Harper
—En realidad —continuó—. Me gusta la soledad. Tal vez ya me acostumbré demasiado, no sé si podría volver a vivir en medio de un montón de gente otra vez.
—¿Estás segura de que no te quieres convencer ti misma?
Agitó la cabeza y señaló con la barbilla hacia la ventana.
—Tengo suficiente ruido ahí fuera. Además, también están todas esas voces en mi cabeza.
Me reí y me senté en el banquillo del piano, de frente a ella.
—Eso explica muchas cosas.
—En serio, hay más que suficiente gente ahí fuera. Aquí es donde tengo un poco de paz y tranquilidad, puedo oírme a mí misma.
Me mastiqué el costado de la boca, reflexionando sobre lo que había dicho.
—Nunca lo pensé de esa manera. Estoy tan acostumbrada al ruido implacable, las sirenas de la policía, el tráfico, el sonido de las voces de la gente, que el silencio absoluto se siente extraño.
Me miró fijamente.
—Tendré que llevarte a mi rancho en Iowa, donde no oirás nada, ni una sola cosa, por la noche. Es la cosa más maravillosa.
Los pelos en mis brazos se erizaron al pensar en ese sueño de una noche silenciosa en su rancho de Iowa. Entonces mi boca se abrió y empecé a balbucear cosas estúpidas y tontas que nunca diría de otra manera.
—Supongo que tienes razón. Vivir en un piso vacío tiene sus beneficios. Eres tú, y un montón de apartamentos vacíos donde puedes poner música tan fuerte como quieras, o tener una fiesta masiva sin tener que soportar las quejas de tus vecinos.
Recorrió mi apartamento con la vista.
—Este apartamento es demasiado pequeño para una fiesta masiva.
—No es tan pequeño —dije, a la defensiva—. No todos podemos tener lugares grandes y espaciosos como tú. No todos tenemos un asesor financiero que nos maneje nuestra fortuna.
—Ohh, que sensible.
—No. En realidad no me importa ser pobre.
—No eres pobre, tienes este apartamento.
Me encogí de hombros.
—No vale nada para mí mientras viva aquí.
Asintió pensativo.
—Ya deben haberte hecho una oferta loca. ¿Por qué no vendiste? Podrías comprar un apartamento mucho mejor en otro lugar.
—Le prometí a mi abuela que no vendería. Ella fue extrañamente insistente al respecto. Cuando se estaba muriendo me agarró de la muñeca y me dijo que si vendía este apartamento viviría para arrepentirme.
Me miró con curiosidad.
—Eso es intenso. ¿Por qué?
—No lo sé. Le pregunté una vez y me dijo: "Es tu fortuna. Es mi regalo para ti". No es como si hubiera pertenecido a la familia desde siempre o algo así, la heredera legítima de este apartamento era mi madre, pero mi abuela no quería que ella lo tuviera y ya sabes el resto de la historia.
Me apoyé en el piano, con la barbilla en una mano.
—¿Alguna vez te enseñó a tocarlo? —preguntó, haciendo un gesto al piano.
—Se esforzó mucho, pero falló —sonreí—. No tengo oído para la música. Supongo que aprendí algunas canciones, pero nadie me confundiría con un pianista profesional.
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Del engaño al amor
RomansaEl destino se encarga muchas veces de unir a las personas de la maneras más alocadas posible. Harper Phelps descubrirá que el amor de su vida se encuentra a una puerta de distancia pero las mentiras y engaños van de la mano con esta relación. Por s...