Capítulo Treinta y Dos

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Harper

Suspiré.

—Bien, pero no digas ni hagas nada que me avergüence.

—Me pregunto por qué sigue soltera.

—Tal vez tenga una chica muerta en su armario a quien abraza todas las noches.

—No seas tonta. Tal vez le han fallado en el pasado, ya sabes cómo se siente eso.

—O tal vez está obsesionada con su madre y ninguna mujer estará a su altura.

Ella se rió.

—Probablemente está demasiado ocupada para iniciar una relación, o está esperando a alguien tan especial como tú.

—O la verdad. Es una mujeriega indomable.

—No todo tiene que ser tan serio, Harper. Se vale divertirse un poco.

—Puedo divertirme sin sexo, gracias. El sexo con Ryan fue lo que me metió en este lío. Seguí mi impulso sexual y mira adónde me llevó —Miré los ojos de Marie, reflejados sobre mi cabeza—. Por favor, deja que me cure un poco antes de volver a salir con alguien.

—Por supuesto, haz lo que te haga sentir bien. No debería sentirte presionada por mi opinión. Sólo quiero que seas feliz.

Me di vuelta y tomé su mano.

—Sé que quieres lo mejor para mí.

—Te quiero, Harper.

—Lo sé. Yo también te quiero, Marie.

—Cielos. ¿Cómo diablos llegamos hasta aquí? —Ella se rió.

Yo también me reí.

—Ni idea, pero ¿sabes qué me haría feliz ahora mismo? —Le pregunté.

—¿Qué?

—Un helado de chocolate extra grande y un paquete de cigarrillos.

—No fumas desde la graduación.

—Nunca es demasiado tarde para retomar un mal hábito. Tengo que hacer algo por mis nervios y no puedo masticar mis uñas ya que acabo de hacerlas.

—Relájate y déjame hacer mi magia.

Y lo hizo. Rizó, retorció, peinó y pinzó hasta que mi cabello se convirtió en una masa rizada en la parte posterior de mi cabeza. No podría haber hecho algo así ni en un millón de años. De intentarlo seguramente terminaría con un nido de pájaro en la cabeza.

Una cosa que sí podía hacer y me quedaba fabulosamente bien era maquillarme. El ahumado de ojos se veía bastante impresionante con mis labios escarlata.

Marie tenía razón. Me puse de pie frente al espejo y me veía genial. Después del golpe que le di a mi tarjeta de crédito con la manicura, pedicura, vestido nuevo y bolso, debería estarlo. Estaría pagando por esta noche de fiesta durante un buen tiempo, pero ya que lo hacía para mantener mi orgullo intacto, valdría la pena.

Había un pedacito de mí -quizás más que un pedacito- que quería hacer que Ryan se arrepintiera de lo que había hecho. Quería que me mirara esta noche y lamentara haberme engañado.

—Gracias, Marie —dije tocándome el cabello—Eres como mi hada madrina de la vida real.

Hizo una reverencia exagerada.

—¿Qué hora es? —le pregunté.

—Tres minutos más tarde que la última vez que me preguntaste —murmuró mientras limpiaba nuestro desastre.

—Dios, estoy tan nerviosa —dije, poniendo una mano sobre mi estómago.

—No hay nada por lo que estar nerviosa. Estás estupenda.

Deslicé mis pies en sus tacones de cinco pulgadas, delgados como un lápiz, e hice un pequeño recorrido por mi habitación para adaptarme a ellos.

—Siento mariposas en el estómago.

—Supéralo —dijo ella sin darse la vuelta.

—Creo que son náuseas.

Ella giró.

—No vomites en los zapatos, o te juro por Dios que nuestra amistad se acaba.

—Me alegra saber dónde estoy en tu lista de prioridades —Me senté, mis rodillas temblaban como gelatina—. No puedo creer que esto me tenga tan alterada. Ojalá no me hubiera encontrado con ellos ese día. Ojalá Morgan no hubiera interferido, podría haberles rechazado la invitación y ya.

—¿Y qué estarías haciendo esta noche? —Se sentó a mi lado, dándome palmaditas en las rodillas.

—No lo sé, pero no estaría nerviosa, con náuseas y a punto vomitar en tus zapatos. De eso estoy segura.

—Vas a ir a una fiesta fabulosa —dijo ella con firmeza—. Con una mujer que te hace reír y te trata bien. Por lo menos, disfruten la noche, pasen un buen rato juntas, solo olvida la razón por la que vas, diviértete.

Miré por la ventana nerviosa.

—¿Cómo está el tiempo afuera?

—Y ahora soy meteoróloga —murmuró, comprobando una aplicación en su teléfono—. Está fresco, despejado, no llueve, gracias a Dios. No te peiné para nada.

—¿Qué hora es ahora? —Me levanté, paseando de un lado a otro.

—Son casi las ocho. Llegará en cualquier momento. ¿Podrías calmarte, por favor?

—No sé qué me pasa —admití—. Todas las amigas de Bárbara probablemente ya saben quién soy. ¿Y si quieren desquitarse conmigo?

—Me llamarás y yo iré a patearles el trasero a todos —gruñó ella—. De igual forma, no creo que lleguemos a eso. Esto ya no se trata de una historia de venganza.

—Espero que no.

—Además, no estarás sola. Morgan sabe lo que pasa, ella te protegerá. Tengo un buen presentimiento.

Justamente en ese momento sonó el timbre de la puerta. El sonido fue como un aviso para mi vejiga ya que tuve ganas de orinar de repente, pero no me atreví a dejar a Marie sola con Morgan, no confiaba en su boca. Ella se puso de pie para recibirla mientras yo me miraba en el espejo una vez más.

—Hola —Oí a Morgan decir, con sorpresa en su voz—. Estoy aquí por Harper.

Marie no respondió de inmediato. Me asomé para ver por qué y entendí al instante, también me quitó el aliento. Algo en lo más profundo de mi cuerpo se encendía, mientras yo presionaba mis labios para contener el gemido que amenazaba con escapar de mi boca. Empecé a repetir mentalmente mi regla:

Nada de sexo.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora