un tatuaje en su costilla izquierda, me picaban las yemas de los dedos para trazar las intrincadas líneas pero dejé que mis ojos se deslizaran por sus suaves abdominales hacia su sexo expuesto. Estaba completamente depilada y podía notar lo húmedo. La vi con los ojos muy abiertos mientras se inclinaba para arrodillarse entre mis piernas.

Mi corazón latía tan fuerte que podía oír la sangre corriendo por mis oídos.

Deslizó sus manos bajo mis nalgas para que yo estuviera tan abierta a ella como una bandeja de comida. Acercó su cara a mi sexo y me inhaló profundamente.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora