Capítulo Veintiseis

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Harper

La siguiente vez que vi a Morgan fue el lunes por la noche, cuando literalmente nos encontramos. Parecía sorprendida, lo que me confirmó que no lo había planeado. Cada una venía de direcciones opuestas y a medida que nos acercábamos deseaba que el terreno se abriera y me tragara. Estaba hecha un desastre sudoroso, realmente no necesitaba que me viera en ese estado. Aunque para mi sorpresa, ella también estaba empapada en sudor.

La gran diferencia era que ella se veía insoportablemente sexy. ¿Por qué esta mujer era tan atractiva? Me preguntaba si había un momento del día en el que no se viera como de un millón de dólares. Normalmente no me gustaban las chicas sudorosas pero Morgan se veía como para comérsela, incluso cuando la parte delantera de su camiseta estaba empapada y venía sin aliento.

Lo primero que me vino a la mente fue la idea de tenerla sudando y sin aliento en la cama. Estúpidas hormonas, tratando de meterme en problemas.

—¿También corres? —preguntó, quitándose los auriculares.

Agité la cabeza.

—Sólo cuando tengo ganas de castigarme.

No necesitaba saber que yo estaba haciendo ejercicio de último minuto sólo por la fiesta.

Se rió.

—Vamos, el ejercicio no es un castigo.

—Entonces, ¿realmente te gusta correr? —le pregunté, alzando una ceja.

—Diablos, no. Lo odio. Pero todas las personas "guays" lo hacen.

Tuve que reírme porque estaba en lo cierto. Parecía que todos mis amigos eran corredores, incluso Marie.

—¿Por qué crees que pase eso? —pregunté mientras subíamos las escaleras de la entrada.

—Tendencias, es lo que todos hacen. Comen comida orgánica, beben agua de coco y jugos verdes.

—Bueno, en realidad no soy una persona que siga tendencias. Tal vez nunca lo he hecho, a menos que seguir al repartidor de comida porque no tomo mi orden completa cuente como eso, entonces sí.

Se rió cuando subimos al ascensor.

—Creo que tienes una idea muy acertada.

La escaneé cuando no me estaba mirando. Si correr fuera lo que le dio ese cuerpo, nunca la desalentaría. No pude evitar admirar sus tonificadas piernas, su trasero firme, sus pechos grandes, toda una obra de arte. Y eso era todo lo que pasaría, pura admiración. Sólo observarla y admirarla, sin fantasear en lo absoluto.

—No me gusta correr, pero me gusta el agua de coco. Tengo algunas botellas en mi nevera, es una de las mejores cosas para beber si quieres hidratarte naturalmente. Y ahora sueno como un comercial —sonreí.

Fue lo suficientemente amable como para disimular su risa.

—Me convenciste. Compraré una caja.

—Oh, que amable. Pero en serio, ¿quieres un poco?

—Sí, sólo un poco, me vendría bien —hablaba despacio y en voz baja.

Sus ojos parecían estudiarme y eso hacía que me hormigueara la piel. Sentía el calor acumulándose en mis mejillas.

—Espero que no pienses que esto es como un intento de seducción improvisado —balbuceé.

Oh, Dios, Harper. Cierra tu estúpida boca.

Demasiado tarde, ya había soltado la retahíla de estupideces.

—Wow —Parpadeó con los ojos tan abiertos como un ciervo.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora