Morgan
Todavía sonreía como una tonta mientras cerraba la puerta. Sabía que a Harper le gustaba Adele porque había oído una de sus canciones la última vez que estuve en su apartamento. Comprar los boletos fue una apuesta segura, incluso si se hubiese negado, no habría tenido problemas en regalarlas a otra persona. A la mayoría de la gente le gustaba Adele.
Excepto a mí.
La odiaba. No me gustaba la música comercial de ningún tipo. A mi parecer, fue diseñada para complacer al dominador común más bajo, básicamente, jingles pegadizos y basura. Para mí, no hay nada mejor que escuchar una buena versión de Carmina Burana.
Terminé mi bebida y me metí en la ducha. Me sentía lo suficientemente bien como para cantar.
Si alguno de mis amigos supiera lo que estaba haciendo, básicamente cortejando a una chica, se reiría como un tonto. No podría culparlos tampoco, si alguien me hubiera dicho un par de semanas antes que estaría sentada en un concierto de Adele para meterme en los pantalones de una chica, le habría dicho que se internara en un psiquiátrico.
Estábamos hablando de mí, después de todo. Morgan Gibs, la mujer que era alérgica a la palabra relación. Era extraño, pero desde el primer día que ella estuvo en mi apartamento, me encontré haciendo cosas que estaban completamente fuera de lugar.
Quiero decir, ¿qué demonios? ¿Fingí que estábamos juntas para ayudarla? ¿Quién era yo? ¿La Madre Teresa? Era una locura, pero cuando vi a ese imbécil y a su novia cacareando, no pude evitarlo. Nadie la intimidaría mientras yo estuviera cerca, necesitaba que alguien la cuidara y esa era yo.
Si cualquier otra mujer hubiera hecho ese truco que me hizo con el laxante... estaría usando sus lágrimas como lubricante en este momento. Pero con Harper, yo era otra persona y eso me intrigaba cada vez más.
Debajo de esa fachada de chica fuerte e independiente, se escondía un corazón inocente y puro. Probablemente me patearía si supiera que la consideraba así, quería ser una chica mala, pero era blanda en su esencia. La ciudad aún no la había arruinado ni endurecido, era lo opuesto a Amalia o a la cuadrilla de mujeres con la había estado, que fingen ser indefensas por fuera, pero por dentro son de acero puro.
No sabía por qué diablos tenía ese efecto en mí. ¿Qué era lo que me empujaba a querer estar cerca de ella? ¿Quizás era porque parecía querer mantenerse alejada de tener una relación conmigo? Cualquiera que fuera la razón, todo lo que quería hacer era agarrarla y besar esos dulces labios.
Supongo que siempre me gustó Harper, pero me resistía firmemente. Después de ver esos hermosos ojos azules tan de cerca y sentir su calor sobre mí esa noche, no había forma de negar la atracción.
Ella podía fingir todo lo que quisiera, pero yo sabía que también sentía algo por mí. La pasión de ese beso me lo decía, la forma en que me chupó la lengua como si estuviera hecha de azúcar. Demonios, había estado peligrosamente cerca de perder el control, habría seguido si no nos hubieran interrumpido. De hecho, en ese momento estaba decidida a levantarla, llevarla al dormitorio. Ahora pensar en eso, estaba haciendo que me mojara. Sí, había algo en ella que me afectaba.
Había tenido una intensa hora de ejercicios en el gimnasio, así que me sentía animada y lista para la noche. Era sólo cuestión de tiempo. Sonreí, mientras me abrochaba la camisa negra que había elegido, y luego la acomodé dentro de mis pantalones grises.
Llamé a su puerta a las siete en punto y la puerta se abrió casi inmediatamente. Me quedé sin aliento cuando la vi, llevaba un sencillo vestido negro que se derramaba sobre sus generosas curvas como si fueran agua. Su largo cabello colgaba sobre uno de sus hombros, rizado sólo un poco.
—Coincidimos —susurró tímidamente.
Encontré mi aliento.
—No, sin dudas estás fuera de mi alcance. No hay manera de que pueda coincidir contigo.
Se sonrojó y miró hacia otro lado. Estaba asombrada, era increíble lo hermosa que era sin esfuerzo. Me preguntaba si tenía idea de eso. No podía ignorar lo irresistible que era, un cuerpo ardiente, ojos grandes y azules. Labios bien definidos. Ya podía imaginarla entre mis piernas.
—¿Llamaste un taxi? —preguntó mientras caminábamos hacia el ascensor.
—¿Por qué llamaría a un taxi?
Ella frunció el ceño.
—Espero que podamos encontrar uno a tiempo.
—El hecho de no llamar un taxi no significa que no llegaremos a tiempo. Este no es mi primer concierto.
Sus labios se curvaron y mi apreté mi centro.
—¿No lo es? ¿Tienes un montón de entradas de conciertos por ahí? ¿Es parte de tu rutina normal?
Toqué su boca y algo dentro de mí se rompió. Demonios, ya estaba perdida.
—Nada contigo es normal —dije.
Sus labios se abrieron con un jadeo silencioso. Le quité la mano y se mordió el labio inferior.
Era como una niña pequeña en una tienda de dulces dentro de la limusina. Le serví champán en la copa y ella insistió en beber en vasos, era tan dulce y anticuada. Brindamos por una gran noche. Nunca había estado en una limusina, y me alegró ser la primera en llevarla en una.
La miré con admiración. El color de sus mejillas, la curva de su boca cuando sonreía, su piel brillante y mi corazón se llenaba de algo desconocido.
En el concierto cantó todas las canciones, aplaudiendo y gritando durante tres horas. Aunque había confesado que Adele no era lo mío, no tuve que fingir que lo disfrutaba, lo que no sabía era que disfrutaba más de ella que del concierto. No pude evitar sonreír durante todo el espectáculo protagonizado por Harper Phelps.
El gran problema vino después del concierto, cuando la acompañe hasta su puerta y le di un beso en la mejilla. La oí suspirar un poco, luego me di la vuelta y me alejé. Me mató hacerlo, pero cuando era un chica sin experiencia, escuché a alguien decir: Siempre déjalas queriendo más.
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Del engaño al amor
RomanceEl destino se encarga muchas veces de unir a las personas de la maneras más alocadas posible. Harper Phelps descubrirá que el amor de su vida se encuentra a una puerta de distancia pero las mentiras y engaños van de la mano con esta relación. Por s...