Capítulo Diecisiete

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Harper

Al día siguiente compré una linda tarjeta de agradecimiento con un oso tímido sosteniendo un ramo de flores y la dejé en su buzón. No la escuché, ni la vi más. También fue gratificante no escuchar más ruidos sexuales al otro lado de la pared, o había movido su cama o no había traído a nadie a casa. Por razones desconocidas, me encontré con la esperanza de que fuera la segunda opción.

El día que regresé al trabajo fue el más duro, pero comprendí que todo lo que tenía que hacer para continuar como siempre era mantenerme alejada de Ryan. Descubrí que tenía un gran talento para ello. De hecho, era sorprendente cuántas excusas se me ocurrieron para evitarlo. Incluso, empecé a usar auriculares en mi escritorio, sólo para que el sonido de su voz no me revolviera el estómago. Qué pena que no me pagaran por evitarlo.

Me era casi imposible creer que hubo un tiempo en el que yo era toda una maestra inventando razones para visitar su oficina. Dejaba documentos en su escritorio, imprimía informes en lugar de enviarlos por correo electrónico, incluso fingía llevar carpetas a su oficina sólo para tener una excusa por si alguien me veía entrar.

Por lo general, cada vez que la semana se hacía larga y pesada, me encontraba con Marie en el brunch que estaba sólo a unas cuadras de nuestras oficinas. Siempre éramos nosotras dos, y en ocasiones, nos acompañaban un par de sus amigos del trabajo. Era una de mis constantes, una forma de descomprimirme después de una larga semana y hasta ahora, no había pasado por una semana más larga que ésta.

Desperté el sábado por la mañana sintiéndome orgullosa de mí, había sobrevivido una semana entera en el trabajo y, para ser sincera, no había sido demasiado difícil. Mi rendimiento laboral tampoco se había visto afectado. De hecho, Charlize me había felicitado por uno de mis informes. En mi mente, Ryan ya era historia.

Vestida con un suéter blanco, jeans ajustados y un par de zapatillas a juego, me dirigí a la panadería de la esquina.

—Llevaré ese pastel de café, por favor —dije, señalando el último pedazo en la caja de vidrio.

Gracias a Dios entré a tiempo, por lo menos quince personas se habían acercado detrás de mí para unirse a la cola. Si llegaba a casa de Marie sin ese pedazo de pastel sería mi fin. Observé a la chica detrás del mostrador poner cuidadosamente el pastel en su caja púrpura distintiva, un par de migas húmedas que estaban pegadas al utensilio que usó para mover la torta, cayeron sobre el mostrador y quedaron allí. Seductoramente me desafiaban a lamerlos.

Transferí mi lujuria al pastel de la caja, se veía tan bien que por un segundo consideré llevármelo a casa y tenerlo todo para mí. Valdría la pena las horas extra en el gimnasio como castigo, sin mencionar la decepción de Marie. Vi a la mujer cerrar la caja y atar una cinta morada a su alrededor.

En ese momento, recibí un mensaje de Marie. Como si me hubiera leído la mente.

Marie: Será mejor que traigas el pastel de café, señorita. Juro que iré a buscarlo a tu apartamento si me dices que se han acabado.

¡Ups! Me descubrió.

Le contesté:

Harper: ¡Tengo el último! Puedes empezar a recaudar dinero para construir una estatua en mi honor.

Llevaba la caja de la panadería por la cinta, mientras me abría paso a codazos hasta la puerta. Ya había escaneando la calle desde las ventanas de la tienda en busca de un taxi disponible. En una fría mañana de sábado, por lo general no era fácil encontrar uno. Estábamos en la época fría del año a la que nadie se acostumbra.

Miré a lo largo de la calle repleta de gente, con la esperanza de encontrar un taxi cuando mi corazón dio un giro. Reconocí el cabello oscuro, el cuerpo tallado y los pechos perfectos, sobresalía del mar de simples mortales entre los que caminaba.

¡Oh mierda!

Había logrado evitarla en nuestro edificio, gracias a un horario cuidadosamente pensado que hice, pero, por supuesto, aún existía la posibilidad de encontrarme con ella en la calle, entre un millón de personas más.

Qué mala suerte la mía.

Aun así, no sabía si me había visto. Yo era una de las docenas de personas en la acera, así que decidí fingir que no la había visto, como si tuviera demasiadas cosas en la cabeza para poder verla, aunque fuera la cosa más gloriosa dentro de mi línea de visión. Seguí caminando, aferrada a mi pastel de café y con la cabeza en alto, escaneando la calle en busca de un taxi. Nadie podía decir que mis prioridades no estaban definidas.

—¡Harper!

Me quedé helada de horror. Esa no era la voz que esperaba oír. De repente, me di cuenta que Morgan era la menor de mis preocupaciones, al girar encontré a Ryan caminando hacia mí, con una estúpida sonrisa en su cara.

¿Cómo llegué a pensar que era guapo? Oh, Dios, ¿En realidad me acosté con él?

Necesitaba que me examinaran la cabeza.

Con él estaba una mujer alta y glamorosa, con su rostro medio oculto por unas enormes gafas de diseño. Su cabello dorado brillaba con el sol, y su ropa gritaba: "Pagué una pequeña fortuna por esto". Tenía una mano doblada posesivamente alrededor del brazo de Ryan. No había duda, era ella.

No tenía escapatoria, a menos que estuviera dispuesta a saltar al tráfico. Morgan, y mi ex, junto a su novia embarazada, se acercaban por ambos extremos de la acera. Mi cerebro gritaba desesperado.

—¡Harper!

Ryan me alcanzó, aun sonriendo. Para mi sorpresa, Bárbara también sonreía. A grandes rasgos, debía añadir.

—Hola —dije con voz ronca.

¿Por qué estaba sonriendo?

Pensaba que yo era una puta. El texto de su correo electrónico había quedado grabado en mi pobre cerebro para siempre. Nunca olvidaría el sentimiento de odio que me transmitieron esas palabras, y sin embargo, allí estaba ella, sonriente delante de mí.

¿Y si sólo intentaba distraerme con su sonrisa? ¿Y si me golpeaba?

No podría golpear a una mujer embarazada. Tal vez podría ofrecerle mi pastel de café como un gesto de paz.

No. El pastel no.

Ryan puso una mano en mi hombro, quise creer que la sensación de ardor era sólo mi imaginación. Sin embargo, la necesidad violenta de quitársela a golpes no lo era. Di un paso atrás y le estreché la mano.

—¿Cómo has estado? Apenas te he visto en la oficina estos últimos días —dijo.

Sentía que estaba en una pesadilla.

¿Me había vuelto loca? ¿Estaba realmente loca? ¿De qué otra manera podría explicar las vibraciones cálidas y amistosas que recibía de ellos dos?

—Escucha —continuó, sonriéndole adorablemente a Bárbara antes de voltear hacia mí nuevamente—. Eres una de las primeras personas en saberlo. Bárbara y yo no comprometimos, nuestra celebración será en el St. Regis dentro de tres semanas. Más te vale que vayas. —Se rió.

Parpadeé sorprendida. ¿Qué había hecho yo para merecer esto? Por su parte, Bárbara sonreía de oreja a oreja. Levantó su mano izquierda para presumir el diamante de tamaño medio que brillaba en su dedo anular.

Ya no me quedaban dudas, era una pesadilla, eso era todo, de eso se trataba todo esto, en unos segundos, miraría hacia abajo y descubría que estaba desnuda. Y todo el mundo me señalaría y se reiría de mí.

Tenía que ser eso.

Estaba frente a mi ex y a la mujer a quien había engañado conmigo, y ambos sonreían y me invitaban a su fiesta de compromiso.

¿Cuánto faltaba para despertarme?

Abrí la boca para hablar, pero otra voz me interrumpió.

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Sorry que no actualicé esta semana estuve muy full de trabajo. Acá les dejo los 8 capítulos de deuda.

Del engaño al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora