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Miraba con disimulo a la mujer sentada en el pequeño sillón gris viéndola escribir en su pequeño cuaderno varias oraciones que, a causa de la distancia y posición, Alina era incapaz de alcanzar a leer; la mujer castaña le dio una mirada rápida regalándole una sonrisa reconfortante y continuó escribiendo.

La muchacha suspiró silenciosamente dando un vistazo a su alrededor, el azul grisáceo de las paredes le resultaba tranquilizante, y ese color le daba un contraste bonito a la habitación junto a los muebles blancos que estaban acomodados de forma tan impecable que parecía como si pasaran cada 5 minutos limpiándolos hasta dejarlos brillando; en el escritorio podía verse el reflejo de la ventana ubicada detrás del mismo, que daba una bonita vista hacia una de sus zonas favoritas de la Ciudad de México: el bosque de Chapultepec.

Un carraspeo la obligó a salirse de su ensimismamiento centrando nuevamente su atención en la mujer frente a ella. — Y bien, Alina ¿cómo te has sentido esta última semana? ¿has tenido las pesadillas otra vez?

— No —. respondió sin verse apresurada, aunque la verdad era que quería salir de esa habitación cuanto antes, a pesar de no ser su primera vez en ese lugar seguía sintiéndose nerviosa. — He dormido bien, ya sabe sueños normales. Y también me he sentido bien, ya no estoy bajo tanto estrés y me siento tranquila por eso.

— ¿Has pensado últimamente en tus padres? —. preguntó con suavidad para evitar que la joven se alterara.

Sus ojos se despegaron de la mujer de anteojos para dejarlos clavados en la pequeña alfombra mientras pensaba en su respuesta. — Lo hago... después de todo son mis padres ¿no? —. aclaró mostrando una pequeña sonrisa entristecida con los labios sellados.
— Aunque no me afecta como antes ya que me he ido rodeando de personas que me apoyan y me demuestran su aprecio.

Había dudado mucho en hacer aquello, sabía que su salud mental estaba por los suelos y que debía tratarse lo más pronto posible, sin embargo se sentía temerosa de que no saliera nada bien. No se atrevió siquiera a pedirle su opinión a Angélica pues sabía que ella misma se ofrecería a acompañarla a sus citas cuantas veces fueran necesarias para tratar su bienestar, pero no pudo ocultarselo al señor Manuel.

Cuando ella le mencionó que estaba pensando en tratarse con un psicólogo, el anciano se alegró más de lo que esperaba y le dio una larga plática sobre cuánto hubiera deseado que en sus tiempos el ir al psicólogo fuera visto como algo normal e indispensable, sin miedo a recibir comentarios y burlas desagradables.

— Ahora cuéntame de esas nuevas amistades que mencionaste la vez pasada, ¿sigues frecuentándolos?

— Sí, siendo sincera me sorprende mucho la rapidez en la que nos volvimos cercanos.

— ¿Cómo son ellos contigo? ¿Son amables, te tratan bien? —. Alina asintió casi de inmediato sonriendo ante la imagen mental de los dos muchachos.

— Claro que lo son. Ellos son muy buenos tanto conmigo como con Angi, nunca han hecho nada que me disguste o me haga sentirme mal, son personas realmente maravillosas —. respondió sin poder ocultar su amplia sonrisa.

La doctora sonrió anotando en su pequeño cuaderno para después volver a mirarla con atención.
— Siendo sincera, ¿piensas que tus nuevos amigos aportan cosas positivas en tu vida?

De pronto recordó todos los momentos en los que ambos futbolistas le habían hecho sonreír y reírse a carcajadas hasta que el aire le faltaba con sus pequeñas discusiones por cosas infantiles y sus tantas travesuras en las que siempre lograban salirse con la suya.

— Completamente.

Una hora después se encontraba con ambas manos en los bolsillos de su sudadera caminando a paso tranquilo por aquel lugar que tanto le encantaba, observaba atentamente los árboles a su alrededor, en uno de ellos vio trepar a dos ardillas que peleaban por un trozo de lo que parecía ser una dona de azúcar.

Momentáneamente recordó con melancolía cuando su abuela paterna la sacaba de casa para llevarla de paseo por distintos lugares de la Ciudad de México siendo aquel bosque su último destino. Ambas disfrutaban recorrerlo mientras comían helado de pistache, su favorito.

Se sentó en una banca con sombra sin dejar de pensar en esa adorable y admirable mujer.

La relación con su abuela siempre había sido excepcional, siempre le defendía y abogada por ella cuando a Alina se le escapaba comentarle sobre el hecho de que sus padres la dejaban sola todo el día.

Se arrepentía tanto de no haber ido donde su abuela cuando se fue de casa, siempre había sido buena con ella y lo que menos merecía era una explicación de dónde estaba y de qué hacía para sobrevivir y poder solventarse, pero no lo hizo por miedo.

Sabía que si iba con su abuela, ella iría a reclamarle a su padre por haberle dicho esos comentarios tan hirientes y de esa forma Alina quedaría de nuevo dentro de aquella casa a la que nunca podría llamar hogar.

Alina estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando otra persona se sentó junto a ella exactamente en la misma posición: recargada en el respaldo, con las manos dentro de la sudadera y ambas piernas estiradas, una cruzada sobre la otra.

— Aunque es muy bonito ya no es como antes ¿verdad? —. la joven giró el rostro para ver al dueño de aquella voz, no lo conocía. Se trataba de un chico de cabello rizado y de un color castaño que fácilmente podría confundirse con rubio, tenía unos bonitos ojos que no podía descifrar si eran verdes o azules. — Me acuerdo que cuando mi hermano y yo éramos pequeños mis padres nos traían aquí y paseábamos en familia hasta que se hacía más tarde y luego mi papá nos llevaba a comer —. terminó su relato soltando un suspiro melancólico.

— ¿Ya no lo hacen? —. casi pudo escuchar la voz de su abuela advirtiéndole que no debía hablar con desconocidos.

El joven negó atreviéndose a mirarla por primera vez. — Ellos se divorciaron y todo cambió, siguen llevándose bien pero ya no es lo mismo.

Ambos permanecieron sumergidos en un largo y extrañamente cómodo silencio disfrutando de la compañía del otro mientras veían a las personas pasar, desde familias, hasta parejas y niños que corrían de un lado a otro jugando entre sí.

— ¿Me dejas invitarte un helado? —. la joven lo miró desconfiada, estaba acostumbrada a conocer nuevas personas gracias a los trabajos que tenía, pero solo se basaban en saludos cordiales. La más reciente y rara excepción habían sido Diego y Edson que la conocieron en su trabajo y sin darse cuenta se fueron metiendo poco a poco en su vida como un par de intrusos de lo más simpáticos. — Si no quieres no hay problema, es solo que me pareciste bonita y va a sonar muy raro pero me gustaría conocerte.

Hubo algo en los amables ojos de aquel joven que la incitó a acceder a su invitación, en cuanto asintió lo vio sonreír; él le ofreció su mano para que se levantara y la aceptó; solo cuando ambos se levantaron Alina pudo darse cuenta de lo alto que era.

— Me llamo Sebastián, por cierto —. le volvió a sonreír mientras ambos empezaban a caminar.

— Alina... — le devolvió la sonrisa en un gesto cortés.

— Bueno, Alina, no sé tú pero yo estoy muy seguro de que enserio quiero un helado de pistache —. Alina lo miró con curiosidad.

Vaya sorpresa se llevó cuando al terminar el día ese amable muchacho resultó tener más cosas en común con ella de las que esperaba.

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𝙎𝙏𝘼𝙍𝙍𝙔 𝙀𝙔𝙀𝙎        ━━━━ 𝖣𝗂𝖾𝗀𝗈 𝖫𝖺𝗂𝗇𝖾𝗓  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora