Capítulo Veintinueve

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Harper

Esta mujer me llevaría al infierno. Estaba completamente mojada, tanto así que sentía sus jugos correr por mis dedos. Quería sentirla frotándose contra mí, deseaba sus dedos dentro de mí. No pensaba en nada más.

De repente mi tono de llamada me sacó de mi frenesí. Por un segundo me quedé paralizada.

—Déjalo —gruñó.

Quería ignorarlo, pero nadie me llamaba a estas horas de la noche. Marie sabía que yo estaba con Morgan, así que nunca me llamaría a menos que fuera una emergencia. Podría ser mi madre. Mi madre y yo nos habíamos distanciado desde la muerte de mi abuela, pero yo era todo lo que tenía. Mi teléfono siguió sonando.

No puedo —susurré—. Podría ser una emergencia. Quizás es mi madre.

Se alejó de mí con una clara expresión de frustración en el rostro. Bajé de la mesa y fui por el teléfono. De repente me di cuenta que estaba completamente desnuda. Agarré el teléfono y miré la pantalla. Por un segundo no podía creer lo que estaba viendo.

¡Charlize!

¿Qué demonios...?

¿Por qué me llamaría a esta hora de la noche? Nunca me había llamado después de las ocho, nunca. Algo debía estar muy mal. Miré a Morgan y me veía con expresión de incredulidad.

—Lo siento, pero debo contestar. —Le dije.

Gruñó y se recostó. Yo tomé la llamada.

—Oh, gracias a Dios —gritó Charlize con urgencia. Sonaba asustada y temblorosa.

—¿Qué pasa, Charlize? —le pregunté, con la sangre helada.

—Siento mucho llamarte tan tarde, pero no tenía a nadie más a quien llamar.

—¿Estás bien? ¿Qué necesitas?

—Es mi hermano. Creo que está muerto.

—¿Qué? —Me quedé sin aliento.

—La policía acaba de llamarme. Tuvo un accidente automovilístico —dijo ella, su voz temblaba incontrolablemente—. Quieren que vaya a identificar el cuerpo. Tengo la dirección, pero no tengo a nadie que me acompañe.

—Oh, Charlize. Lo siento mucho. Por supuesto, iré contigo.

—Siento molestarte, pero realmente no tengo...

—No te preocupes, Charlize. Me complace poder ayudar.

Empezó a llorar. No podía creer que fuera la Charlize que conocía. Se caracterizaba por lo fresca, tranquila y despreocupada que era. No sabía qué decir.

—No llores, Charlize. Por favor, no llores. Llegaré tan pronto como pueda.

—Gracias, Harper —Suspiró—. Muchas gracias. ¿Cuánto tiempo te llevará llegar aquí?

Sonaba tan agradecida que sentí pena por ella.

—Llamaré a un taxi ahora mismo.

—Gracias, Harper. No sabes lo que esto significa para mí. Espero no haberte despertado.

—Está bien. No, no lo hiciste.

Le pedí que me enviara su dirección y colgué. Morgan caminó hacia mí. Se había subido la cremallera de su pantalón y tenía en sus manos mi sostén, mis bragas y mi vestido para entregármelos.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó.

—No. Eso la haría sentir incómoda.

No podía mirarla a los ojos. Usé mi vestido para taparme un poco y ella se inclinó hacia adelante para besarme en la frente.

—Te llamaré un taxi.

Me vestí rápidamente mientras ella estaba al teléfono solicitando un Uber para mí.

—Lo siento —dije.

—No hay problema —me respondió, pero sus ojos ya no brillaban.

Morgan insistió en bajar en el ascensor conmigo. Me acompañó hasta que entré en el taxi y cerró la puerta.

—Asegúrate de que haya entrado en el edificio antes de que te vayas —le dijo al conductor y le dio un billete de veinte.

—Vaya, gracias —dijo el tipo.

Morgan se quedó en la acera viendo hacia el auto mientras nos alejábamos. Me di la vuelta para verla. Se veía alta, imponente y muy poderosa.

Cuando llegué a la dirección que Charlize que me había indicado, la encontré esperándome en el vestíbulo del edificio. Llevaba jeans y un suéter verde. Tenía el cabello revuelto y estaba pálida y conmocionada. Apenas podía creer que era la misma mujer para la que trabajaba, parecía otra persona.

—Gracias por venir, Harper. Siento hacerte venir hasta acá a estas horas de la noche —su voz se quebró.

—Está bien. No te preocupes —dije rápidamente.

Ella se apretó la frente con la mano y gritó penosamente:

—¡Dios! ¿Cómo ha podido suceder esto? Lo vi la semana pasada.

Se sentía el dolor en sus palabras. No sabía cómo reaccionar ante su pérdida y su dolor. ¿Qué se supone que haga? ¿Le doy un abrazo y la consuelo o me quedo ahí parada? Ella nunca había sido una persona muy afectiva y siempre trazó una fina línea entre nosotras. Nuestra relación era sólo de jefe y subordinado. Además, tenía aversión a los gérmenes.

—Oye, está bien. Tranquila. —dije, sin intentar tocarla.

Ella apretó los labios.

—Muy bien, vamos.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora