Capítulo Veintidós

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Harper

Abrí la puerta y encontré a Morgan parada allí. Tenía el cabello revuelto, la cara pálida, y había un brillo de sudor en la cara.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Corta el juego —gruñó—. ¿Qué hago para revertir esto?

—¿Gano la apuesta?

Empujó un montón de billetes de cincuenta hacia mí.

—No quiero dinero, quiero que me lleves a la fiesta.

—Muy bien. Date prisa.

Abrí más la puerta.

—Entra y siéntate.

Saqué una pequeña botella oscura del bolsillo trasero de mi pantalón y se la entregué. Me miró fijamente a la cara.

—¿Cómo lo tomo?

—Desenrosca la tapa y bébetela.

Miró el texto chino de la etiqueta.

—¿Qué rayos es esto? ¿Estás segura de que no me va a matar?

—¿Por qué querría matarte? Necesito que me lleves a la fiesta —dije dulcemente—. Tómalo, son hierbas chinas. Es un poco amargo, pero funciona casi instantáneamente. Un amigo me lo trae de Hong Kong.

Me miró fijamente mientras se lo tragaba todo. Luego cerró los ojos y se recostó en el sofá. Era una chica muy dramática, solo era un poco de laxante con sabor a chocolate. Esperé cinco minutos y me senté en el sofá frente a ella.

—¿Te sientes mejor ahora?

Abrió los ojos.

—Ligeramente —murmuró.

—Bien. Te traeré un poco de agua.

—Me envenenaste —acusó melodramáticamente.

Oh, por el amor de Dios.

—Yo no te envenené, te di un laxante. Sólo tuviste que ir corriendo al baño una vez, no es el fin del mundo. De hecho, es algo bueno. Ayuda a despejar tu intestino.

—Así que hiciste trampa para ganar —refutó, con un puchero.

Suspiré.

—Yo no hice trampa. No pusiste ninguna regla y estaba desesperada.

Se tocó el estómago con cautela.

—Si digo que lo siento, ¿podemos llamarlo una tregua? —le propuse y asintió—. Lo siento.

Volvió a asentir.

Morgan me estaba empezando a gustar y eso era algo malo, algo muy malo.

—Deberíamos pasar una hora juntas y discutir esto de una manera madura y responsable. Aclarar nuestras mentiras, ya sabes, dónde, cuándo, cómo nos conocimos, etc.

—De acuerdo.

—Cocinaré para ti —sugerí y retrocedió horrorizada—De acuerdo, bien. Sólo me ofrecí porque parece que no sabes cocinar —levanté ambas manos.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Acabas de insultar mis habilidades culinarias?

—No, absolutamente no. Estoy deseando comer tu comida —mentí.

—Estaré ocupada el resto de la semana. El próximo martes, ¿estás de acuerdo? A las siete y media.

—Genial.

Se puso de pie y yo salté tras ella.

—Lo siento mucho —dije mientras caminábamos hacia la puerta.

Me miró y sonrió repentinamente.

—¿Cuánto lo sientes?

Di un paso atrás, sorprendida por el cambio de humor tan abrupto. Sabía que yo había empezado todo esto, pero no había pensado bien en las consecuencias.

—¿Cuánto quieres que lo sienta? —pregunté insegura.

Me miró a los ojos fijamente, haciendo que mi interior se derritiera.

—Lo pensaré y te lo diré la próxima vez que te vea.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora