Capítulo Diez

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Harper

Sentada en la entrada, sintiéndome más borracha que nunca, intenté pensar qué hacer. No podía entrar al edificio, y mucho menos a mi apartamento. La idea de subir por la escalera de incendios y entrar por la ventana de mi habitación se me ocurrió, pero, si ni siquiera era coordinada estando sobria, en definitiva, no era una buena idea con esa suprema borrachera.

Ese era probablemente el peor día de mi vida en años, y seguía empeorando. Estuve peligrosamente cerca de cruzar la línea de borracho divertido a borracho deprimido; bueno, en realidad no, ya estaba en plena transición.

Me recosté de la barandilla de piedra con un suspiro.

¿Por qué yo? ¿Debería llamar a Marie y pedirle que me reciba en su casa?

Temía la idea del viaje en taxi hasta su casa. Decidí llamar al supervisor del edificio pero en mi estado de ebriedad no podía recordar su número y no le encontraba sentido a mi lista de contactos en ese momento. Por un instante creí que el Universo me estaba viendo como el sujeto de un show de bromas intergalácticas. Mi episodio sería todo un éxito.

—Hola.

Abrí los ojos y luego los entrecerré buscando concentrarme en la figura que estaba al pie de los escalones. Cuando logré ver con claridad, sentí como mi estómago se hundió.

Sí, ya no me quedaba ninguna duda. Definitivamente era el blanco de un show de bromas en ese momento y todos se estaban riendo de mí. Porque era ella, mi vecina, la señorita creída.

Por supuesto, se veía tan impecable como en la mañana, sólo que esta vez no llevaba la corbata y su camisa estaba abierta en el cuello dejando ver el inicio de sus pechos. En otras palabras, justo cuando pensé que no podía ponerse más ridículamente hermosa, me mostró lo poco que sabía.

—Hola —dije, guardando mis cosas en el bolso, intentando recoger mi dignidad.

—¿Necesitas ayuda con algo?

—¿Te parece que necesito ayuda?

—¿Realmente me estás haciendo esa pregunta?

Me pareció ver una sonrisa en su cara. Aun así, no sabía si se estaba riendo de mí por ser mala, o sólo porque le parecía gracioso mi desastre. No había demostrado ser muy buena hasta ese momento.

—Sólo quise sentarme aquí afuera un rato. —Le expliqué.

—¿Para despejar un poco la cabeza? A mí también me ayuda, sobre todo después de haber bebido demasiado.

—Guau —dije, con los ojos bien abiertos—. ¿Muy crítica, no?

—¿Disculpe?

—Sólo asumiste que había bebido demasiado.

—No fue una suposición.

—Me estás juzgando.

—Puedo oler el alcohol que emanas desde aquí abajo.

—No puedes hacerlo —puse una mano delante de mi boca y soplé sobre ella para oler mi aliento—. Sí. Probablemente si puedas.

—Y no estoy juzgando. No eres la primera chica a la que encuentro así.

—Oh, estoy segura de que sí —dije, poniendo los ojos en blanco.

Me apoyé en la barandilla de nuevo. Qué demonios. Sabía que estaba borracha, ya no me importaba.

—No es así —comenzó a subir los escalones, lentamente—. Es Nueva York, todo lo que tienes que hacer es pasar el sábado por la noche frente a un club. Cualquier club —se sentó a mi lado, apoyando los antebrazos sobre sus rodillas y añadió—: Te daría cien dólares por cada chica que saliera con los zapatos en los pies en vez de en las manos.

No quería reírme, menos para darle esa satisfacción. Pero lo hice, resoplando fuerte y eso la hizo reír. Tenía una linda risa.

—Tendré que aceptarlo —respondí.

—Deberías. De seguro no perderé mucho dinero —miró a su alrededor y continuó—: Entonces, ¿no tienes como entrar?

Asentí.

—Dejé mis llaves en el trabajo.

—Y luego te bebiste unas cuantas botellas de vino.

Levanté mi dedo índice y la apunté.

—Eso suena bastante crítico para una persona que no me está juzgando.

—Pero es un hecho muy probable —se sacó un elegante teléfono del bolsillo de su pantalón—. Llamaré al supervisor por ti.

—¿Lo harás?

No podría explicar por qué eso me conmovió de la manera que lo hizo, pero me emocioné por la oferta. Todavía existía gente amable en el mundo.

—Claro, no hay problema —me miró fijamente—. Por cierto, soy Morgan.

—Soy Harper Phelps.

Hizo la llamada. Le escuché pedirle a alguien que viniera y luego asintió varias veces y colgó.

—Harper Phelps, me parece que esta no es tu noche. Lamento decirte eso.

—¿Por qué? —Me quejé, echando la cabeza hacia atrás.

—El supervisor está en un acto escolar de su hijo, y no sale hasta las diez.

—¿Hasta las diez? —miré mi reloj— ¿Tres horas?

—Es una buena señal que aún puedas hacer matemáticas básicas.

—Ugh.

No podía creer mi suerte, de verdad que no podía.

—¿No hay posibilidad de volver al trabajo para recoger las llaves?

Fruncí el ceño mientras lo pensaba. Mi tarjeta también estaba en ese llavero y el edificio era completamente seguro por la noche.

—No, tampoco tengo mi tarjeta para entrar a la oficina.

Morgan se quedó sin aliento.

—Bueno, sólo hay una cosa por hacer.

—¿Qué?

—Puedes esperar en mi casa, si quieres. Son sólo tres horas, no es una tragedia.

—¿No tienes nada mejor que hacer? —La miré de reojo, incrédula.

—¿Crees que te lo ofrecería si tuviera algo mejor que hacer?

—Así que si tuvieras algo mejor que hacer, me dejarías sentada aquí afuera.

Sonrió con suficiencia.

—Probablemente. Vamos.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora