XVI

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Después de dos semanas en las que la reina no le permitió a nadie más que sus hermanos la entrada había ordenado a sus sirvientes que prepararán una tina. Su luto no había terminado, pero no podía permitir que la guerra siguiera sin ella, tenía promesas que cumplir aún.

— La mujer se llama Miera, mi reina.

Su dama pronunció mientras peinaba su cabello con habituales trenzas.

— Miera — pronunció con cautela, jugando con el juguete de dragón tallado en madera, el mismo que su padre había regalado a su hijo.

— Si Majestad, por lo que sabemos trabaja en una casa de placer en la calle de la seda, es una bastarda de Blackwater.

La sirvienta terminó el peinado con habilidad adquirida por su tiempo de servicio y colocó la corona de su reina sobre su cabeza.

— Gracias por tus servicios, Leima — dijo poniéndose de pie y dando unos pasos hacia un baúl a los pies de su cama, buscando entre la ropa.

Cuando halló lo que buscaba le entregó a la muchacha una pequeña bolsa con algo de oro, acercándose a ella.

— Tus susurros son útiles para mi, recuerda que soy a la única que pueden contar lo que escuchan y saben.

La mujer pelinegra asintió e hizo una reverencia.

— Recuerda llamar al príncipe Aemond a tu salida.

— Si, mi reina — dijo para caminar hacia la puerta y saliendo segundos después.

Daeelyn se acercó a la silla donde antes se encontraba sentada mientras era peinada, tomando el juguete entre sus manos y jugando con él, pasando sus dedos por la textura, tomando asiento nuevamente frente al balcón.

Para sorpresa de nadie, el rey Aegon había dado la orden de sellar las ventanas y los balcones de su recámara, temiendo que su mujer perdiera la cabeza completamente y saltara desde allí consumida por su propio dolor y demasiado ida para comprender sus acciones.

Así que ahora de encontraba admirando una puerta cerrada, pero que debido a los detalles en esta permitía que la luz y la brisa entraran. Aegon había sido más rápido en ese movimiento.

— Daeelyn — la voz de Aemond sonó después del sonido provocado por la puerta.

— ¿Sigue allí? — la voz sonaba rota, ronca aún por lo sucedido días atrás, que habían sido marcados por llantos y algunos gritos.

Aemond suspiro — Si, Alteza.

Escuchó el sonido de los zapatos de Daeelyn cuando ella se levantó de su silla.

Al fijar su vista en ella portaba un largo vestido color negro con detalles dorados, su corona tan brillante como los detalles de su vestido, su blanco cabello perfectamente peinado y en sus manos sostenía una figura que Aemond reconoció.

Vió como apretó entre sus manos el pequeño juguete, se acercó a él y dejó el objeto en sus manos.

— Si pasa un segundo más aquí me voy a encargar de que nunca más la vuelvan a ver, y a él lo dejaré sin poder volver a engendrar hijos.

La furia en su voz y los pasos decididos hicieron que Aemond la siguiera por los pasillos cuando ella salió de la habitación, aún si no se lo había ordenado. Caminaba en busca de la habitación que alguna vez había compartido con su esposo.

Al llegar allí un guardia quiso detener su andar, provocando que él acariciara levemente la empuñadura de su espada y ganándose una mirada severa de su reina, no teniendo más remedio que apartarse y dejarla entrar.

The Name of Blood - HOTDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora