8. 𝕷𝚊 𝓗𝚘𝚖𝚘𝚏𝚘𝚗í𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝕮𝚊𝚘𝚜

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【Theo】

Hay un sabor amargo cuando la pérdida te toca de cerca, y sólo las personas que lo han experimentado tan de seguido pueden entenderme en ese aspecto. Yo, como es obvio, llevo bastante mal la pérdida, ya que es la homofonía del caos que te envuelve y no quiere soltarte pese a que intentes zafarte y huir de ella.

Hubieron otros antes de que yo llegara hasta donde estoy ahora mismo, personas importantes que me hubiera gustado que siguieran a mi lado después de más de una década. Y, sin embargo, no ha podido ser así.

Mi madre era una de ellas.

Era desgarrador ver cómo se consumía con el paso de los días, pese a yo tener seis años en aquel entonces. Ella me había enseñado que la muerte formaba parte de la vida, y con ello sentimientos como el dolor, la frustración... y la pérdida. Insistía en que era el próximo capítulo vital, donde dejaría sus preciosas memorias en aquellos que seguían viviendo aunque yo me negara a aceptar tal cosa. En un rincón de mi mente sabía que cualquier abrazo podía ser el último y que, cada palabra, podría ser un adiós cuando menos lo esperara. Por eso siempre intentaba ser un buen chico mientras ella estuviera respirando.

Papá era un hombre duro que aceptó el cáncer de mi madre desde el minuto uno, diciendo que sólo Dios y el equipo médico hacían un tira y afloja para ver cuál de los dos obtenía la atención de mi madre. Y no era justo. No lo era. No era justo que mi padre pudiera decir esas cosas con tanta tranquilidad y seguir con su vida como si todo ya estuviera decidido; quizás, incluso, si terminaba yéndose al cielo con Dios, papá sería capaz de hacer las maletas conmigo para que escapáramos hacia una nueva vida sin ella.

No lo entendía.

Para mamá, él era el amor de su vida y eso era lo que más me dolía saber. Sufría con cada herida diez veces más que los demás. Abría su corazón a todo el mundo y les dejaba escuchar el ritmo de sus latidos, incluso para aquellos que fueron malos con ella o la miraban con lástima al verla con un pañuelo en la cabeza. Ella había querido que la amaran todos, y yo odiaba que papá la hiciera sentir que había fracasado con el único deseo que tenía cada día. ¿Y lo peor? Que mi madre seguiría creyendo que él seguiría con su propia vida en el nombre del amor. De seguir viviendo. De seguir escribiendo líneas en su vida, donde quizás otra mujer entraría en sus días hasta volverlo una apacible rutina.

Con el paso del tiempo, las noticias sobre la salud de mi madre no estaban sonando bien y mi padre había tomado una actitud mucho más gélida al respecto. A veces, en el trabajo, llamaba seguramente por pena hasta que dejó de hacerlo y los pequeños regalos que le insistía que le hiciera para que mi madre se sintiera mejor cesaron. Mi madre pasó semanas llorando, ya que le daban menos de un año de vida debida a su evolución y que mi padre no pagaba más para eliminar su enfermedad.

Yo, aun teniendo seis años, me mantenía fuerte por ella tanto en público como delante de él, pero en la soledad de mi habitación lloraba por lo injusto que estaba siendo todo.

No era justo cómo el mundo se había llevado la alegría de mi madre y después tenían la desfachatez de regresar para regalar miradas de lástima, comentarios malintencionados pese a ser velados, pasajes bíblicos sobre "El reino de los cielos" y las personas buenas. Con cada respiración, mi madre maldecía a su cuerpo por no ser lo bastante fuerte pese a su férrea emoción de amar al prójimo en todo momento. Con cada respiración, quizás, rezaba para que mi padre volviera a casa del trabajo y dejara un beso en su frente y unas flores en su regazo. 

Nunca se lo dije a ella, pero cada vez que inspiraba, yo suplicaba por dentro que ella se curara y mi padre cayera por un barranco por todo lo que estaba haciendo.

𝕭𝚛𝚘𝚔𝚎𝚗 𝕮𝚑𝚘𝚛𝚍 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora